La artista francesa llega con "Felices los felices", su séptima novela sobre amados, amantes y aquellos que prescinden del amor.
La francesa Yasmina Reza, una de las dramaturgas más representadas del mundo y autora de premiados textos como "Un dios salvaje" o "Art", traducida a 35 idiomas, llega con su séptima novela, "Felices los felices", donde entrecruza de forma precisa, laberíntica e hipnótica la voz de 18 personajes que experimentan distintos tipos de relaciones, insatisfacciones, fantasías y rupturas construyendo un mapa vincular y polifónico que le valió el premio Le Monde 2013.
La frase del poema de Jorge Luis Borges "Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices" funciona no sólo como parte del título, sino como invitación a una constelación de relatos cortos que encadena, primero, de forma oblicua y después cada vez más evidente, las interrelaciones entre los personajes, sacudidos y motivados por sus filias sentimentales y sexuales.
Reza no se va por las ramas, aunque pinta un bosque infernal en la intimidad de cada pareja. Ella desmenuza esas "locuras mínimas" de la vida cotidiana y las traspola al gran magma de la reflexión que pueden acarrear temas como el amor, la familia, la vida y la muerte. Siempre acertada, hilarante, descontracturada, desoladora y feroz, como un sincericidio tras otro en materia de relaciones.
Incluso, ella misma se encargó de reforzarlo en declaraciones a la prensa cuando sostuvo que "el adulterio a veces es necesario para el bienestar del matrimonio", una tesis con la que construye esta novela, publicada por Anagrama.
"Se pasan la vida recomponiendo los pedazos y a eso lo llaman matrimonio, felicidad o yo qué sé", dice la eterna y, más tarde, dolida amante Chantal Audouin, paciente del psiquiatra Igor Lorrain, quien a su vez se reencuentra con su amor de juventud, Hélene, esposa de Raoul Barnèche, un enardecido jugador de bridge exasperado por su mujer, y así siguen, sucediéndose los dijes secuenciados por escenas de las vidas conyugales o en la ironía de la falta de éstas.
El espiral narrativo, rítmicamente provocador, comienza y termina con Odile y Robert Toscano, un periodista y una abogada con hijos pequeños, que ya en las primeras páginas muestran al lector sus divergencias. La impronta, a partir de allí, será una: la incesante búsqueda sentimental de los infelices, amados, amantes o en soledad, que irá de la más expuesta carnalidad hasta desear "sufrir de amor".
"Asociar felicidad y amor es una auténtica estupidez", dijo Reza (París, 1959) en una entrevista desmontando el fuerte mandato de ser feliz, y otro más pesado aún, el de ser feliz gracias al amor. "Intentar realizarse por vía del amor es una imposición social que vuelve desdichada a mucha gente", retrucó la autora, una escéptica de la vida en pareja, esa "creación artificial", que muchos hacen funcionar.
"El proyecto doméstico no es una necesidad, incluso cuando hay hijos de por medio", replica esta francesa reacia a las entrevistas que en este libro de corte semicircular disecciona gran parte de la naturaleza humana, a partir de sus vínculos.
La irritación que asoma de pequeña a gran escala, las fantasías cada vez más ampliadas, el disparate de creerse único en la vida del otro, el goce asociado a la pena, el cerco alrededor de una pareja, las vejaciones del matrimonio, las rutinas interrumpidas y ese volatizado romance del pasado aparecen como casilleros en las vidas de estos personajes que van construyendo tramas y subtramas a lo largo del libro.
Reza, cuya escritura se destaca por la aspereza para retratar la burguesía -"nunca he querido pertenecer a ningún grupo, ni siquiera al establishment de la literatura francesa", dice-, comentó a propósito de Felices los felices que se había dado cuenta que en todos sus libros anteriores hablaba sobre las parejas "pero nunca de cara" y decidió que debía centrarse en eso, a partir de Robert y Odile Toscano.
Miserias y alegrías cotidianas con lengua afilada describen a esos "infelices sin excepción" como calificó la autora a sus personajes, donde ella misma reconoce encontrarse. Dieciocho vidas en primera persona dibujan con sus contradicciones y desdichas un mapa de la desolación humana, un pequeño atlas tejido como una alerta a lo breve de la existencia.