La expansión de las ciudades cercanas al lago navegable más alto del mundo, ubicado en la frontera entre Bolivia y Perú, ha creado un problema creciente de contaminación, alterando el paisaje del lago y forzando la adaptación de quienes viven a su alrededor.
Lago Titicaca. Isaac Callizaya, de 39 años, creció escuchando el romper de las olas en las orillas del Titicaca, una enorme masa de agua en la frontera entre Bolivia y Perú que, a 3.800 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del mundo.
La comunidad pesquera en la que nació, en una isla cerca del extremo sur del Titicaca, ha cambiado mucho con los años. Son muchos los que han dejado la aldea en la isla de Pariti y la expansión de las ciudades cercanas ha creado un problema creciente de contaminación, alterando el paisaje del lago y forzando la adaptación de quienes viven a su alrededor.
"Cuando era un niño en la década de 1990, todas las familias en la isla vivían de la pesca. Hoy sólo tres familias están pescando, capturando sólo unos 20 peces por día", cuenta Callizaya. Ahora él mismo tiene una casa en la ciudad cercana de El Alto.
"Antes del año 2000 había alrededor de 50 estudiantes en el nivel primario (en la isla). Este año sólo tenemos uno".
Los ecologistas temen el impacto de largo plazo en el lago, destino popular para turistas que llegan a ver sus aguas azules y heladas con el fondo de las montañas y las comunidades tradicionales, algunas de las cuales viven en islas artificiales construidas enteramente a partir de cañas.
El lago fue alguna vez considerado una deidad por los pueblos precolombinos que vivieron en sus costas y de cuyas espumas nacieron Manco Cápac y Mama Ocllo, los hijos del Dios Sol, según la leyenda.
Además de plantas y animales nativos, como la enorme rana endémica del Titicaca, de él dependen millones de seres humanos que viven cerca, como en la ciudad boliviana de El Alto, a unos 40 kilómetros al este.
Las comunidades alrededor del lago viven de la pesca, el turismo, la cría de animales y el chuño, papa de altura que se consume deshidratada.
Su entorno de gran altitud también es de gran interés para los investigadores del cambio climático, ya que estos ecosistemas son muy sensibles al calentamiento global, lo que lo convierte en un alerta temprana de los cambios en el planeta.
Xavier Lazzaro, especialista en sistemas acuáticos del instituto de investigación francés IRD, dice que la falta de plantas de tratamiento de agua, la industria local, el turismo y el calentamiento global están afectando al lago, especialmente al más pequeño y poco profundo "Lago Menor".
Lazzaro, que ha estado rastreando de cerca los contaminantes en el lago durante muchos años, usa una boya con energía solar para realizar mediciones en tiempo real de la calidad del agua, pero dice que todavía no hay suficientes datos para ilustrar de manera confiable la magnitud del problema.
Con el tiempo, una acumulación de sedimentos, floraciones tóxicas y cambio climático podría hacer que el Lago Menor se vuelva más superficial y finalmente se seque, dice.
"Este escenario catastrófico no es ciencia ficción. Por supuesto, tomará décadas, siglos para que suceda", advierte, mientras conduce a través de las altas montañas con vista al lago. "Será más rápido si no se toman medidas".
Los gobiernos locales han tomado medidas para tratar de limpiar el lago, pero es una batalla difícil de ganar del todo.
Óscar Limachi, de 48 años, miembro de la comunidad local Qewaya y que trabaja como guía turístico en el lago, dice que los desechos de El Alto y la falta de entendimiento sobre el riesgo de contaminación cambian el hábitat para siempre.
"También es nuestra culpa, la gente tira basura y plástico en todas partes, no entienden que esto es contaminante", reconoce, y agrega que muchas variedades de plantas en el lago ya han desaparecido.
"Los peces solían vivir, comer y poner sus huevos entre estas plantas. Ahora no hay plantas, así que no hay peces", dice. "Tememos que algún día el pez desaparezca o migre para siempre".