La prensa europea tiende a la histeria cada vez que comenta lo que acontece en Estados Unidos. Desde que Donald Trump asumió la presidencia de ese país no pasa un día sin que al otro lado del Atlántico se presagie la caída de Occidente, o se hagan diagnósticos a distancia sobre la cordura del nuevo "hombre fuerte” de Washington, o se ufanen de saber más sobre democracia que los estadounidenses. Esas reacciones se parecen a las que despertó Ronald Reagan en el Viejo Continente cuando el actor hollywoodense llegó a la Casa Blanca. En los años ochenta, millones de europeos se mostraron horrorizados; hoy, ellos prefieren olvidar aquella época.
En Europa, el vaso siempre está casi vacío. En Estados Unidos, siempre casi lleno.
La Justicia funciona
Puede que el presidente Trump tenga gestos inquietantes, pero es demasiado temprano para imaginar al "gigante norteamericano” sumido en una catástrofe. Estados Unidos no es una "república bananera", sino una democracia estable que ya ha sobrevivido a varios mandatarios poco cualificados para llevar sus riendas. Esa nación cuenta con instituciones que funcionan; ellas no sucumben –como lo hacen en regímenes autoritarios– ante el poder de un jefe de Gobierno. Tampoco lo hacen ante un Donald Trump.
Puede que el millonario haya decidido apresuradamente cerrarle las fronteras del país a personas provenientes de países donde predomina la religión musulmana; pero un juez fue capaz de bloquear esa medida –aunque sea temporalmente– desde una ciudad ubicada a cuarenta horas en coche de la capital. Un magistrado echó arena en el engranaje presidencial y ahora son jueces de mayor rango los que se ocupan de analizar la legalidad de la orden ejecutiva firmada por Trump. Y pueden pasar días o semanas hasta que el caso aterrice en la mesa de la instancia más alta.
Resistencia popular, protesta empresarial
También las empresas emblemáticas de la economía estadounidense –Google, Facebook y Microsoft, entre otras– han comenzado a alzar sus voces contra el veto migratorio de Trump. Las restricciones en los aeropuertos podrían tener repercusiones negativas para sus negocios: ellas inhibirían la entrada al país de personas altamente cualificadas de las cuales depende Silicon Valley. La industria tecnológica ha acusado a Trump de perjudicar a la economía nacional. Palabras duras.
No sólo eso. Miles de sus compatriotas han manifestado contra el Gobierno en todos los estados de la Unión; entere otras cosas, contra el caos organizacional que Trump ha causado en los aeropuertos con su medida. Estos estadounidenses altisonantes sabotean los ataques personales que Trump perpetra, por ejemplo, contra jueces que no comparten su visión del mundo. Entre los críticos hay también dirigentes republicanos. La consecuencia: los índices de popularidad de Trump están llegando al sótano. Eso es motivo de júbilo para muchas cadenas de noticias, agredidas a diario por Trump.
En resumen: en Estados Unidos, la democracia funciona. Una decisión presidencial tomada a toda prisa y mal fundamentada es condenada públicamente y desestimada por los tribunales. Nadie, ni siquiera el presidente, está por encima de la ley en ese país. En consecuencia, está de más que muchos europeos se jacten de ser mejores que los estadounidenses. Estados Unidos es más que Trump.