Enfrentado a una invitación a negociar, una forma clara, pero ingenua de decir “no deseo negociar”, es decirlo así, tal cual: “esto no es negociable”. Esa es una estrategia que funciona perfecto cuando la relación con la otra parte me importa poco, pero el resultado me importa mucho.
Una mejor forma de decir no es pidiendo algo imposible para la otra parte. Por ejemplo, soberanía. Lo que Bolivia está diciendo es no deseamos negociar, sólo queremos que nos entreguen territorio. Planteado así, es barato para Bolivia y tiene retorno político para sus autoridades.
Chile ha decidido responder de forma clara, pero ingenua, diciendo “esto no es negociable”. Una mejor forma de decir lo mismo es responder solicitando algo recíprocamente imposible para Bolivia, es decir, estamos dispuestos a recibir gas con soberanía para Chile. Chile entrega franja de territorio con mar y Bolivia entrega una superficie equivalente (con soberanía) de territorio con reservas de gas probadas y equivalentes para las necesidades de largo plazo de Chile entero.
Sin embargo, el presidente Piñera ha dicho en la cumbre de la Celac que “los temas de soberanía no se negocian por intereses económicos”. El problema con esta declaración es que no es precisa. Los temas de soberanía tienen todo que ver con intereses económicos y en un mundo cada vez más homogéneo, la identidad de nacional será cada vez menos relevante en el mapa global. De hecho, casi todas las representaciones administrativas de soberanía y nacionalidad (fronteras, pasaportes, regulaciones, fuerzas armadas, etc.) tienen que ver con protección a los intereses económicos dentro de las fronteras (impuestos, fuerza laboral local, costo de protección social, aranceles de importación, protección a la moneda local, etc.).
Pocas de esas regulaciones tienen por objeto la protección de la identidad local mapuche, o la defensa de una identidad nacional, porque es etérea, difusa y, por lo tanto, difícil de visualizar. Somos 17 millones de chilenos y habrá unas 20 millones de opiniones de lo que es la identidad nacional. De hecho, con cierta seguridad se puede afirmar que poca gente sabe bailar cueca o se sabe el himno nacional de corrido, o sabe cuál es la comida típica de Tarapacá (¿existe?). Seguro que muchos saben decir “amor” en más de cinco idiomas, pero no sabemos decirlo en mapudungun (ayewün). Al final, ¿qué es la soberanía, sino una representación administrativa de nuestros intereses económicos?
Sin ir más lejos, la Guerra del Pacífico, como todas las guerras, se inició precisamente por la protección de los intereses económicos chilenos en la zona del Salitre; no fue por un rapto de protección de la identidad nacional de los pueblos originarios de la zona. Es más, el conflicto mapuche que persiste en nuestro país, luego de tantos años, se traduce en que los reclamos del pueblo originario son fundamentalmente de tierras. Y ¿para qué quieren tierra? Seguro que no es para hacer canchas de “chueca” (juego de origen castellano y deporte favorito de nuestros mapuches), sino que para extraer la renta económica que emana de esos terrenos. Esta visión no pretende restarle legitimidad al reclamo mapuche, simplemente lo pone en perspectiva. La soberanía tiene todo que ver con intereses económicos.
Si Chile persiste en el camino de “no tenemos temas pendientes” o “la soberanía no se negocia”, se deben enfocar los esfuerzos en fortalecer el poder en un escenario de conflicto (legal o armado). Esto se puede hacer por la vía de: fortalecer las Fuerzas Armadas, legitimar el tratado de 1904 con acciones que involucren a terceros; subir más partes a la mesa (no puede pasar lo mismo que con Perú y La Haya en que fallamos en subir a Ecuador a la mesa de manera temprana); minimizar nuestra dependencia del GNL (mas carbón, más hidro, etc.); aumentar y fortalecer acuerdos de suministro de GNL por otras vías; revisar muy bien los acuerdos internacionales que suscribimos, por ejemplo, el reconocimiento de la competencia de la Corte Internacional de La Haya, para no arriesgar fallos futuros desfavorables a nuestra soberanía. Y finalmente, si esta es nuestra elección como país, siempre es mejor responder solicitando algo que sea recíprocamente imposible para Bolivia, en vez de decir simplemente “no”.
Por supuesto, que la mejor respuesta es estar dispuesto a negociar todo, incluso soberanía; negarse a priori a negociar es perderse la oportunidad de encontrar soluciones que sean rentables para todos.
Cuando entra el ego y la identidad nacional a la mesa, nada es posible, nada es negociable. Cuando uno aborda una negociación con apertura de mente, de manera pragmática y con foco en la generación de valor sustentable para todos, el cielo es el límite.
Además ¿qué se pierde al decir que se está dispuesto a negociar soberanía? Nada. Estar disponible para negociar no obliga a nadie a llegar a un acuerdo. Siempre se puede decir gracias, pero no, gracias. En la visión pragmática y libre de paradigmas, en materia de negociación, todo tiene un precio, incluso la soberanía.