Durante más de cuatro años, el mandatario republicano cultivó una base política al compartir sus pensamientos y emociones diariamente, creando una especie de omnipresencia. Se convirtió en el centro de atención, la estrella del reality show que este miércoles llega a su fin.
Washington. Una corbata roja, a menudo demasiado larga. Un puño levantado frecuentemente en alto para una multitud que lo apoyaba. El ceño fruncido. Un tono de voz elevado.
El presidente Donald Trump nunca ocultó cómo se sentía. Sus palabras y lenguaje corporal dejaron en claro sus pensamientos.
Durante más de cuatro años, el mandatario republicano cultivó una base política al compartir sus pensamientos y emociones (orgullo, felicidad, indignación, rabia) diariamente, a veces a cada hora, creando una especie de omnipresencia que dominó por completo el ciclo de las noticias.
Como ningún presidente de Estados Unidos lo hizo antes, se convirtió en el centro de atención, la estrella del reality show que fue su Gobierno, siempre con un ojo para la cámara, un don para lo dramático, un instinto para lo escandaloso.
A sus seguidores les encantó. Sus oponentes lo odiaban. Independientemente de estas preferencias, casi todos sintonizaron. El país y el mundo miraron y fueron consumidos.
El programa puede haber tenido consecuencias mortales. Cientos de miles de personas en Estados Unidos murieron a causa de la enfermedad asociada con el coronavirus, mientras que Trump minimizaba el peligro de la pandemia y no se mostraba con barbijo.
Las divisiones raciales y políticas de Estados Unidos se ampliaron bajo Trump y los niños migrantes fueron separados de sus padres.
El presidente utilizó el poder de sus palabras y de su despacho para atender a su base política, con la que mantenía una línea directa de comunicación a través de su ahora suspendido feed de Twitter.
Recordó lo que les había prometido como candidato presidencial y buscó con cierto éxito cumplir esas promesas de construir un muro fronterizo, revertir la inmigración y reducir los impuestos.
Amenazó e irritó a los líderes mundiales durante sus viajes al extranjero, complicando las relaciones con los aliados de Estados Unidos que, en su opinión, no estaban llevando su peso financiero en las alianzas globales.
Criticó y vilipendió a la prensa, mientras ansiaba la atención y el respeto de los periodistas. La base disfrutó de su demonización de los medios y lo recompensó con aplausos y vítores por los apodos peyorativos que le asignó.
Trump lo dio todo por sus seguidores. Los encendió en mítines regulares y extrajo energía de su adulación y entusiasmo por su estilo poco convencional, que los críticos catalogaban de presidencial.
"Veo a Trump como un luchador por la gente que realmente trabaja y es la columna vertebral en este país", dijo Will Williams, quien asistió al mitin de campaña de Trump en junio en Tulsa, Oklahoma, mientras la pandemia de coronavirus se desataba. "Lo recordaré como (un) héroe".
La historia puede que no.
Con el motín del 6 de enero en el Capitolio por parte de partidarios de Trump que creían en sus falsas afirmaciones de fraude electoral, el legado de un segundo juicio político casi con certeza eclipsará cualquier logro, real o percibido.
"Cuando un presidente incita a una insurrección que podría haber matado a su vicepresidente, al presidente de la Cámara y a otros miembros del Congreso, podría haber destruido una elección presidencial libre y podría haber perjudicado permanentemente nuestra democracia, hay muy pocas cosas buenas que puedan eclipsar eso", dijo el historiador Michael Beschloss.
Este miércoles, Trump dejará la Casa Blanca por última vez como el presidente número 45 de Estados Unidos. Tomará su último vuelo en el helicóptero Marine One a la Base Conjunta Andrews, donde abordará el Air Force One rumbo a Florida.
Trump verá a su sucesor, el demócrata Joe Biden, tratar de deshacer gran parte de lo que hizo durante su mandato.
El reality show de la Casa Blanca habrá terminado. Pero su base partidaria, al menos en parte, seguirá aún pendiente de sus declaraciones, en cualquier medio que le dé lugar.
"Creo que él entiende el poder de sus palabras. Creo que disfruta con ellas", dijo un funcionario de alto rango de su gobierno que consideró renunciar después de los disturbios.
"Y creo que seguirá haciéndolo".