La violencia en contra de las mujeres en nuestro país es una vergüenza nacional. Por todos lados las atacan. La violencia empieza en sus casas, luego en el transporte cuando se trasladan hacia sus labores, sigue en los sitios donde trabajan o estudian, otra vez en el trayecto de regreso a sus hogares, donde suele continuar el calvario que empezó por la mañana. No tienen ni un sólo remanso de paz. La amenaza es omnipresente. Por eso, tienen todo el derecho y razón de manifestarse para demandar soluciones reales a su vía crucis cotidiano.
El pasado fin de semana, en la Ciudad de México, se movilizaron más de cinco mil mujeres para protestar en contra de una nueva manera de secuestrarlas. El modus operandi es el siguiente: en el Metro, un hombre se acerca a una joven para agredirla; ésta comienza a gritar y pedir ayuda; el hombre, sin embargo, replica “cálmate, mi amor”; a la gente que los observa les dice “es mi novia”; como supuestamente se trata de una pelea de pareja, las personas se alejan, prefieren no meterse; acto seguido, el hombre secuestra a la mujer. Ana Pecova, directora de la organización feminista EQUIS Justicia para las Mujeres, afirma que se desconoce el paradero de las secuestradas, pero no descarta que algunas terminen como víctimas del tráfico humano.
En las redes sociales se da cuenta de esta nueva modalidad de secuestro en una veintena de estaciones del Metro de la Ciudad de México. El gobierno capitalino ha instalado módulos de atención para las víctimas de agresiones sexuales en cinco estaciones donde, al parecer, hay más incidencia. Los colectivos feministas reconocen esta y otras iniciativas gubernamentales (como asignar más policías en el transporte público capacitados en la violencia de género), pero argumentan que no es suficiente para solucionar el problema.
¿Qué puede hacer una mujer que fue agredida sexualmente en un espacio público?
Ana Laura Velázquez, del Círculo Feminista de Análisis Jurídico, escribió una crónica en Animal Político de un asalto sexual que sufrió y la experiencia de denunciarlo a las autoridades.
En la vía pública, un hombre la manoseó en sus partes íntimas. Con valentía, lo persiguió y, junto con otras personas, lo atraparon. Decidió presentar una denuncia. Se tardó doce horas en la Procuraduría. “Había únicamente una agente del Ministerio Público para atender todas las denuncias que llegaban. En el tiempo que estuve ahí pude ver que otras cuatro personas llegaron a denunciar delitos sexuales, dos de ellas menores de edad. El proceso resultó muy tardado, ya que la MP hacía lo que podía para atender todos los casos”.
Velázquez tuvo “que contar unas diez veces qué fue lo que me ocurrió, e inclusive me hicieron ‘actuar’ cómo habían sido los hechos para señalarlo en el escrito de denuncia. En la pericial psicológica me preguntaron cosas como la fecha de mi primera menstruación, mis calificaciones de secundaria y cuántas parejas sexuales había tenido. Además, a pesar de que señalé que la agresión no había dejado lesiones, me practicaron un examen médico, por lo que tuve que mostrar mi glúteo a una médico legista. Cabe señalar que yo sabía que todo esto iba en contra de los protocolos de actuación para atender estos casos y si accedí fue porque simplemente quería terminar lo más rápido posible y que el caso no fuera uno más de los miles que quedan impunes en la cifra negra”.
Velázquez relata con detalle su escabrosa experiencia con la “justicia” mexicana (las comillas son a propósito). Gracias a su valentía, “el sujeto que me agredió fue vinculado a proceso por abuso sexual, lo que significa que un caso de miles no quedará en la impunidad”.
Pero su conclusión es devastadora: “Resulta paradójico que cuando los planetas se alinean, lograste detener a tu agresor, la policía acude rápido, hay un testigo de los hechos y estás dispuesta a denunciar, te topas con un proceso que pareciera tener como objetivo desincentivar la denuncia y quitarse trabajo de encima. En casos similares que he acompañado legalmente, he podido ver que la apuesta de las autoridades es cansar a las víctimas para que desistan, por lo que el proceso se vuelve una carrera de resistencia”.
Hoy una mujer gobierna la Ciudad de México. Claudia Sheinbaum está obligada a actuar para solucionar el calvario cotidiano de las capitalinas y de las valientes, como Ana Laura Velázquez, que se atreven a denunciarlo.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.