Surfistas y amantes de la naturaleza disfrutan de sus playas, gastronomía y cultura.
El paisaje parece de mentira. Al salir del pequeño pueblo de Almirante, un puerto construido por la United Fruit Company, hacia Isla Colón se cruza por pequeños pedazos de tierra que a lo lejos se asemejan a las orillas de una gigantesca laguna iluminada por un rayo de luz mañanero que, inevitablemente, invita a dar las gracias por haber madrugado.
Este territorio, de 7.300 habitantes, es la isla principal del archipiélago Bocas del Toro, integrado por otras nueve islas que en 1502 fueron una de las escalas de Cristóbal Colón durante su cuarto viaje a América.
Isla Colón es la única con aeropuerto, la escala obligada para explorar este destino natural y sus playas mundialmente famosas por olas que son el sueño de cualquier surfista, aunque algunas quedaron afectadas por un derrame de petróleo en 2012. Las más recomendadas son las de Isla Bastimentos y Cayo Carenero.
Es habitual encontrarse decenas de surfistas europeos, norteamericanos y argentinos deambulando con su tabla a cuestas. Isla Colón es acogedora y pequeña, con apenas un par de calles principales, pero alegre y vibrante.
No espere encontrar hoteles cinco estrellas. Los que hay se llenan rápido. Sin embargo, la oferta gastronómica es inmensa: restaurantes de comida vegetariana, india, española y, por supuesto, de pescados y mariscos. Se puede comer langosta desde US$15, y entre las 3:00 y las 6:00 de la tarde los bares, casi todos con vista al mar, venden cocteles a mitad de precio.
No se quede sin disfrutar de un mojito mientras contempla el Caribe. Aunque si anda corto de presupuesto, puede encontrar almuerzos a US$4. Un imperdible: el ají. Pica, pero en vez de dolor, deja un saborcito delicioso en el paladar. Lo cierto es que basta caminar por Isla Colón para darse cuenta de ese extraordinario encuentro de culturas y lenguajes que se produce en este archipiélago. Déjese contagiar.
Si quiere calma, tome un taxi a Boca del Drago, no cuesta más de US$2, y pregunte por playa Estrella. Debe caminar unos 15 minutos hasta encontrarla. Y sí que vale la pena. Es un lugar paradisiaco y solitario, donde las estrellas de mar descansan sobre la arena. Al regreso puede almorzar en el restaurante de Boca del Drago por US$9.
Una experiencia todavía más cercana con la naturaleza la ofrece el Parque Nacional Marino Isla Bastimentos, perfecto para el buceo y el avistamiento de tortugas. También está la alternativa de tomar un bote en Boca del Drago hasta Isla Pájaros, a quienes algunos le dicen Cayo Cisne, donde se ven rabijuncos, piquirrojos, alcatraces, pelicanos y otro largo etcétera de bellas aves.
Para regresar a Ciudad de Panamá hay trayectos en bus que duran 10 horas o viajes en avión de 60 minutos. Lo cierto es que sin importar el medio que se elija para volver, irremediablemente se va a extrañar estar en medio de las Bocas del Toro, un inolvidable paraíso.