En 1988, la ONU creó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Pese a su denominación, está compuesto por científicos reconocidos dentro de sus respectivas disciplinas, los cuales debían actuar según su conciencia y conocimientos, y no como representantes gubernamentales. El PICC tenía entre sus propósitos informar sobre los consensos que pudiera alcanzar la comunidad científica en el tema del cambio climático (también conocido como “calentamiento global”). Por esa razón constituye el ejemplo por antonomasia de lo que algunos autores denominan “Comunidades Epistémicas”. Es decir, un caso en el que los términos de un debate sobre la existencia, causas, consecuencias y posibles soluciones de un problema de política pública (el cambio climático), no los definen los actores políticos habituales, sino una comunidad académica a la que aquellos reconocen un conocimiento especializado sobre la materia.
Pero precisamente porque en esos casos el conocimiento científico adquiere relevancia política, en ocasiones los dirigentes políticos vuelven por sus fueros e intentan privar a la comunidad académica del reconocimiento social a ese conocimiento especializado. Ejemplos conspicuos de ello son el retiro del Reino Unido de la Unión Europea (o “Brexit”) y la elección de Donald Trump. En el caso del Brexit, la red de profesionales a quienes solía considerarse competentes en la materia había llegado a una conclusión que resumía un artículo del diario Financial Times, titulado “El Brexit en Siete Gráficos: el impacto económico”: abandonar la Unión Europea tendría efectos perjudiciales para la economía del Reino Unido. Pero en el contexto de una revuelta populista contra las élites políticas y económicas, la campaña en favor de abandonar la Unión Europea intentó (con éxito) asociar a las redes profesionales que reivindican un conocimiento especializado con esas élites. Ese fue el caso del entonces Secretario de Justicia del Reino Unido, al ser consultado sobre el consenso académico. Según un reporte del mismo diario, “Michael Gove se rehusó a nombrar algún economista que respaldara la salida del Reino Unido de la Unión Europea, diciendo que ‘la gente ya está harta de los expertos’”.
En el caso de los Estados Unidos, existen múltiples ejemplos entre precandidatos o dirigentes del Partido Republicano de cuestionamientos al consenso de la comunidad científica en torno a la teoría de la evolución o al cambio climático. Por ejemplo, durante un debate entre postulantes a la nominación republicana para la candidatura presidencial en 2007, tres de los participantes respondieron “No” a la siguiente pregunta: “¿Cree usted en la evolución?” (esos precandidatos fueron el representante Tom Tancredo, el senador Sam Brownback y el gobernador Mike Huckabee). Por su parte, Trump sostuvo en 2012 lo siguiente (¿dónde más?) en su cuenta de Twitter: “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos con el fin de conseguir que la industria estadounidense no sea competitiva”. Otros dirigentes del Partido Republicano comparten la idea de que el cambio climático es una mentira creada con fines conspirativos, pero en esta versión los conspiradores son los integrantes mismos de la comunidad académica.
El punto no es que el consenso entre los académicos sea infalible (pocos economistas, por ejemplo, consideraban probable una “Gran Recesión” como la de 2007). Es más bien creer que si cuestiono la credibilidad social de los académicos ya no tendré necesidad de elaborar un argumento alternativo, basado en hechos verificables y razonamiento lógico.