—Padre Karras, se trata de mi hija -le dijo con angustia-, ¡mi hija!
—Entonces, con más razón hay que olvidarse del exorcismo y... -dijo finalmente el sacerdote en tono amable.
—¿Por qué? ¡Dios mío, no entiendo! -estalló con voz quebrada y enloquecida.
Él la cogió por las muñecas, en un intento de consolarla.
—En primer lugar -le dijo con tono reconfortante-, eso podría empeorar las cosas.
—Pero, ¿por qué?
—El ritual del exorcismo es peligrosamente sugestivo. Podría inculcar la idea de tal posesión en alguien que no la tuviera...
(De la novela "El Exorcista", de William Peter Blatty)
El diablo es un dron invisible; Dios es un viejo radar de la Guerra Fría.
La comparación, que debiera preocupar a todos quienes se sienten representados, de uno u otro modo, por la tradición cristiana, me atrevo a realizarla a la luz de un nombramiento ocurrido a fines de 2013 en Chile, pero del que los chilenos nos enteramos hace sólo un mes: habemus exorcista.
Mediante el decreto episcopal n° 66, monseñor Alejandro Goic, obispo de la diócesis de Rancagua (ciudad ubicada a poco más de 80 kilómetros al sur de la capital chilena) y vicepresidente del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, designó formalmente al sacerdote Luis Escobar Torrealba como “exorcista de la diócesis de la Santa Cruz de Rancagua”, nombramiento que vendría a hacer frente a la extraordinaria actividad diabólica a la que los chilenos nos enfrentaríamos por estos días.
Yo me enteré de este nombramiento en Rancagua -mi ciudad natal, localidad a la que regreso todos los meses para ver a mi familia-, mientras hacía una eterna fila en las afueras del remozado estadio El Teniente. Iban a enfrentarse el equipo de fútbol del que soy hincha, O'Higgins, ante el cuadro de Lanús, de Argentina. La espera para entrar al nuevo estadio, que se reabría con bombos y platillos para un partido de Copa Libertadores, fue de cerca de una hora y media, un tedio que por minutos me hizo pensar que el nombramiento del exorcista lo justificaba la realidad. Lo mismo pensé una hora más tarde, cuando el arbitro del partido, el polémico brasileño Wilton Sampaio, no nos cobró un ¡penal clarísimo! en contra del volante estrella de "los celestes", Pablo Hernández. Pero en realidad, la corta visión sólo era un reflejo de mi egoismo y una influencia, qué duda cabe, de la ingente actividad diabólica, miopía que me impedía ver el real nivel de la debacle moral...
Satanás tiene planes para los chilenos. Así lo comentó nuestra padre Karras en entrevista con el peródico online ''Portaluz'':
-¿Su nombramiento señala entonces que la actividad demoníaca se ha incrementado en Chile?
-Si, demasiado, más allá de lo que cualquiera de nosotros (se refiere a sacerdotes relacionados con este ministerio) pudo haber esperado.
Qué meyo. Y yo pensando que el diablo se interesaba en asuntos prosaicos como el fútbol. No, Lucifer juega en grande: tus US$200 y ¡US$200 más, mi querido Jehová!, y qué mejor que proponerse descristianizar a los chilenos, mediante un menú de acciones que incluye la posesión, la vejación, la opresión y la infestación.
Escobar Torrealba también detalló que otros de los signos que evidencian la presencia del Príncipe de las Tinieblas en Chile es "una sociedad seducida por la ideología de género entre otros factores, que rechaza los valores cristianos como la vida, el matrimonio, la familia, los hijos. Una educación cada vez más laica, relativista, donde se promueve una moral particular que alienta al hacer cada uno lo que quiere". Sin embargo, no nos decía en ese instante toda la verdad. ¿Será que al momento de la entrevista con "Portaluz" se encontraba tentado por el Demonio -egolatría, el estrellato, la farándula eclesiástica...-, tal como Lucifer lo logra por un instante mortal con el padre Karras, en los últimos minutos del filme dirigido por William Friedkin, y a través de una vomitiva Regan MacNeil?
