La inversión total de capital-riesgo en tecnologías limpias en Norteamérica, Europa, India y China, entre enero y septiembre de este año, ha sido US$5.700M. ¿Es esta oleada de inversiones una víctima de una exuberancia irracional y de la mentalidad de manada asociada a las inversiones de capital-riesgo?
Según publica la revista Bloomberg BusinessWeek, utilizando créditos fiscales, préstamos a bajo tipo de interés y subvenciones, la administración Obama pretende invertir más de US$50.000 millones en vehículos eléctricos, energía renovable y otra serie de proyectos de tecnologías limpias para finales de año. Semejante gasto gubernamental sin precedente también fomenta que el capital privado siga invirtiendo en el sector, ya que muchos programas federales –que incluyen devolución de impuestos, subvenciones y garantías crediticias- exigen cofinanciación privada. El ejemplo más reciente de los intereses de los inversores fue el anuncio de Google de que gastaría US$200 millones en un proyecto de trasmisión de electricidad eólica cerca del Atlántico. Se espera que la totalidad del proyecto ascienda a US$5.000 millones.
La inversión total de capital-riesgo en tecnologías limpias en Norteamérica, Europa, India y China entre enero y septiembre de este año ha sido US$5.700 millones, ligeramente superior a los US$5.600 millones invertidos en 2009 según Cleantech Group, una empresa de redes e investigación.
Pero ¿hasta qué punto es esta rápida oleada de inversiones en tecnologías limpias una víctima de una exuberancia irracional y de la mentalidad de manada a menudo asociada a las inversiones de capital-riesgo? Más de lo que podríamos pensar, responden expertos de Wharton y miembros de la comunidad inversora, que además advierten que este aluvión de actividad no es garantía de que las inversiones en tecnologías limpias vayan a ser tan rentables como algunos predicen. “Existe el peligro de que se convierta en una moda pasajera, ya que la gente puede percibirlo como la siguiente oportunidad de oro”, dice Eric Orts, profesor de Derecho y Ética Empresarial de Wharton. “Podría haber mucho dinero tras ideas no muy buenas”.
Esto es un tema preocupante no sólo en Estados Unidos. Por ejemplo, China también está relanzando su economía con un montón de subsidios. Entre estos se incluyen US$15.000 millones para una serie de proyectos pilotos de coches eléctricos, y diversos descuentos fiscales para consumidores individuales cuando adquieren productos verdes. En opinión del columnista del New York Times Thomas Friedman, “el gobierno chino simplemente decidió su alineación ideal: 16 empresas estatales iban a abandonar el petróleo e introducirse de lleno en la futura fuente de crecimiento industrial: los coches eléctricos”. A medida que otros países se suben al tren, Orts –que también es director del programa Initiative for Global Environmental Leadership de Wharton-, se pregunta sobre la fortaleza relativa de las empresas que están respaldando las inversiones en las nuevas tecnologías limpias.
Cosas sucias. Expertos también señalan que los subsidios no deberían ser el único modo en que los gobiernos presten su apoyo a las tecnologías limpias. Por ejemplo, dada la indignación general a raíz del derrame de petróleo en el Golfo de México, el momento temporal podría ser perfecto para que los legisladores aumenten los impuestos al petróleo y al carbón. “Gravas las cosas sucias y automáticamente las limpias disfrutan una ventaja en precios”, dice Orts. Pero también reconoce el objetivo hercúleo de conseguir que semejante legislación se apruebe con las elecciones a la vuelta de la esquina y una intensa actividad de los lobbies en el Capitolio.
No obstante, esto no significa que los debates deban llegar a su fin, señala Lise Dondy, presidente de Connecticut Clean Energy Fund, que promueve el desarrollo de energías limpias a expensas de los pagos que realizan los ciudadanos de dicho estado por el uso de los servicios públicos. “Este país no ha adoptado una posición en relación con el carbono, y a menos que de cierta forma se puede fijar un precio al carbono, las energías renovables acaban siendo dependientes de esos subsidios”, explica. “Es horrible para los inversores no tener una política consistente en el largo plazo”.
