Tanto el oficialismo como varios representantes de los gremios empresariales muestran una confusión acerca de la balanza de pagos y la dolarización. Esta falta de claridad conduce a la idea de que para que la dolarización funcione hay que “administrar el comercio” y el flujo de capitales.
Empecemos por aclarar el concepto de la balanza de pagos. Recientemente el Ministro de Comercio Francisco Rivadeneira dijo que “Este será el primer año de déficit de la balanza de pagos que no sea compensada…por el petróleo”.1 Pero esto es imposible, la balanza de pagos siempre está en equilibrio. Lo que si puede suceder es que uno de sus componentes, la cuenta corriente (que incluye la balanza comercial) puede estar en déficit, que sería compensado con un superávit en la cuenta financiera (lo que significa que el país está atrayendo capital).
Por otro lado, el presidente de la Cámara de Comercio de Guayaquil, Eduardo Peña Hurtado, dijo que le parece bien que “se controle la balanza de pagos” pero que esto debería hacerse promoviendo las exportaciones, más no restringiendo las importaciones.2 Esto suena a la popular concepción del comercio internacional como un partido de fútbol en el que las importaciones son goles del otro equipo y las exportaciones son goles nuestros. Las importaciones también son buenas. John Stuart Mill decía que la única ventaja directa del comercio internacional son las importaciones: permitiendo que el país obtenga cosas que no hubiera podido producir o lo hubiera tenido que hacer a un costo mucho mayor.3 El comercio no es un juego de suma cero.
Todo esto está relacionado con el miedo de que algún día los ecuatorianos nos levantaremos y sufriremos la repentina escasez de dólares -ya sea por que cayó el precio del petróleo o los inmigrantes nos dejaron de enviar remesas o cualquier otro shock externo importante para la economía ecuatoriana.
Empecemos por aclarar que cualquiera de estos golpes serían duros estando dolarizados o teniendo moneda propia. La única diferencia es que estando dolarizados no le estaría permitido a nuestros políticos agregarle candela al fuego devaluando y generando la correspondiente inflación.
Lo bueno de estar dolarizados es que estamos automáticamente apegados a un tipo de cambio real, es decir, el principio que tiende al equilibrio comercial y de pagos. Vivimos en lo más cercano que existe en el mundo moderno al patrón oro clásico. David Hume explicó hace más de 200 años, cuando el comercio internacional se hacía en términos de metales preciosos, particularmente oro, que cuando una nación exportaba más de lo que importaba, acumulaba oro, y los precios internos tendían a subir, haciendo más atractivas las importaciones. Cuando estas superaban a las exportaciones, la nación comenzaba a perder oro, y concomitantemente sus precios internos a bajar, reversándose el proceso al nuevamente las exportaciones comenzar a superar las importaciones. Entonces, la balanza comercial, aunque nunca en equilibrio, siempre tiende a este en forma automática -si los políticos se lo permiten. En dolarización, este ajuste automático se da de igual forma: con dólares en lugar de oro.
Así que no es necesario restringir las importaciones y controlar los flujos de capitales para que la dolarización funcione. Varios gobiernos pasaron por Carondelet sin tener estos poderes y funcionó. También ha funcionado así en Panamá desde 1904 y en El Salvador desde 2001.
Referencias:
1. “Francisco Rivadeneira advierte sobre déficit”. El Universo. 12 de diciembre de 2013.
2. “Un certificado para importar inquieta al sector empresarial”. El Universo. 7 de diciembre de 2013.
3. Mill, John Stuart. “Chapter XVII: Of Internacional Trade” en The Collected Works of John Stuart Mill, Volume III.
*Esta columna fue publicada originalmente con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.