Hay que reconocer el talento natural que tiene López Obrador al intentar convertir una derrota en victoria.
Me refiero a lo sucedido el jueves en Culiacán, donde la Guardia Nacional y el Ejército detuvieron a uno de los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán y luego lo liberaron por la violenta reacción del Cártel de Sinaloa. A todas luces se trató de un fracaso.
Primero, porque el gobierno de México, presionado por el de Estados Unidos, cambió su estrategia para resolver la inseguridad en el país. De acuerdo con el Presidente, el 30 de enero pasado: “No se han detenido a capos, porque no es esa nuestra función principal. La función principal del gobierno es garantizar la seguridad pública. Ya no es la estrategia de los operativos para detener a capos”.
Sin embargo, el jueves, el gobierno implementó un operativo en Culiacán para arrestar a Ovidio Guzmán López, quien tenía una orden de aprehensión con fines de extradición, es decir, el gobierno de Trump lo quería enjuiciar en ese país.
Una vez más, como en el caso de los migrantes centroamericanos, Andrés Manuel reculó de su propuesta original para complacer a Donald.
¿Quién es el que realmente manda en México? Estados Unidos truena los dedos, exige que nuestro país le haga el trabajo sucio y el gobierno cumple sin chistar. ¿No estamos frente a otro caso donde queda en entredicho la soberanía nacional?, ¿no es un fracaso cuando un gobierno promete no arrestar capos y, por presión del vecino del norte, se echa para atrás?
Yo creo que sí. Como creo que el operativo que diseñaron e implementaron nuestras fuerzas del orden fue un rotundo fracaso. Se fueron a meter a la boca del lobo sin pensar cómo reaccionaría el animal salvaje cuando se sintiera amenazado.
Su furia fue impresionante. Sacaron a un ejército organizado que rápidamente superó al del Estado. Presumieron armas de alto calibre, sellaron la ciudad y secuestraron a militares y sus familias exigiendo que liberaran a Ovidio. Culiacán se tornó en una ciudad sitiada por el Cártel de Sinaloa. ¿Acaso nadie en el gobierno previó una reacción así? ¿Cómo es posible que se aventaran como el Borras a detener a uno de los hijos de El Chapo Guzmán en su territorio? ¿Es tan deficiente la inteligencia del gobierno federal y las Fuerzas Armadas?
Seamos claros: en el enfrentamiento entre los narcotraficantes y las fuerzas del Estado ganaron los primeros. Eso, aquí y en China, se debe considerar como un fracaso. Tan sólo imaginemos el contra-factual, es decir, que el gobierno hubiera arrestado a Ovidio Guzmán sin consecuencias algunas para la población culiacanense. ¿No estaría AMLO y su gabinete de seguridad cacareando el huevo como un gran logro?
Desde luego que sí. Pero, frente al fracaso, vino el spin comunicativo del Presidente. Después de la liberación de Ovidio Guzmán, declaró: “no se puede apagar el fuego con el fuego […] se decidió proteger la vida de las personas y yo estuve de acuerdo porque no se trata de masacres, eso ya se terminó. No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas”. Durante todo el fin de semana, AMLO siguió justificando la decisión de retirarse y liberar al hijo del El Chapo. La calificó como difícil, pero muy humana. Se pronunció a favor del amor al prójimo y de la resolución de la inseguridad por medio del diálogo, el acuerdo y la justicia social.
De esta forma, el Presidente intentó transformar la derrota en Culiacán en una victoria. El triunfo del humanismo frente a la beligerancia. ¿Quién, en sus cinco sentidos, puede argumentar en contra de lo que dice el Presidente con el riesgo implícito de que lo tilden de cavernario violento y autoritario?
Yo también, como el Presidente, creo que no vale más la captura de un delincuente que las vidas de las personas. Pero también creo que el gobierno debe tener el poder de arrestar a criminales que atentan en contra de la sociedad. Y, para ello, debe contar con una fuerza pública eficaz y respetuosa de los derechos humanos. Lo que vimos el jueves es que el gobierno de AMLO no la tiene. Lo hacen tan mal que tienen que soltarlos. Queda, entonces, la sensación de que la criminalidad es más poderosa que el Estado. La ciudadanía se siente desamparada: ya ni las Fuerzas Armadas pueden con la delincuencia.
¿Qué sigue? Esperar a que llegue la justicia social para que el país se pacifique. Mientras tanto, habrá que enviarles a los delincuentes libros con el pensamiento de Jesús y Gandhi para que, en lugar de echar bala, abracen a los soldados cuando vayan a arrestar a uno de sus jefes.