La Oficina del Negociador Comercial (USTR por sus siglas en inglés) de la Casa Blanca envió al Congreso el lunes pasado la síntesis que “define los objetivos específicos para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica” que se iniciará el 16 de agosto próximo.
Se trata de un documento que ha sido elogiado por no incluir todas las posiciones proteccionistas que Donald Trump ha machacado desde la campaña y ha sido denostado por su vaguedad en la definición de sus objetivos en este proceso y de los medios para alcanzarlos.
Recuerda el viejo chiste que reza, “¿qué es un camello?, un caballo diseñado por un comité.” Se regurgitan exabruptos trumpianos como culpar al TLC que “los déficit comerciales hayan estallado, que miles de fábricas hayan cerrado y millones de americanos se hallen atorados sin poder usar las destrezas para las que fueron entrenados”, líneas típicas de Bannon y Navarro, sus gurús nacionalistas.
El texto está salpimentado de jingoísmos gringos como “el nuevo TLC dará a nuestros granjeros, rancheros, proveedores de servicios y otros negocios nuevas oportunidades para que crezcan sus exportaciones y restauren la prosperidad americana”, la necia y reiterada cantaleta que las exportaciones son buenas y las importaciones dañan.
La buena noticia es que no se plantea adoptar barreras comerciales, aunque afirma que hay que mantener el acceso libre de tarifas para las exportaciones de textiles y vestido de EE.UU. y mejorar sus oportunidades competitivas, al tiempo que se toman en cuenta “las sensibilidades (sic) de las exportaciones que llegan EE.UU.,” ¿en serio?
Se incluyeron temas que los enemigos del TLC priorizan para descarrilar las pláticas relativos a políticas cambiaria, laboral, del medio ambiente y anti-corrupción, que son lo suficientemente vagos para preocupar poco, lo que ya fue denunciado por legisladores proteccionistas en comparecencias de expertos sobre temas comerciales.
Pero hay varias cosas en el texto del USTR que son completamente inaceptables. En primer lugar, que se fije como objetivo central de la renegociación equilibrar la balanza de comercio de EE.UU. con México y Canadá, tema que depende de variables que están fuera del ámbito de la política comercial, y que tienen que ver con los niveles de ahorro e inversión domésticos que provocan flujos de capital.
El equilibrio en la balanza comercial entre países es el resultado de múltiples eventos que ocurren en sus economías por lo que definirlo como el fin último del Tratado, que además sólo se alcanzaría mediante una invasiva intervención gubernamental, es un despropósito colosal incompatible con la libertad de comercio que se pretende.
Otra propuesta inadmisible es desaparecer el capítulo 19 del TLC que define la forma para solucionar disputas mediante paneles de expertos para apelar las decisiones con las que estén en desacuerdo cuando la autoridad nacional decide castigar con impuestos compensatorios las exportaciones a su país a precios de “dumping”.
Este mecanismo ha resultado en que las empresas de EE.UU. recurren mucho menos a tales denuncias contra Canadá y México, solo el 1,3% de sus importaciones, en contraste con el 2,7% de sus compras al resto del mundo y el 9,2% de las de China. Sin el capítulo 19 se multiplicarían las denuncias espurias de “dumping” en el TLC.
Otra propuesta inaceptable es cancelar la excepción que hoy tienen Canadá y México ante la aplicación de salvaguardas que permiten a EE.UU. imponer aranceles y cuotas en auxilio de industrias que sufran “daños graves” frente a las importaciones del resto del mundo. A este respecto, la reciente negociación azucarera es pésimo precedente.
En suma, las intenciones de EE.UU. en esta renegociación no son tan malas como se temía, pero hay varias potencialmente fatales.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.