La exploración minuciosa de toda realidad social exhibe con frecuencia la existencia inusitada de grupos de la población que viven situaciones particularmente difíciles, intolerables en un visión democrática y humanista de la vida. Esto ocurre en todos los países, tanto en economías avanzadas como en las subdesarrolladas y emergentes, aunque en distintos grados. Este hecho no debería sorprender si entendemos que la globalización intensa de las últimas décadas ha tendido a estandarizar, a veces para bien, a veces para mal, los panoramas nacionales.
Es el caso de los NiNi, término aparecido a finales del siglo pasado, un acrónimo que nos remite (exclusiva y aparentemente) a los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Provino originalmente del acrónimo en inglés NEET (Not in Employment Education or Training), como le llamaron en Gran Bretaña a este grupo de población juvenil.
Se les ubica fundamentalmente entre los jóvenes entre 15 y 24 años de edad (que en 2015 eran 21.4 millones, es decir, eran el 18 por ciento de la población de México). Hay que señalar enfáticamente que en este grupo amplio están los NiNi, donde no todos ellos son vagos sin oficio ni beneficio, como se les ha visto apresurada e irresponsablemente en la mayoría de los medios de comunicación, así como entre algunos dirigentes de la clase política que, sin pudor ni escrúpulo alguno, se han atrevido a “proponer” soluciones cretinas e ignorantes para esta masa social en vilo permanente. Es lo que hizo en 2011, por ejemplo, el ahora prófugo exgobernador de Chihuahua, C. Duarte, cuando propuso reclutarlos para el ejército.
Medir el mundo NiNi, tener un diagnóstico oportuno y preciso de su presencia, no es en absoluto nada fácil. Las cifras manejadas y conocidas para México tienen una alta dispersión, quedando en los últimos años en 7 millones, o en 4.7 millones, o en 3.7 millones y hasta en 2.6 millones de jóvenes, y la verdad es que ninguna de ellas es del todo confiable; en el mejor de los casos una de éstas la percibo como una aproximación a una cantidad confiable. Un cálculo único todavía no es fácil: hay varias metodologías y fuentes informativas para estimar la dimensión del universo NiNi, ninguna sin cuestionamientos. Este hecho incontrovertible debemos plantear que en México el INEGI le dé un seguimiento constante, teniendo en cuenta su probada capacidad para generar indicadores sociales y económicos periódicos que ayudan en el diseño de políticas públicas para diversos frentes de una realidad llena de hoyos negros.
Los NiNi están en todos los países, padeciendo doble exclusión (del mercado laboral y del sistema educativo), con implicaciones y consecuencias distintas de un país a otro. En 2016, por ejemplo, se estimó que en América Latina que uno de cada cinco jóvenes entre 15 y 24 años ni iba a la escuela ni trabajaba, señalando que entre 1992 y 2010 su peso relativo disminuyó, aunque sí se incrementó en términos absolutos en 2 millones.
Una definición sencilla y práctica de NiNi nos la proporciona Durán Romo: todos los jóvenes que no tienen un empleo (formal o informal) y que tampoco se están preparando por la vía escolar para insertarse en el mercado de trabajo. Pero ubicarlos como unos buenos para nada, por lo tanto, es quedarse corto en su acotamiento social, político y demográfico.
Hay que destacar que, dentro de esta denominación de NiNi, 50 por ciento se dedican a tareas domésticas, por lo que no están disponibles para entrar al mercado laboral, y 95 por ciento de estos NiNi son mujeres, que son las que más tiempo permanecen en esta condición social.
En efecto, es crucial subrayar que, aunque no estén insertos en el mercado laboral, este grupo juvenil realiza faenas hogareñas, entre otras actividades. Al ubicarlos en primera instancia en la PNEA (Población No Económicamente Activa) juvenil, que era de 11.5 millones hasta hace 5 años, se supone que no aportan al PIB (rey de los indicadores macroeconómicos), pero su gama de tareas realizadas es socialmente valiosa: los mencionados e insustituibles quehaceres del hogar, el cuidado de terceros (ancianos, enfermos y dispacitados), el mantenimiento de la vivienda, las compras, los trámites y, muchas veces, haciendo trabajo voluntario. Va destacar que en esta PNEA están considerados los que asisten a la escuela (8 millones en 2013), que obviamente se descuentan para cuantificar el mundo NiNi.
