Estas líneas fueron entregadas antes del partido de fútbol del 11 de octubre. El título no se refiere a que esperamos una derrota que nos deje fuera del mundial. Por el contrario, ojalá el resultado nos lleve a Brasil.
Su significado se refiere a la contienda electoral que vive su etapa final. De ser cierta la aseveración, como creo es el caso, afectará los anhelos de muchos chilenos.
Muchas veces la política se centra en quien gana una elección. Pero de nada sirve el triunfo si al final se imponen ideas que permean la sociedad trabando la creatividad de un pueblo, llevándolo a una lucha distributiva inútil e hipotecando su progreso. Hay ejemplos de quienes parecían ser candidatos equivocados y que fruto del entorno o de su convencimiento posterior llevaron a sus pueblos por la senda correcta. También existen quienes prometían como líderes pero que fueron llevados por la corriente en la dirección contraria.
Hoy en la boleta presidencial hay más candidatos que nunca. Pero tendríamos que mirar las elecciones previas al intento de imponer el marxismo en Chile para encontrar tantas propuestas que desconfían del individuo, que ven como enemigas a las personas de esfuerzo impulsoras del progreso, que buscan que el Estado gaste más y acorrale a la gente con su maquinaria. Abundan los planteamientos rupturistas, que disfrazados de palabras como democracia o participación buscan dotar a los políticos de más poder y liberarlos de su obligación de buscar consensos.
Existen posturas que no siguen ese patrón, pero son honrosas excepciones. También es cierto que lo que vemos en la campaña no es más que la culminación de un proceso progresivo de los últimos años.
Paulatinamente, el acuerdo sobre cómo se progresa, que Chile conquistó tras vivir las consecuencias dolorosas de excesos ideológicos y promesas fáciles, se está desvaneciendo. Dado este universo de propuestas y medidas, no podemos más que aseverar que independientemente de quién gane la contienda presidencial, Chile ya perdió.
El progreso vivido en las últimas décadas es fruto del trabajo de años en que las políticas cooperaron. A su vez, desde mediados de los 2000 nos beneficiamos por el alza del cobre, pero ya consumimos esa bonanza a través de una demanda que crece más que el producto y con un aumento de costos que erosiona fuertemente los márgenes de las empresas, especialmente Codelco.
Si queremos un Chile ganador, nuestros debates deben centrarse en cómo dar más empleos y mejores remuneraciones con un cobre que no ayudará. Tenemos algún tiempo, pues el país tiene una sólida posición financiera y el 2014 será el primer año normal de la economía mundial desde la crisis de 2008. Pero el tiempo es escaso y la inercia del ambiente puede ser el golpe de gracia que nos haga perder esta oportunidad.
Es imprescindible revertir la desconfianza en las empresas, que son las que generan la riqueza que necesitamos. El problema energético es grave y tiene solución solo si se enfrenta con coherencia y realismo; lamentablemente pocas propuestas concretas hay al respecto.
La mejora de la productividad es esencial para crecer; si hay ideas sobre la materia, no se oyen, y abundan medidas para entrabar las inversiones, el empleo, las tecnologías, la flexibilidad operativa y así, avanzar es imposible. Las ideas para aportar más recursos a educación, especialmente a las universidades estatales, son muchas, pero es pobre la discusión de cómo mejorar la preparación de los jóvenes en conocimientos, valores y creatividad para el mundo diverso del futuro.
Ofrecer pensiones es simple, sobre todo si cargamos el costo de esas promesas a las nuevas generaciones. Discutir cómo cambiar los incentivos y adaptar los beneficios a las nuevas expectativas de vida es poco atractivo, pero indispensable.
La lista de lo que debiéramos debatir es larga si queremos ser ganadores. Lo que vemos hoy nos pone en el equipo perdedor. En un país exitoso, incluso las visiones alternativas se debaten sin caer en consignas y medias verdades.
Los que ahora proponen avanzar con fuerza hacia un Estado de Bienestar deben explicar por qué no caeríamos en el populismo del sur de Europa. Cuando se da como ejemplo de éxito a países nórdicos, hay que recordar que fueron los iniciadores del capitalismo. Holanda e Inglaterra comienzan la revolución industrial.
Hay que señalar también cómo la homogeneidad de la población, la mayoría aún son monarquías, contiene al populismo y cómo la diversidad producida por la inmigración los pone en riesgo. Las propuestas de aumentar el gasto público no pueden separarse de las medidas que eviten que los incentivos políticos lo desvíen con demagogia e ineficiencia.
Nada de eso sucede entre nosotros. Solo el natural optimismo del ser humano puede evitar que en este ambiente los chilenos que son el motor de la riqueza se desanimen y que, con ello, garanticen nuestra pertenencia al club equivocado.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.