Escobar Torrealba no nos detalla que su aparición, cual superhéroe de lo metafísico, se debe a que uno de cada cuatro chilenos dice ser agnóstico, según consta en el último informe de la Corporación Latinobarómetro, medición que también arrojó que sólo el 57% de los chilenos se declara católico, credo que en 2011 se mantenía en igual porcentaje, pero que en 1995 ascendía a un contundente 74%. Al mismo tiempo, los evangélicos se mantienen en 13%, mientras que los que mantienen "otro" credo han subido de 2% (2011) a 5% (2013). Y sólo 44% de los chilenos confía en la Iglesia Católica.
Usted se preguntará qué tiene que ver la baja de 17% que exhiben los católicos y el relacionado ascenso de 16% de los ateos o agnósticos en los últimos 19 años, con la designación de Escobar Torrealba como exorcista oficial de Chile. Y yo le respondo: ante la baja de la hinchada celestial, una vez más los católicos recurren a una entelequia creada por los primeros padres de la Iglesia para erigir "la presencia de un demonio vitalicio y el eterno castigo de los réprobos en las llamas del infierno", una fábula que como ha explicado latamente el experimentado Henry Ansgar Kelly, catedrático de la Universidad de California y quien presidiera el Centro de Estudios Medievales y Renacentistas, y autor del excelente "Pobre Diablo, una biografía de Satanás" (Global Rhythm), tiene que ver con una acomodaticia y nueva biografía de un ser que originalmente había sido presentado en el Nuevo Testamento sólo como un burócrata que se ocupaba del gobierno del mundo y, específicamente, de vigilar al género humano. Es durante esa labor que siempre está a punto de ser cesado de los despachos de la Divina Providencia.
Estos abruptos cambios según los vientos que corran para la Iglesia Católica, también podemos verlos reflejados en el tratamiento que los distintos papas le han dado al asunto de los niños que mueren sin ser bautizados. Ansgar kelly nos cuenta que "el papa Juan Pablo II puso por escrito la última de estas afirmaciones (los niños que mueren sin bautizar, lo mismo que los que no llegaron a nacer, han de ir directamente al cielo) en su encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1995, desestimando así la doctrina que habla de la culpa y del pecado heredados. Sin embargo, este reconocimiento pronto fue amputado y reducido al nivel de la mera esperanza (...) Sin embargo, Benedicto XVI, sucesor de Juan Pablo II, decidió a principios de 2006 devolver el tema a la comisión. Ahora esta cuestión ha adquirido tintes de gravedad debido a que la idea del limbo ha quedado anticuada y ha surgido una doctrina según la cual Dios insufla un alma inmortal (cargada con la culpa del pecado original) en cada embrión desde el momento mismo de la fecundación. Esta doctrina pone en peligro tanto a los fetos abortados como al nada desdeñable número de embriones malogrados".
Lo mejor de todo, es que a mí me parece estupendo que los guionistas de la iglesia liderada por Francisco sean tan fanáticos de John Le Carré, propensos a impactarnos con esas vueltas de tuerca en la historia bíblica que nos dejan sólo con un hilito de aire en los pulmones. Porque mientras no tengan las agallas (viene de los árboles la expresión, no de los peces, y apela a las deformaciones de la corteza de los árboles que se asemejan a la forma de los testículos) para preocuparse de lo urgente: la probidad de los miembros de la iglesia, la valentía de entregar a los pedófilos y no sólo pedir un simbólico perdón (Karadima y sus cómplices, para comenzar, en Chile), ni una hueste de exorcistas les traerá de regreso el afecto y la confianza que les tenía, por lejos, la mayoría de los chilenos.
Me temo, queridos lectores, que así como vamos, incluso con el efectista Francisco, sólo una nueva dictadura podría resucitarlos.