La innovación se ha convertido en el Santo Grial de las economías modernas. Sea España, Brasil o India, todos los países están volcados en repensar sus modelos de inserción internacional para subir la cadena de valor agregado. Desde Robert Solow, los economistas han insistido en que la innovación, en particular la tecnológica, es la principal fuente de productividad y crecimiento.
A pesar de tener pocas ventajas para emprender semejante aventura, hay un pequeño país que ha logrado aproximarse a este ideal de desarrollo económico. Se trata de Israel. A primera vista su economía cuenta con pocas ventajas: no tiene recursos naturales, ni siquiera agua, y está rodeado por potencias enemigas. Sin embargo, Israel es hoy el país con la mayor densidad de start-ups per cápita en todo el mundo, y el que tiene más empresas listadas en el Nasdaq después de Estados Unidos.
En 2008, la inversión en capital semilla por habitante en Israel era 2,5 veces mayor que en EE.UU., 30 veces más que en Europa y 350 veces más que en India o Brasil. Se calcula que en los últimos 20 años se crearon más de 240 fondos de capital riesgo en Israel. Con apenas 7 millones de habitantes, atrae más inversión en capital riesgo que Francia o Gran Bretaña. Gigantes mundiales como Intel o Cisco tienen hoy el corazón de sus centros de Investigación y Desarrollo en Israel.
En el libro Start-Up Nation: The Store of Israel’s Economic Miracle (Hachette Book Group, 2009), Dan Senor y Saul Singer analizan lo ocurrido en ese país. Para los países latinoamericanos que buscan impulsar la innovación hay aquí algunas experiencias de gran interés. Obviamente hay instituciones que no son replicables y experiencias que no se aclimatan a otros contextos. Sin embargo, el papel jugado por la diáspora judía en el mundo, la manera como este Estado supo y buscó deliberadamente captar inmigrantes, cómo impulsó una política industrial apalancándose en el capital de riesgo privado, son todas experiencias de las cuales los países latinos pueden aprender e inspirarse. Irlanda ya lo hizo y acaba de lanzar un programa de capital riesgo que toma como modelo la experiencia israelí.
Lo que llama la atención de Israel es el afán por tomar riesgos, aprender de los ensayos y errores, cuestionar lo establecido y la autoridad, en definitiva, apostar por la disonancia cognitiva. En uno de los capítulos del libro se cuenta cómo los equipos de Intel Israel, liderados por emprendedores e ingenieros israelíes, insistieron y desafiaron a sus superiores en Santa Clara, California, a llevar sus innovaciones al mercado y convertir los procesadores imaginados por ellos en los éxitos mundiales que luego logró Intel.
El mismo impulso de innovación disruptiva lo tuvo el emprendedor israelí Shai Agassi. Tras convertirse en el miembro más joven del equipo directivo de la firma alemana de software SAP, dimitió para lanzarse en una aventura totalmente disruptiva. Con el propósito de convertir el mundo en un “sitio mejor”, se propuso nada menos que acabar con la industria petrolera (en su opinión nefasta por contribuir a la contaminación del planeta), enfocándose en terminar con su principal cliente: la industria automotriz.
¿Su idea? Crear un automóvil que utilice baterías eléctricas.
El ejemplo de Israel muestra que nada impide a un país innovar y dotarse de las industrias tecnológicas más de punta, ni siquiera la escasez de todo. Tampoco existe un ADN que impida innovar: después de todo, Israel se formó sobre la base de oleadas masivas de inmigrantes procedentes de todos los rincones del mundo.
América Latina podría seguir los pasos de Israel. Según un informe próximo a publicarse (Innovalatino, de la escuela de negocios INSEAD y del Centro de Desarrollo de la OCDE), hay un vivero importante de innovación en procesos industriales y un gran caudal de creatividad empresarial en toda la región. Basta con pensar en la innovación logística de la cementera mexicana Cemex o en la creatividad gastronómica del chef peruano Gastón Acurio.
La región se puede inspirar en la experiencia israelí para aprovechar mejor el capital humano de las diásporas latinas (en particular las asentadas en EE.UU. y en Europa), activar más sus fondos de capital riesgo y fomentar más la creación de centros de ingeniería o gestión de excelencia mundial. Pero, ante todo, puede aprender a premiar ese espíritu de disonancia cognitiva y disruptiva. Porque un tipo de mentalidad así no es exclusivo de ninguna nacionalidad.