El año 2015 fue terrible, deprimente. Un año de crisis, de catástrofes. Un año en que se desintegró el viejo orden, un año de demostraciones de poder, del monstruoso terror de París a Bamako, pasando por Beirut, de grandes cambios, de convulsiones sociales y políticas. Pero, ¿acaso fue también un punto de inflexión histórico?
El historiador estadounidense Francis Fukuyama calificó a 1989 como el año del fin de la historia. Él estaba seguro de que tras la caída de los estados comunistas, las democracias liberales de Occidente triunfarían. Un cuarto de siglo más tarde se puede decir que hubo un error de juicio. Al contrario: en el mundo domina un gran desorden político. El planeta se mueve y el epicentro del terremoto está en el Medio Oriente.
El Estado Islámico lo cambia todo. Hasta hace poco era una verdad incuestionable que en el Medio Oriente nada mejoraría mientras el conflicto de Palestina siguiera sin resolverse. Ahora sigue siendo evidente que el futuro de los palestinos debe aclararse de una vez, pero ese tema pasó a un segundo plano. El veloz auge del autoproclamado “Estado Islámico”, la brutalidad ilimitada de sus miembros, sus ataques al poder en Siria e Irak, así como su intención de crear un califato, siguiendo las antiguas tradiciones del Islam, han puesto de cabeza al Medio Oriente. El antiguo orden en la región, construido tras la Primera Guerra Mundial, desapareció. Los kurdos sueñan con su propio Estado y tanto los sirios como los iraquíes temen por los suyos, tienen miedo de que éstos cambien hasta volverse irreconocibles.
Y desde el Medio Oriente el terrorismo se extiende. Desde Bangladesh hasta Mali, el islamismo radical golpea países y continentes. El arco de la crisis alcanza desde Asia hasta África, se llame Al Qaeda, Boko Haram, Al Nusra o Al Shabaab. Y esa onda expansiva afecta también a Europa. París fue golpeada dos veces por el terrorismo, y con ello todo el Viejo Continente perdió su seguridad. A pesar de todos los refugiados llegados, que mayoritariamente arribaron a Alemania, Suecia y Austria, el continente se aisló. El auge de la extrema derecha y de movimientos populistas salta a la vista y perturba. Una respuesta política y social sigue pendiente.
Además, Europa experimentó la guerra frente a sus narices, en Ucrania. Funcionó el plan de congelar el conflicto, gracias al trabajo conjunto de Alemania y Francia. Pero nada más. Y con ello quedó en evidencia la débil política exterior europea, que se mueve poco, no confía en sí misma y casi no actúa. El “podemos hacerlo” con que Merkel impulsó su política de acogida de refugiados no tiene una contraparte igualmente enfática en la Unión Europea. En lugar de eso impera la duda y la ansiedad. Muy poco para un actor que quiere tener injerencia en la política mundial.
Rusia de vuelta al escenario mundial. 2015 también ha confirmado dos temas: Rusia está, pese a todas las sanciones, otra vez en la parte grande del escenario político mundial. Putin ha rehabilitado a su país. Y los Estados Unidos de Obama, en cambio, se refugian en sí mismos. En parte debido a la campaña política para las próximas presidenciales, pero por sobre todo por la racionalidad de Obama: él sabe que Estados Unidos no puede resolver más todos los problemas del mundo y, además, no desea hacerlo.
2015 no es el fin de una era. Pero es evidente que las crisis globales se han entremezclado y eso hace más difícil aún encontrar soluciones a ellas. La consecuencia de esto es que la política se hace cada vez más local y la Organización de las Naciones Unidas pierde su influencia. Sirve para aparecer, pero no para solucionar. Por todo esto el 2015 fue un año difícil, terrible. También porque deja poca esperanza de que el 2016 será mejor.