Pasar al contenido principal

ES / EN

A un año del huracán Sandy: ¿qué hemos aprendido?
Jue, 07/11/2013 - 09:29

Heraldo Muñoz

El desafío de la igualdad
Heraldo Muñoz

Heraldo Muñoz es subsecretario general de la ONU y director para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La semana pasada se conmemoró el primer aniversario del huracán Sandy. Como era de esperarse, la mayoría de los medios de comunicación se concentró en la destrucción y el sufrimiento que el huracán Sandy provocó al azotar los Estados Unidos, el 29 de octubre del año pasado, dejando un saldo de más de 110 muertos y causando daños por más de US$50 mil millones.

Sin embargo, es posible que no se tenga en cuenta que Estados Unidos fue el último punto del tour de destrucción del huracán. A partir del día 24 de octubre, Sandy, uno de los mayores huracanes del Atlántico de la historia, retumbó en las Bahamas, Cuba, República Dominicana, Jamaica y otros países, antes de llegar a la costa este de los Estados Unidos.

El impacto en esta región fue enorme. En Jamaica, la mayor parte del país quedó sin electricidad, y la infraestructura pública sufrió daños valorados en cientos de millones de dólares. En las cercanías de Haití los daños fueron aún más graves, con al menos 50 muertos y millones de afectados. Cuba, donde el huracán alcanzó su máxima intensidad, quedó con al menos US$7 mil millones en daños, incluyendo más de la mitad de las viviendas en Santiago de Cuba.

A un año de Sandy, hay muchas lecciones que deberíamos aprender de los habitantes del Caribe, a quienes la estación de huracanes provenientes del Atlántico pone a prueba periódicamente.

En una reciente visita a Puerto Príncipe, fui testigo de la tenacidad de los haitianos, quienes me llevaron a conocer las zonas reconstruidas, que habían sido las más afectadas por el terremoto de 2010. A pesar de que Haití debió afrontar un doble golpe (dado que el huracán Sandy llegó solo dos años después del terremoto, que había dejado un saldo de más de 100.000 muertos y que había afectado a otros 3 millones de personas), me sorprendió observar que la mayoría de las medidas implementadas durante el período de recuperación del terremoto ayudaron a reducir el impacto de la tormenta.

Por ejemplo, más de 300.000 personas en Haití han colaborado en las tareas comunitarias de remoción de escombros, lo que ayudó a la reconstrucción y limitó los riesgos en caso de futuros desastres naturales. Con el apoyo del PNUD y otras organizaciones, los trabajadores realizaron obras de protección de las riberas contra posibles inundaciones, construyeron muros para prevenir derrumbes y se hicieron cargo de la reforestación de bosques y manglares, destinados a bloquear los vientos y los escombros.

Si bien las tasas de muerte y destrucción en Haití fueron altas, los efectos podrían haber sido mucho peores. Es ampliamente aceptado que las medidas adoptadas antes de la llegada de Sandy, junto con la cultura de la contingencia, ayudaron a mitigar la severidad de la tormenta, salvar vidas y limitar los daños. Lo mismo podría decirse de otros países del Caribe.

Cuba es un país bien preparado frente a la posibilidad de desastres. Los centros de gestión de reducción de riesgos, creados por el Gobierno con el apoyo del PNUD, han ayudado a gestionar sosteniblemente el impacto de los huracanes. De hecho, mientras Cuba ha sido azotada por al menos 20 huracanes y tormentas tropicales desde 1996, solo registró un saldo de 56 muertes por el paso de Sandy. Aunque toda muerte es innecesaria, esta cifra podría haber sido mucho más alta si estos centros no hubieran existido.

Los centros analizan cuáles son las áreas del país que corren mayor riesgo ante la posibilidad de una tormenta y utilizan esta información para desarrollar políticas de vivienda y de planificación urbana más seguras. Con el fin de prepararse para situaciones de emergencia, se han implementado sistemas de alerta temprana y se difunde información de socorro. Ante la llegada del huracán, el año pasado, los sistemas de alerta temprana permitieron evacuar a las personas que se encontraban en las áreas más expuestas y trasladarlas a refugios.

En países tan diversos como Chile, Armenia, Bangladesh y Nepal, se ha comprobado que la preparación ante desastres naturales ayuda a mitigar sus impactos y a evitar los altos costos de limpieza y recuperación. Esta es la lección que deberían acatar todos los países propensos a desastres naturales, tanto los países ricos como los países pobres. De hecho, aunque las estimaciones son variables, el costo de protección de la ciudad de Nueva York contra futuras tormentas sería de alrededor de US$10 mil millones, una cifra considerablemente menor que la estimación de US$18 mil millones en daños materiales que Sandy provocó en la ciudad.

Si tenemos en cuenta la amenaza del cambio climático y la posibilidad de más tormentas como Sandy, que perturban el bienestar de la población y destruyen los logros que tanto ha costado alcanzar, el costo de la inversión en la preparación para desastres está más que justificado.

*Esta columna fue publicada originalmente en revista Humanum del PNUD.

Países
Autores