La descomposición de numerosos partidos tradicionales y la emergencia de nuevos movimientos sociales y sujetos políticos en esta última década han tenido una incidencia directa en el campo de la comunicación. En varios países de la región algunos de los medios más influyentes ocupan hoy el espacio vacío dejado por aquellos partidos, y se han convertido en poderosas fuerzas opositoras a los cambios que promueven los gobiernos progresistas. El poder casi monopólico de la palabra y la imagen que tienen les permite impulsar campañas mediático-políticas para debilitar a estos gobiernos mientras tergiversan, difaman, ocultan o ignoran cambios que benefician a amplios sectores de la población. Los ejemplos abundan.
El debate sobre el rol de los medios de comunicación masivos no es nuevo para la mayoría de los periodistas. Lo novedoso es que por primera vez diferentes gobiernos hicieron suyos los cuestionamientos que hacían en solitario los que ejercían la profesión y luchaban desde la debilidad intrínseca de los que no detentan el poder económico y su único capital era y es el trabajo intelectual. El lanzamiento de TeleSur fue el primer paso para generar información alternativa a nivel regional desde una mirada crítica de la supuesta “objetividad” de la información que los medios más tradicionales aún declaman, a pesar de que muchos de ellos fueron cómplices de las peores dictaduras.
El segundo paso fue el (re) surgimiento de televisiones y radios públicas en países donde eran inexistentes o habían sido desmanteladas. En una etapa reciente se aprobaron marcos jurídicos que intentan democratizar la comunicación y multiplicar las voces, lo que implica un verdadero desafío pues implica superar numerosos problemas, entre otros el económico.
En Ecuador la Asamblea Nacional aprobó el 14 de junio por amplia mayoría una nueva “Ley orgánica de Comunicación” que se hilvanó con la iniciativa de la “Cumbre para un Periodismo Responsable” inaugurada por el presidente Rafael Correa. Su presencia no fue simbólica. Para resaltar su ya conocida frase que América “no vive una época de cambios, sino un cambio de época” dijo que “ya era hora que la ciudadanía vaya a la ofensiva, no a la defensiva de los ataques de la derecha, del gran capital, del big business, del big media que se nos han robado conceptos tan sublimes como la libertad, entre ellos la libertad de expresión”
En la Cumbre no se eludió el estrecho vínculo que existe entre la política y la información como lo ha demostrado el gobierno ecuatoriano al abrirle las puertas de su embajada en Londres a Julian Assange, el fundador de WikiLeaks. Fue justamente Assange, hombre convertido en noticia por su propio peso y encierro, quien cerró la Cumbre por Skype desde Londres. No ahorró críticas a algunos de los medios más “prestigiosos” del mundo que ocultaron una parte de la información que él les suministró, simplemente por defender intereses políticos de sus gobiernos.
En la cumbre, además de intelectuales y periodistas de varios países estaba Alí Rodríguez, secretario general de Unasur. Rafael Correa se dirigió a él y abiertamente le dijo “ojalá se multipliquen a nivel regional a nivel de Unasur esta clase de eventos". Cabe preguntarse si no ha llegado el momento de articular las voces al máximo nivel político regional retomando la reciente iniciativa que convocó a miles de personas en Guayaquil.
* Esta columna fue publicada originalmente Télam.