En todas las recientes encuestas, Hillary Clinton aventaja a Donald Trump, incluso en los estados reñidos. El candidato republicano ya tiene preparada una excusa para una eventual derrota electoral: habla de una "conspiración” del establishment –tanto por parte de los demócratas como de los republicanos–, de los bancos y de Hollywood. Desde luego, eso es una tontería. Sin embargo, muchos seguidores de Trump lamentablemente le creen. En el pasado, menospreciaban a Washington. En el futuro, probablemente despreciarán al gobierno.
Hasta ahora la lucha por la Casa Blanca en 2016 ha dejado un montón de ruinas políticas. Trump llevó el lenguaje vulgar al escenario político. Para él, sus adversarios políticos son sus enemigos. Atrás quedaron aquellos tiempos en que los candidatos se peleaban por el rumbo correcto, pero se trataban con respeto en público. Trump deja tierra quemada tras de sí; intencionalmente.
Será difícil gobernar. Si Hillary Clinton llega a la Casa Blanca, una parte de la población desconfiará de ella. Esto debilita su futura posición como jefa de gobierno. ¿Cómo reconciliará a la sociedad dividida? ¿Cómo superará el bloqueo en el Congreso? ¿Cómo alcanzará acuerdos políticos? De momento, esto parece difícil.
Para poder diseñar una política exterior y de seguridad, el presidente estadounidense necesita el respaldo de sus ciudadanos. En caso contrario, depende del apoyo de socios fuertes en el extranjero.
Hasta ahora, Gran Bretaña había sido el principal aliado en Europa. No obstante, tras el brexit y la amenaza de los escoceses de abandonar Reino Unido, Londres ha perdido peso político. Lo mismo vale para Francia, cuya economía está debilitada desde hace años. Además, si Clinton llegara a ser presidenta, difícilmente buscaría el apoyo de populistas como Víctor Orban o Yaroslav Kaczynski, ya que estos jefes de gobierno recuerdan mucho a Donald Trump.
Un nueve eje Berlín-Washington. Al parecer, solo queda la canciller alemana, Angela Merkel, que la prensa estadounidense siempre compara con Hillary Clinton. Si bien son mujeres distintas, también tienen mucho en común: ambas luchan por su lugar en el mundo de la política dominado por los hombres, son pragmáticas, están convencidas de la importancia de las relaciones transatlánticas, son personas protestantes y trabajadoras y muy detallistas. Merkel y Clinton se conocen desde hace mucho tiempo.
En 1989 y 1990, el entonces presidente estadounidense, George Bush, le propuso al canciller Helmut Kohl una colaboración en el liderazgo de Occidente ("partners in leadership”). No obstante el ex canciller rechazó la oferta: no quería despertar la desconfianza de los socios europeos. Desde entonces, ha pasado un cuarto de siglo. Alemania ya no podrá negar su responsabilidad en cuestiones de política exterior y de seguridad a largo plazo. La nueva presidenta Clinton no vacilará en acercarse rápidamente a Berlín.