En el nombre de la reunificación familiar -un noble fin- Estados Unidos ha creado un sistema migratorio que discrimina a individuos altamente calificados y que no tienen parientes en el país. Mi empleada hondureña, como ciudadana estadounidense, puede traer inmediatamente a su tía enferma de 81 años a residir en Estados Unidos. Un científico brasileño con doble doctorado en informática e ingeniería biomédica y cuatro patentes a su nombre, pero sin familiares aquí, tiene que esperar años para obtener una visa migratoria.
“Sin sentido”, “irracional”, “absurdo” son los epítetos apropiados para describir nuestro complicado y confuso sistema migratorio. Este sistema mina nuestra competitividad económica, como lo demuestra la caída de Estados Unidos al cuarto lugar en el Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y al quinto lugar en el Índice Global de Innovación. También explica en parte los malos resultados de los estudiantes estadounidenses en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) y el descenso en el número de egresados de estas disciplinas.
Tal como las compañías que externalizan parte sus operaciones en el extranjero para aumentar su productividad, Estados Unidos tiene que “internalizar”, producir más en casa. Contratar talentos extranjeros es la forma más rápida y la más segura de hacerlo.
La evidencia confirma que los migrantes científicos, ingenieros y empresarios contribuyen inmensamente a nuestra economía. Estudios revelan que un aumento del 1% de los trabajadores extranjeros especializados en STEM dentro del empleo total eleva los salarios de los trabajadores nativos con educación universitaria entre 4% y 6%.
Entre 1995 y 2005 los inmigrantes-empresarios fundaron o cofundaron más del 25% de las compañías de tecnología e ingeniería, empleando 450.000 trabajadores. Más de la mitad de las starts-up fueron fundadas por inmigrantes.
El Congreso, sin duda, empezará a debatir la reforma migratoria este año. La expansión de las visas H1-B debiera ser una prioridad, pues existe evidencia que demuestra cuánto estimula la innovación, las aplicaciones de patentes, el empleo y el chorreo de conocimientos de los ciudadanos que trabajan en las industrias científicas y de tecnología. Ojalá el Senado y la Casa Blanca puedan juntarse y lograr un acuerdo en este campo.
En junio pasado el Senado aprobó una ley que debería aumentar el tope de visas H1-B de 65.000 a 115.000, generando otras 25.000 visas para titulados de STEM de universidades estadounidenses. La ley creó una visa de categoría “X” para empresarios con respaldo de US$100.000 o que tienen un negocio que factura más de US$250.000 al año. Crea también una visa de categoría EB-G para inmigrantes inversores con participaciones mayoritarias en una empresa estadounidense que genere más de US$750.000 de ingresos anuales. La comisión de Asuntos Judiciales aprobó el SKILLS VISA ACT (ley de visa por competencias) que levanta el tope de visas H1-B y da incentivos a los inmigrantes inversores según el monto de sus inversiones y su creación de puestos de trabajo.
Mientras tanto, los países como Canadá, Chile, Australia o el Reino Unido están atrayendo a talentos extranjeros e inversores con visas de trabajo e incentivos financieros.
¿Tendría América Latina que preocuparse por la política migratoria de EE.UU.? Totalmente. Primero, bloquea el acceso a muchos de los científicos talentosos a oportunidades de perfeccionamiento y trabajo en Estados Unidos.
Segundo, dado que muchos científicos e ingenieros latinoamericanos regresan a sus países para iniciar negocios o transferir conocimientos a socios y colaboradores locales, las políticas migratorias restrictivas de Estados Unidos retrasan la competitividad regional en materia de propiedad intelectual y emprendimiento de alto valor agregado.
El Congreso tiene que actuar inmediatamente en la reforma del sistema de visas, para reforzar la competitividad de Estados Unidos y también del resto de las Américas.