Ahora nos acercamos con mayor precisión a este mundo NiNi que, en su acepción vulgar, como ya lo estamos apuntando, se le encajona en este término que “no es útil ni pertinente” (Leyva y Negrete, 2014). Queda claro, entonces, que este grupo tiene que ser analizado con mucha meticulosidad. Por lo pronto, hay que subrayar que en su gran mayoría no son improductivos, ni ociosos, ni indolentes, como frívolamente a veces se les pinta.
El trabajo no remunerado de los hogares en México (el de los mismos NiNi, así como de unos grupos importantes de adultos, donde la mayoría -en ambos casos- son mujeres), equivalía en 2014 al 20% del PIB real. Esta estimación significativa obliga a matizar la visión pesimista de este grupo juvenil, así como valorar una vez más el rol del trabajo femenino en la familia.
Podemos en este breve texto, resaltar algunos aspectos relacionados con los NiNi: están en todo el país y en todos los estratos sociales (aunque la gran mayoría está en la pobreza); la banalización mediática de este tema ha llevado a soslayar otros problemas sociales cercanos a éste: el desempleo juvenil (sin calificación o con calificación laboral) y la precariedad laboral juvenil (que se expresa con bajos salarios). Ser NiNi no es una situación permanente, pues para muchos de ellos vivir así no es una elección de vida, sino el resultado de circunstancias impuestas por diversos factores. Viven con frecuencia una situación transitoria: tienen una movilidad a lo largo del tiempo (cuando pueden ir a la escuela u obtener un trabajo remunerado, o ambas cosas). Su situación es de mayor riesgo entre menos escolaridad tengan; en general se caracterizan por cargar con cierto rezago educativo.
Una parte del mundo NiNi camina en el filo de la navaja por sobrellevar: desnutrición, drogas, alcoholismo, violencia múltiple, sexualidad riesgosa, inestabilidad emocional, para mencionar solamente los más visibles. Son presa fácil del narco como sicarios y carne de cañón para otros grupos del crimen organizado (en la prostitución, por ejemplo). Todo ello pervierte su sobrevivencia juvenil y, consecuentemente, corroe la cohesión social deseada bajo los principios políticos de la democracia, donde la igualdad de oportunidades (laborales y educativas) es una piedra angular. La migración de muchos de ellos hacia Estado Unidos es parte de una oportunidad de alto riesgo para integrarse a una sociedad, aunque no sea la suya y que, por lo mismo, pueden ser humillados y hasta ser criminalizados fácilmente, como se ha visto en la presidencia de Trump.
Es ineludible remarcar que en México los NiNi registran un desarrollo inestable, en gran medida como resultado de un modelo económico neoliberal, distinguible por un crecimiento económico mediocre, cuyas recesiones cercanas (1995, 2001 y 2009) han tenido como síndromes notorios el desempleo abierto, el desempleo disfrazado, la precariedad laboral (tanto en la formalidad como en abrumadora informalidad), sin minimizar los estallidos inflacionarios (como el último de 2017), que producen de golpe pobreza extrema y debilitamiento repentino de las clases medias. Todos estos indicadores macroeconómicos adversos han sido el caldo de cultivo donde inexorablemente se moldea el mundo NiNi de México. Así sea esquemáticamente, vale la tesis de que los NiNi son un desafío para la sociedad, atendible con una política social de Estado, partiendo de su cuantificación rigurosa y consensuada, con sus debidos perfiles sociales, culturales, de género y, por supuesto, examinando asimismo su potencial creativo, que no es desdeñable.
Es evidente que la monumental mayoría de este grupo social juvenil no están en la periferia de la sociedad, sino en su corazón mismo. No constituyen una decadente “Corte de los Milagros” a la mexicana y tampoco son parte sustantiva del “lumpen proletariado”, término propuesto por K. Marx para referirse con desdén a un segmento marginal -hasta cierto punto irredimible, en su visión- del capitalismo industrial europeo del siglo XIX.
*Para quienes quieran ahondar en este tema controvertido, recomiendo los siguientes textos: dos de R. Negrete y G. Leyva: Los NiNis en México: una aproximación crítica a su medición, en RDE-INEGI, 2013; y Nini: un término ni pertinente, ni útil, en Coyuntura Demográfica, 2014. Y de B. Durán, Ninis: factores determinantes, en RDE-INEGI, 2017; el de R. Tuirán y J.L. Ávila, Jóvenes que no estudian ni trabajan: ¿Cuántos son?, ¿quiénes son?, ¿qué hacen?, en Este País, 2012; INEGI (2014), Panorámica de la población joven en México desde la perspectiva de su condición de actividad en 2013.