Es más, “los subsidios vienen y se van”, señala Dondy. Y para ejemplo un botón: el crédito fiscal (de hasta US$2.000) que se aplica al 50% de la compra de una batería de coche eléctrico, una medida federal que finaliza el 31 de diciembre. Con las elecciones al Senado y la Cámara de Representantes, es poco probable que los descuentos fiscales se renueven, lo cual podría suponer un duro golpe al desarrollo de la naciente empresa de vehículos eléctricos en el país.
Raffi Amit, profesor de Empresa de Wharton, señala que las nuevas empresas de tecnologías limpias –a diferencia de por ejemplo las de Internet-, “precisan grandes cantidades de capital antes de proporcionar rendimientos a los inversores… Cuando los costes fijos son muy elevados, el nivel de riesgo es diferente”. No obstante, las inversiones en tecnologías limpias son muy atractivas, dice Amit, porque “el rendimiento es enorme si algunas de estas inversiones tiene éxito. Sin lugar a dudas, poco a poco iremos abandonando los combustibles fósiles para abrazar el viento, el sol y el agua”.
Tierra, viento, no fuego. En 2009 el 10% de la electricidad consumida en Estados Unidos fue generada por fuentes renovables. La EIA (Energy Information Administration), perteneciente al Departamento de Energía, predice que la cantidad aumentará el 17% durante los próximos 25 años. Asimismo predice un incremento del 41% en la generación de energía eléctrica renovable no hidraúlica entre 2008 y 2013, mientras la capacidad instalada para generar energía eólica crece rápidamente, más del doble, desde 2008 y 2013, hasta los 50 gigavatios. Mientras, la American Solar Energy Society afirma que la energía solar por paneles –que ha crecido un 40%, hasta los 435 megavatios, de 2008 a 2009-, podría crecer entre el 50 y el 100% este año.
A la luz de estas cifras de crecimiento, la perspectiva de una legislación –o de regulaciones nuevas y más estrictas-, posiblemente consiga que el tema de la sostenibilidad siga en el candelero de las corporaciones americanas durante un largo periodo de tiempo. El senador demócrata Jeff Bingaman de Nuevo México, presidente del Senate Energy and Natural Resources Committee, introdujo una ley para reducir las emisiones generadas por los servicios públicos a principios de septiembre. Incluso sin dicha legislación, la Environmental Protection Agency sigue proponiendo otras medidas regulatorias, como por ejemplo, limitando las emisiones de las fábricas.
Según Jason Wingard, vicedecano de dirección de ejecutivos de Wharton, el interés en el sector es por sí mismo un aliciente para que las empresas mejoren sus “estrategias ecológicas” y, en consecuencia, pasa a formar parte de las agendas, creándose incluso un nuevo puesto ejecutivo: el director de sostenibilidad (CSO, chief sustainability officer). Empresas que van desde Alcoa a Cisco o DuPont ya tienen directores de sostenibilidad centrados en, entre otras cosas, cómo y cuándo invertir en tecnologías limpias. Wingard dice que Wharton está considerando lanzar un nuevo programa este año dirigido a este tipo de directivos; espera que la demanda de CSOs crezca a medida que “más y más empresas quieran poner en marcha prácticas sostenibles y deseen formar a su personal”.
Vista en el largo plazo. El reto para empresas y para la comunidad inversora es saber discriminar y seleccionar en un entorno de publicidad exagerada para el sector. En medio de lo que considera un “fenómeno de manada”, el profesor Amit sostiene que “las inversiones en tecnologías limpias, con el ex vicepresidente al Gore y otros comprometidos, es un tema de moda. Muchas empresas están metiéndose en el tema porque es políticamente correcto. Implicarse conlleva comprometer mucho capital en un número relativamente pequeños de oportunidades de inversión”.
