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¿Visa para un sueño?
Mar, 29/08/2017 - 13:59

Alfredo Bullard

¿Petroperú compite en igualdad de condiciones?
Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

Al escribir estas líneas estoy en Cuba. Unos pocos días en esta isla y ya tengo mucho que escribir.

Comienzo con las peripecias para llegar a La Habana. Venía a un congreso de arbitraje. En el consulado cubano me dijeron que bastaba una visa de turista. Para mi sorpresa esa visa debe ser de las más sencillas de obtener en el mundo. Toma menos de diez minutos, pagas y te dan, sin mayor trámite, una tarjeta.

Por razones personales tenía que volar desde EE.UU. a La Habana. Cuando entré a la página web de la aerolínea americana para comprar mi pasaje me preguntaron la razón de mi viaje. Mi reflexión fue sencilla. “Si basta una visa de turista, habrá que poner turismo”. Puse turismo y me contestaron que no podía comprar el pasaje. 

Investigando descubrí que la idea que uno tiene de que Obama liberalizó los viajes a Cuba no era tan cierta. Trump ha hecho varios cambios. En unas páginas web bastante oscuras y confusas (parecen redactadas en el Macondo de García Márquez), el gobierno americano te informa que está prohibido viajar por turismo a Cuba. Puedes viajar por razones académicas, familiares, asistencialistas, religiosas o de trabajo. Pero no por turismo.

En resultado: tuve que tramitar una visa diferente. Algo así como una visa diplomática para eventos que requiere de una comunicación del organizador cubano directamente a su consulado. Obtuve esta visa y pude comprar mi pasaje sin problema.

Pero la historia no terminó allí. Al llegar al aeropuerto en EE.UU. para chequearme para el vuelo, me desviaron a unos counters especiales para viajar a Cuba. Allí te separan en dos grupos: los que ya tienen visa (que era mi caso) y los que no tenían. Los segundos eran desviados a su vez a una mesita donde unos cubanos te venden (literalmente) tu visa casi como si fuera una empanada. Allí tienes que declarar para qué viajas y no puedes decir turismo. La gente dice cualquier cosa y sin verificación le dan su papelito. Pensé: “Tremenda tontería. Un requisito que no sirve para nada y nos complica la vida”.

Al llegar a Cuba comenté este incidente con el taxista. Me dijo que el requisito no había sido irrelevante. “Los americanos han dejado de venir. Eso está dañando nuestra economía”. Entonces recordé a las personas que hacían su cola para comprar su visa. La mayoría eran latinos. No parecían turistas gringos. El americano promedio no miente y por tanto no viaja a Cuba si quiere ir de verdad por turismo. 

Trump tomó estas medidas para forzar un cambio en Cuba. Esa es la historia del bloqueo económico de décadas que los cubanos califican (exageradamente) como “el genocidio más largo de la historia”.

El error de Trump se verifica con el simple fracaso por décadas del bloqueo para generar un cambio. Si uno quiere lograr mayor libertad política y económica, no puede hacerlo limitando la libertad política y económica. Los americanos ven afectado su derecho al libre desplazamiento y al libre comercio para lograr mayor libertad en Cuba. Ello no tiene ninguna lógica.

La mejor forma de empujar un cambio en Cuba es bombardear la isla con libertad, no con restricciones. No aprovechar los pequeños espacios de apertura que el gobierno cubano deja para introducir libertad es una estrategia bastante estúpida, solo explicable en los políticos. La interacción con negocios y turistas de países libres genera una reacción contagiosa. Las mayores expresiones de libertad en la isla (y el descontento contra sus limitaciones en la población) se ven en los pequeños negocios (hospedajes, restaurantes, cafeterías, tours y taxistas) que han surgido para atender a los turistas y han generado más flexibilidad en la dictadura hacia reglas de mercado.

La libertad política y los mercados no nacen del dirigismo estatal o de la presión mediante prohibiciones. La libertad y los mercados surgen de abajo, como órdenes espontáneos, en los que son los ciudadanos, y no los gobiernos, los que crean y conquistan espacios para la autodeterminación individual. Basta abrir pequeñas grietas en el dique que pretende contener la libertad para que la misma se desborde. Así cayó el muro de Berlín.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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