La inflación anual del 2017 repuntó con fuerza y se prendieron los focos rojos en la economía mexicana. La tasa anual de 6,77% (medida por el índice nacional de precios al consumidor), es más del doble de la meta de inflación anual de mediano plazo del Banco de México, que es de 3%. Este dato no sorprendente, pues el llamado "gasolinazo" de hace un año fue decisivo en esta preocupante tendencia, además de otros factores no menos importantes que también dispararon el nivel de precios. Esta tasa anual es la más alta de los últimos 16 años, hecho que pone en duda la eficacia de la política monetaria, la cual se encarga de procurar una inflación "baja y estable".
Darle seguimiento constante a la evolución general de los precios es obligado, pues permite contar con una base para analizar su impacto futuro en el funcionamiento general de la economía. Es bien sabido que un ascenso intenso e inesperado de los precios dificulta las decisiones de inversión y de consumo, donde el alza del costo de la vida y la baja del poder de compra de la moneda tienen un lugar relevante en tales decisiones.
La respuesta central del Banco de México ante tal situación ha sido convencional, pero insuficiente para contener la inflación al alza: subió la tasa de interés, lo cual sí ayuda a combatir la inflación, pero elevando el costo del crédito que finalmente inciden negativamente tanto en el consumo como en la inversión. No puede soslayarse que los ahorradores que están “bancarizados” (una parte relativamente pequeña de la población mexicana) se benefician con esta medida. Se prevé que en 2018 la tasa de interés que maneja el banco central seguirá al alza (tres veces cuando menos), así que la política monetaria tendrá un sesgo contraccionista (pues crece menos de lo deseable la producción y el empleo).
En este año que comienza puede seguir con una tendencia alcista el nivel de precios, aunque las autoridades monetarias y financieras creen y pronostican que la inflación anual puede llegar a converger con la meta de inflación de 3%. Resulta excesivamente optimista esta expectativa. La inestabilidad e incertidumbre que hoy marcan a la economía mexicana es percibida por la mayoría de los analistas y de los mismos actores económicos y políticos. Las elecciones presidenciales, la renegociación del TLCAN y la misma volatilidad del tipo de cambio (asociada con las elecciones y la renegociación) forman parte del complejo contexto que impide compartir este optimismo.
El impacto fulminante de la inflación del 2017 en la situación económica de la mayoría de la población es innegable. Basta ver y analizar someramente la trayectoria que siguieron dos medidas de la inflación mexicana para darle sustento a esta percepción lamentable: por la canasta de los precios al consumidor (INPC) y por los precios de la canasta básica (ICB, compuesta por 82 productos). Ambas sirven para medir la inflación, pero la segunda (con todo y sus obvias limitaciones) alecciona muy bien sobre tal impacto negativo.
En efecto, observando los datos duros de ambos indicadores de precios, resalta lo siguiente: en tanto el INPC aumentó anualmente en 6,77%, el ICB registró un incremento anual de 9,62% y la inflación promedio del primero fue de 6% y la del segundo fue de 8,3%. Vale destacar que en todos los meses del 2017 la inflación anual del ICB siempre fue mayor a la del INPC. O sea que para la mayoría de la población mexicana todo el año fue como ir subiendo una cuesta cada vez más pesada.
La compensación posible y justa a los asalariados de los ingresos más bajos respecto esta escalada inflacionaria debería ser un incremento proporcional a los salarios para el 2017 que mantuviera estable el poder de compra. Pero esto no sucedió. Igual que el pasado, el aumento a los salarios mínimos deja mucho que desear; fue solamente de 3,9%.
Dados estos datos, salta a la vista que los salarios reales cayeron. No es exagerado ni catastrofista señalar que en el 2017 la pobreza aumentó y la distribución del ingreso se concentró de forma rápida y evidente por esta inercia inflacionaria comentada. Habrá que esperar los datos duros que salgan de la trayectoria de los niveles de bienestar social que mide y publica el CONEVAL, que analiza la tendencia de la pobreza en el país.
En el entorno general del 2018, creo que el futuro de corto plazo está cargado de expectativas inflacionarias al alza y, por lo tanto, con ello se vislumbra un panorama económico y social incierto y pesimista en la medida que persista la caída en el poder adquisitivo del peso, donde la exclusión social cobra fuerza. El fin del sexenio presidencial de Peña Nieto se sospecha que puede ser calamitoso, pero es prematuro por ahora hacer pronósticos, sean alegres o tristes, pues el ambiente económico y político es problemático y preocupante por muchos motivos.