Y muchas de esas oportunidades depende de la dirección en la que sople el viento, ya que el capital se mueve hacia aquello de lo que la gente más habla. Ahora mismo se está hablando de los biocombustibles, dice Samhitha Udupa, analista de tecnologías limpias en Lux Research, Boston. “Ahora mismo está de moda porque todo el mundo habla del derrame de petróleo en el Golfo. Una enorme cantidad de dinero se está invirtiendo en el sector sin tener mucha idea de cuánto tiempo se necesitará antes de que estos negocios se vuelvan comercialmente viables. “Aún se están investigando sobre algunos tipos de biocombustibles; se deben probar en el laboratorio antes de que ”tenga sentido producirlos a gran escala”. Pero los inversores en tecnologías limpias quieren rendimientos en 7-10 años, cosa que no se producirá para la mayoría de estas tecnologías.
Otros proyectos de biocombustibles son bastante delicados, señala Udupa. Por ejemplo, el combustible de algas es una “gran oportunidad”, pero es una tecnología particularmente difícil de comercializar; los costes para empezar son muy elevados, el tiempo de desarrollo es largo y en la actualidad no se producen suficientes algas para biocombustibles. “Nunca será económicamente viable. Los costes son ridículos y nunca estará a la par con el petróleo”, afirma.
La revista Biofuels Digest informaba en marzo de este año que menos de 25 de las 80 empresas mundiales de algas habían mostrado un estudio de prueba de concepto a los inversores más allá de la fase de laboratorio. “Unos pocos han sido capaces de convencer a los inversores para arriesgarse e invertir US$1 millón o más para pasar de la producción inicial en el laboratorio al estudio de prueba de concepto”, se podía leer. “Si un proyecto con algas no es capaz de a) demostrar y probar que su tecnología funciona a pequeña escala, y b) producir más de 1.000 toneladas de biomasa o al menos 100 galones de petróleo con sus socios, es poco probable que los inversores se fijen en ellos”.
Sin embargo, las algas han atraído grandes inversiones privadas de capital. El pasado año se firmaba un acuerdo de US$10 millones entre BP y Market Biosciences, el productor de algas con base en Maryland, así como una colaboración de US$600 millones entre ExxonMobil y Synthetic Genomics en La Jolla, California. Otras dos empresas de reciente creación de California, Solazyme y Sapphire Energy, han recibido inversiones por más de US$100 millones para desarrollar biocombustibles a partir de las algas.
Greg Neichin, director operativo de Cleantech Group, señala que gran parte del pesimismo y precaución alrededor de las tecnologías limpias procede de “las grandes inversiones en energía solar y biocombustibles que no han tenido éxito”. Sin embargo, unas cuantas malas inversiones no deberían contaminar al resto del sector. “Caracterizar a las tecnologías limpias como una inversión monolítica es muy complicado”, dice Neichin. “Las necesidades de capital para estas empresas son muy diversas”. Las tecnologías limpias son una gran área, añade, con diversas ofertas, desde energía eólica y solar hasta software para gestión energética en viviendas y negocios. Y las inversiones relacionadas con las necesidades energéticas futuras e infraestructura acuífera son muy prometedoras, añade, aunque “no son negocios que vayan a ser rentables de la noche a la mañana”.
Mientras, no se espera que Google sea la única empresa interesada en las tecnologías limpias. “Algunos de los inversores más inteligentes del mundo”, incluyendo el presidente de Microsoft Bill Gates, el consejero delegado de Berkshire Hathaway, Warren Buffet, o el consejero delegado de Google, Eric Schmidt, “están invirtiendo en los cimientos de las tecnologías limpias”, dice Dan Becker, director de Safe Climate Campaign, que hace lobby en Washington DC para conseguir una legislación para el calentamiento global y a favor de más coches ecológicos. “Por el bien de nuestro planeta y nuestra economía, odiaría que no tuviesen razón”.