La compasión es un gran poder global que mueve miles de millones de euros a lo largo del planeta. Sin el poder de la compasión, no habría ningún compromiso por defender los derechos humanos ni luchas contra el hambre y la miseria en el mundo. ¿Pero qué pasa cuando las crisis, guerras y catástrofes son lo que domina en los titulares, como fue el caso en la reciente cita del G20 en Hamburgo?
No hay falta de remordimientos ante la pobreza y la miseria global. El antiguo encargado especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, expresó sus críticas de manera drástica. "Permitimos que mueran de hambre: la destrucción del tercer mundo”, así es el títulos de uno de sus libros sobre el tema. Ziegler ha reprendido al "la banca suiza” y ha hecho un llamado para derrocar el "orden mundial caníbal”.
Las organizaciones de ayuda advierten en voz alta sobre la hambruna en África, los impactos devastadores del fenómeno del Niño, el SIDA, la malaria y los refugiados. Por su puesto que estas plegarias por la ayuda internacional son correctas y necesarias, pero a su vez opacan a un desarrollo muy importante: los logros de la lucha por el control de la pobreza global.
Un mundo sin hambre es posible
En los últimos 30 años han declinado la pobreza y el hambre, menos personas mueren de enfermedades como la malaria y el SIDA, la muerte materna y de niños se ha disminuido, y el acceso a la educación primaria se ha incrementado enormemente.
Según el Banco Mundial, el porcentaje de personas viviendo en pobreza extrema, aquellos que sobreviven con menos de US$1,90 al día, ha descendido de 37% en 1990 a 10% en 2015.
Los expertos en desarrollo como el historiador israelí Yuval Noah Harari y el economista estadounidense Jeffrey Sachs aseguran que un mundo sin hambre es posible. La ONU ha declarado justamente el "cero hambre para el 2030” como uno de sus objetivos de desarrollo sostenible. ¿Por qué entonces están tan escondidos estos resultados positivos? ¿De dónde proviene el miedo a las buenas noticias? ¿Por cuánto tiempo más le llenarán los bolsillos las catástrofes a las organizaciones de ayuda?
Una actitud contraproducente
Voluntarios y donantes que trabajan en conjunto para ayudar a los más desamparados merecen reconocimiento y motivación por su valiosa labor. Los políticos que abogan por la lucha contra la pobreza deberían proveer apoyo, en vez de conducir una retórica pesimista.
Se debe acabar la echadera de pestes porque, si la situación global está cada día peor, ¿qué nos incentiva a cambiar las cosas? Si el trabajo social no tiene sentido, ¿para qué hacerlo? Las repetidas malas noticias sobre el estado de la pobreza, salud, y desarrollo del mundo no resultan en mejoras. Dicha actitud es contraproducente, ya que incrementa los sentimientos de impotencia y frustración, merma la esperanza y propaga el pesimismo, y denigra a aquellos que tratan de mejorar el mundo, mientras que enaltece a los cínicos.
La indignación por la injusticia mundial solo es efectiva cuando está conectada a propuestas concretas que den soluciones. El poder global de la compasión tiene sus límites. La caridad puede aliviar una necesidad inmediata, pero no puede combatir las estructuras que producen la pobreza. Con eslóganes políticos nada más no podrán los supuestos críticos al sistema capitalista y sus secuelas ayudar a los más necesitados.