Los países más grandes de América Latina en tamaño y población, México y Brasil, se han movido en direcciones económicas opuestas por más de una década. Hasta hace poco, Brasil era visto como el país más exitoso en la región, principalmente debido a su alta tasa de crecimiento, que alcanzó una cumbre de 7,5% en 2010. La economía de México, por el contrario, parecía incapaz de estar a la altura de su potencial, en parte debido al alto nivel de violencia como consecuencia de la guerra del gobierno contra los carteles de la droga.
Era de conocimiento público, por supuesto, que la fuerza impulsora del éxito brasileño era la insaciable demanda china por materias primas y alimentos para sostener su fenomenal crecimiento promedio de 10,9%.
México, por desgracia, ya no estaba produciendo suficiente petróleo y su sector manu-facturero no era rival para China, pues los salarios mexicanos son superiores a los chinos en un 200%.
Por su parte, Brasil no parecía demasiado preocupado por su creciente dependencia de China, creyendo que el crecimiento de China era la “nueva normalidad”. Luego se tornó evidente, sin embargo, que el crecimiento de China dependía de exportar a un enorme y creciente mercado estadounidense. Cuando EE.UU. entró en recesión, su demanda por productos chinos disminuyó. Como resultado, la economía de Brasil cre-ció sólo 2,7% en 2011 y un magro 0,95% en 2012.
Al mismo tiempo, el diferencial salarial entre trabajadores chinos y mexicanos casi ha desaparecido, como resultado de la necesidad de China de satisfacer las demandas de salarios más altos de su mano de obra calificada. El sector manufacturero mexicano es ahora competitivo con China. Teniendo en cuenta el acceso preferencial de México al mercado de EE.UU., así como los bajos costos de exportación de México hacia EE.UU., muchas empresas han comenzado a trasladar su producción desde China hasta México. Este proceso se vio facilitado por la disminución de la tasa de homicidios en México durante el año pasado. Todos estos factores, combinados con un modesto crecimiento en EE.UU., que absorbe aproximadamente el 80% de las exportaciones mexicanas, ayudaron a México a alcanzar una tasa de crecimiento de 4% en 2011 y 2012.
La gran pregunta es si la mejora en la situación de México y el deterioro de la de Brasil son fenómenos de corto plazo o algo permanente. El modelo de desarrollo de Brasil parece menos prometedor. Depende fuertemente de la exportación de materias primas y utiliza subsidios, aranceles y derechos de importación para proteger sus industrias no competitivas y mantener puestos de trabajo. Su crecimiento es también muy dependiente del consumo doméstico financiado a través del crédito, lo que ha dado lugar a altas tasas de morosidad. También mantiene altas tasas de impuestos para sostener una burocracia gubernamental costosa y caros sistemas de pensiones y de bienestar. Como resultado, la economía brasileña se ha convertido en menos productiva y competitiva a nivel mundial que la de México.
La estrategia de México es casi lo contrario de Brasil. Ha abierto una gran parte de su economía a la inversión extranjera y a la competencia y ha firmado acuerdos de libre comercio con muchos países. Como resultado, su sector exportador es altamente pro-ductivo y competitivo. El gobierno también ha adoptado prudentes políticas fiscales y monetarias. México tiene además un bajo nivel de endeudamiento, baja inflación y una moneda altamente convertible. A diferencia de Brasil, que es miembro del Mercosur (un grupo comercial proteccionista y disfuncional), México se ha unido a Chile, Perú y Colombia para formar la Alianza del Pacífico, que tiene un PIB combinado de más de US$ 2 billones.
Suponiendo que la bonanza de 2000-2011 no se repetirá en el corto plazo, parece más probable que el camino de México resultará ser el más sostenible y que Brasil tendrá que desplazarse cada vez más hacia una economía más abierta y liberal en los próximos años. La historia puede estar una vez más en el lado del comercio libre que del capitalismo de Estado.