Las recientes manifestaciones ciudadanas en varios países latinoamericanos ratifican la urgencia de entender las demandas de las y los jóvenes, que han sido protagonistas, y de redoblar esfuerzos ante persistentes problemas estructurales de nuestras sociedades, especialmente la desigualdad. Pero también son una oportunidad de repensar la gobernabilidad democrática en el siglo 21, de la era digital y del activismo por las redes sociales.
El incremento de tales movilizaciones también nos dice que los jóvenes, más allá de ser escuchados, quieren participar activamente en el desarrollo de sus sociedades. De hecho, la 1ª Encuesta Iberoamericana de Juventudes, que presentamos el 22 de julio en Madrid, muestra que los jóvenes esperan que su participación aumente en los próximos cinco años. En consecuencia, si las instituciones no abren espacios formales a los jóvenes, entonces las protestas se convertirán en el medio más efectivo para hacerse escuchar. Y la región desperdiciaría una oportunidad de capitalizar la participación ciudadana y ampliar la calidad de su gobernabilidad democrática.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrrollo (PNUD) ha participado del proceso de definición, administración y análisis de la Encuesta Iberoamericana de Juventud, preparado en alianza con la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ), con los dos principales bancos de desarrollo de América Latina (BID y CAF) y otros socios. En particular, a partir de nuestra experiencia de varias décadas en la producción de Informes de Desarrollo Humano, el PNUD ha contribuido en la construcción del Índice de Expectativas Juveniles, que se asienta en torno a la percepción y valoración subjetivas de los derechos sociales, económicos y políticos.
Más que nunca, medir tales expectativas es fundamental para la región, especialmente en este momento de alta movilización de las juventudes, que a la par de muchos ciudadanos, aspiran a una mayor calidad de servicios públicos, respuesta efectiva de las instituciones democráticas y trato digno. En nuestra encuesta, las y los jóvenes dijeron lo mismo que nos están diciendo desde las calles: esperan más en términos de reducción de la corrupción, de la violencia, de la pobreza y la desigualdad.
El Índice de Expectativas Juveniles también nos muestra que dos tercios de los jóvenes de Iberoamérica ven el futuro con una mirada positiva y que las expectativas sobre el futuro son más optimistas que las evaluaciones sobre el presente. Además, los jóvenes expresan más confianza en las capacidades propias que en el entorno en el que se desarrollan.
Los climas de “crisis” no parecen tener una relación lineal con las expectativas de los jóvenes, según revela el Índice. Por ejemplo, los jóvenes españoles no muestran niveles bajos de expectativas en el futuro.
Ecuador, Costa Rica y Nicaragua surgen en nuestro Índice de Expectativas Juveniles como los países con los jóvenes más optimistas (seguidos por Uruguay, Venezuela y Panamá), con una amplia expectativa en el futuro. En el lado opuesto, aparecen Portugal, Guatemala y Brasil, quienes obtuvieron las opiniones menos alentadoras.
Además, la preocupación por la pobreza y la desigualdad se corresponde razonablemente con datos recientes que indican que la incidencia en la región de la pobreza y la indigencia afectan a 25% de los jóvenes de entre 15 a 29 años, quienes ven insatisfechas sus necesidades básicas, incluidas las alimentarias, pese a que América Latina ha pasado una década de crecimiento generalizado tanto en términos de sus economías como de sus dotaciones en capital humano.
La juventud representa una oportunidad única para el desarrollo y la gobernabilidad de la región: de los casi 600 millones de latinoamericanos y caribeños, más de 26% son jóvenes entre 15 y 29 años. Por eso, como instrumento relevante en nuestro trabajo con la juventud, este año lanzamos junto a la OIJ la plataforma on line -Juventud Con Voz- también con el apoyo de la Cooperación Española, con quienes hemos desarrollado una alianza estratégica de colaboración. El objetivo es ampliar la participación política, alentar el debate, y desarrollar las capacidades de los jóvenes entre 15-29 años, especialmente las mujeres, los afro-descendientes y los indígenas.
La necesidad de incrementar y fomentar la participación de las juventudes desde su diversidad representa uno de los mayores retos dentro de la visión de una democracia de ciudadanía que impulsa el PNUD. Para ello, se requiere no sólo de un compromiso sostenido por parte de los jóvenes, sino también de un reconocimiento social de que son actores clave para el desarrollo y el cambio democrático. De allí, la necesidad de apoyar el empoderamiento, la articulación y el liderazgo de los jóvenes de la región en la definición de propuestas para una agenda juvenil plural, integradora y democrática.
Este es un compromiso que renovamos con las nuevas generaciones de latinoamericanos que han tenido, y seguirán teniendo, el privilegio de nacer y crecer en democracia.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.