Se está hablando mucho de que 2024 será un super año electoral. El semanario The Economist fue uno de los primeros en destacar que éste será un año decisivo para la democracia en todo el mundo, con elecciones en más de 70 países. Según algunos cálculos, será la primera vez que la mitad de la población mundial —más de 4.000 millones de personas— acudirá a votar en comicios presidenciales, legislativos o subnacionales.
Aunque algunos analistas discrepan de la cifra exacta, lo cierto es que estamos ante un ciclo electoral sin precedentes. Tendremos desde contiendas de un día hasta de varias semanas; desde procesos transparentes y disputados a otros sin garantías mínimas de libertad y competencia; veremos votaciones trascendentales que atraerán los ojos del mundo entero y otros marginales e ignorados, como ha sido ya el caso de Bután, que celebró elecciones parlamentarias hace unos días.
Vaya por delante que, cuando la primera potencia del mundo elige a su presidente, nos encontramos ya ante un gran año electoral a escala planetaria. El tema cobra mayor trascendencia en un momento como el actual, en el que las relaciones internacionales atraviesan un momento especialmente sensible. Esta será una carrera de fondo que irá acaparando cada vez más nuestra atención en los próximos meses, como pusieron de relieve los recientes caucus de Iowa. ¿Volverá Donald Trump a la Casa Blanca? Esa es la gran pregunta que todos nos hacemos.
En 2024 también acudirá a las urnas el país más poblado del mundo, India. Un ejercicio democrático de dimensiones tan colosales como este se extenderá a lo largo de dos meses, entre abril y mayo. Movilizará a más de 900 millones de electores con derecho a voto que, según las previsiones, concederán a Narendra Modi su tercer mandato consecutivo. Después de estas, las elecciones al Parlamento Europeo, previstas entre el 6 y el 9 de junio, serán las segundas en magnitud. Las más de 400 millones de personas convocadas a los comicios en los 27 Estados miembros de la Unión elegirán a los 720 eurodiputados que, a su vez, determinarán la composición de la nueva Comisión.¿Aguantarán el tirón los democristianos, los socialdemócratas y los liberales frente al auge de opciones populistas? De ello depende el futuro del proyecto europeo.
Otros países clave, como Indonesia, México, Reino Unido y Sudáfrica, también celebrarán elecciones de gran relevancia este año, cada uno con sus propias particularidades y en la mayoría de ellos enfrentándose a situaciones internas muy complicadas. Mención especial merecen las presidenciales rusas, cuyo interés no radica en saber quién será el próximo inquilino del Kremlin, sino en conocer el apoyo real del que gozará Vladimir Putin en su quinto mandato presidencial.
El hecho de que solo en las dos primeras semanas del año ya hayamos asistido a citas electorales tan decisivas como las de Bangladesh, un país de 170 millones de habitantes, y Taiwán, un foco de tensión internacional, nos da una buena idea de la intensidad con la que seguiremos las elecciones en este incipiente 2024 y de cómo afectarán estas a cuestiones globales. Pero más que centrarnos en los casos concretos, deberíamos analizar este ajetreado ciclo electoral desde una perspectiva más amplia, pensando en sus implicaciones. Me permito destacar cuatro aspectos en particular.
En primer lugar, los resultados electorales serán decisivos en la marcha de buena parte de los principales conflictos que condicionan la coyuntura mundial. Ya hemos mencionado Rusia, donde se pondrá a prueba el respaldo de la población a la guerra en Ucrania cuando el conflicto entre en su tercer año. Las elecciones podrían influir en su evolución, ya que, según las últimas encuestas independientes, el apoyo incondicional mostrado a Putin hasta ahora en su guerra podría haber empezado a tambalearse. En la misma línea, la clara victoria cosechada recientemente por William Lai y el Partido Progresista Democrático en Taiwán marcará sin duda la política china en la región, tras no cumplirse las esperanzas de Pekín de que ganara el Kuomintang. ¿Se desatará el temido conflicto en el mar de China en el corto o medio plazo?
Huelga decir que la situación en Oriente Medio será con toda probabilidad el principal motivo de fricción en el mundo. De hecho, ha irrumpido con fuerza en la campaña de Estados Unidos, donde Biden cada vez está más cuestionado en su propio partido por su continuo apoyo a la actual masacre en Gaza. Por otra parte, la mera idea de otra legislatura de Trump provoca escalofríos por sus posibles consecuencias. Probablemente, su elección abriría la puerta a una mayor escalada y agravaría la creciente división entre el llamado Occidente y el resto del mundo, además de en el seno de la propia alianza transatlántica.
En segundo lugar, las elecciones de 2024 servirán para evaluar el estado de la democracia en el mundo, en particular en los países en los que suponía estaba más asentada. Es cierto que este año podrá votar más de la mitad de la población mundial, en parte porque ocho de los diez países más poblados llevarán a cabo elecciones, pero muchas de ellas no serán libres ni justas, como en Corea del Norte, Chad o Bielorrusia. Organizaciones como Freedom House, International Idea o V-Dem han documentado y expresado una creciente preocupación por el retroceso democrático: no solo hay más países iliberales y con democracias «parciales» o «defectuosas», sino que otros se han convertido directamente en autocracias. No en vano, 2023 ha venido marcado por varios golpes de Estado en África, donde la práctica totalidad de los países del Sahel configuran ya un mapa de dictaduras militares.
A pesar de que todas las elecciones son importantes, en 2024 deberíamos prestar especial atención a la solidez de los procesos en las llamadas democracias consolidadas, donde la calidad de las instituciones y la confianza de la ciudadanía en el sistema se están erosionando a marchas forzadas. Factores como la polarización, el auge del populismo y la intensificación de información falsa crean un cóctel explosivo del cual ya tuvimos un primer aviso hace tres años con el distópico asalto al Capitolio de los Estados Unidos: un suceso que hasta entonces parecía cosa de ciencia ficción y que se repitió el año pasado en Brasil. Así pues, hay que observar atentamente cómo avanzan las campañas, los comicios y, tal vez lo más importante, la transición pacífica del poder en democracias que podrían no ser tan robustas como solemos pensar.
En tercer lugar, ante tantos procesos electorales, veremos en qué medida influye la tecnología en la política. Este aspecto no es en absoluto nuevo, porque llevamos mucho tiempo hablando de la manipulación de los votantes, del efecto «caja de resonancia» y de los ciberataques. Con todo, la dependencia cada vez mayor de la tecnología para el desarrollo de las elecciones, desde la campaña y la participación hasta el recuento y la verificación de los votos, está elevando los riesgos asociados a niveles inéditos. Experiencias pasadas como el escándalo de Cambridge Analytica, las campañas de desinformación o los presuntos fraudes podrían parecer totalmente insignificantes ante innovaciones como la inteligencia artificial, que abren todo un abanico de nuevos riesgos, al abaratar y facilitar la influencia en las votaciones y la manipulación de la ciudadanía.
En cuarto y último lugar, tras las elecciones veremos si la comunidad internacional es capaz de responder a buena parte de los desafíos a los que se enfrenta el planeta más allá de la mencionada paz, es decir, el clima, la salud, el desarrollo, etcétera. Al fin y al cabo, el multilateralismo está en manos de gobiernos nacionales que participan y promueven medidas en los organismos internacionales donde gestionamos los intereses comunes, como Naciones Unidas y sus correspondientes agencias y programas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los distintos bancos regionales de desarrollo.
Como hemos visto en los últimos años, las elecciones pueden cambiar la posición de un país en los foros mundiales, convirtiendo a los miembros molestos en actores constructivos, o viceversa. Lo vimos en 2023, cuando, igual que celebramos en Polonia el nombramiento de un Gobierno proeuropeo, en uno de los países fundadores de la Unión Europea, los Países Bajos, la extrema derecha se alzó como la opción más votada. En un momento en que el mundo necesita más que nunca líderes capaces de tender puentes y con la visión y el empuje necesarios para transformar los mecanismos de gobernanza mundial, los comicios determinarán a quién confiamos tal responsabilidad.
En definitiva, prepárense para un intenso superaño electoral con consecuencias que resonarán mucho más allá de las fronteras de los países llamados a las urnas. Conforme avance 2024, podremos valorar las implicaciones reales de este sobrecargado ciclo electoral para la paz mundial, la democracia y la cooperación entre países. Los próximos meses serán decisivos en la manera que abordamos muchas de las crisis actuales y los problemas a los que se enfrenta la humanidad a largo plazo. ¿Caeremos aún más bajo en la espiral de violencia, enfrentamiento y competencia destructiva que se ha instalado en los últimos años, o todavía hay esperanza de invertir el rumbo? Los electores lo decidirán.