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¿Importa el nombre de un niño para determinar su futuro?
Vie, 14/02/2014 - 09:41

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

¿Pueden los padres de familia nombrar a su hijo como se les pegue la gana? ¿Debe el Estado prohibir ciertos nombres? ¿Qué tan importante es el nombre de una persona para su desarrollo futuro?

El asunto viene a colación porque el estado de Sonora (México) ha anunciado que ciertos nombres ya no podrán ser registrados. La directora del Registro Civil justifica esta medida para “evitar que por su nombre propio los niños sean víctimas de bullying”. Se trata de una medida paternalista del Estado: como hay padres que no piensan en el bienestar de sus hijos, pues el gobierno se adjudica el papel de protegerlos. El gobierno ya no permitirá que un bebé se llame Escroto porque al niño lo molestarán en la escuela.

La lista de nombres prohibidos en Sonora es extensa. No podrá llevarse el nombre de marcas como Yahoo, Burger King, Facebook, Micheline, Cheyenne o Twitter. Tampoco se podrá nombrar a un niño con personajes reales o ficticios como Robocop, Terminator, Hitler, Rambo, Pocahontas, James Bond, Lady Di, Hermione, Harry Potter, Batman, Neil Armstrong, Michael Jackson, Shakira, Pitágoras o Rocky.

Prohibido estarán nombres raros como Fulanito, Aguinaldo, Caralampio, Sonora Querida, Sol de Sonora, Masiosare, Sobeida, Zoila Rosa, Calzón, Piritipio, Email, Christmas day, Rolling Stone, All Power, Iluminada, Benefecia, Caraciola, Gorgonio, Escroto, Hurraca, Petronilo, Marciana, Tremebundo, Privado, Aceituno, Cacerolo, Cesárea, Circuncisión, Culebro, Delgadina, Gordonia, Pomponio, Verulo, Espinacia, Indio, Procopio, Panuncio, Telésforo o Tránsito. Tampoco se podrán llevar los nombres de dos exsecretarios de Gobernación: Diódoro y Patrocinio. Ni el que aparece en los calendarios el 20 de noviembre, Anivdelarev ni el que llevan los barcos de la armada estadunidense, Usnavy.

No se podrán registrar nombres de ciertos aspectos religiosos como Virgencita, Jesucristo y Jehová. Tampoco los que tengan un doble sentido como Élber Galarga, Alma Marcela, Benito Camela, Elsa Capunta, Elba Gina, Débora Melo, Élgar Gajo, Elba Zurita y Larri Capija.

Todo esto suena muy chistoso. Pero aquí hay un asunto de fondo: la importancia que tiene el nombre en el futuro de un bebé. En 2005, Steven Levitt y Stephen J. Dubner publicaron el libro Freakonomics. Su sexto capítulo toca el tema de los patrones socioeconómicos de los distintos nombres de las personas. Ahí aparece una historia fantástica. En 1958, un afroamericano del Harlem que tenía cinco hijos decidió llamarle a su sexto vástago Winner, es decir, “ganador” en inglés. Tenía el gusanito que a ese hijo le iría bien en la vida. Tres años después nacería su séptimo hijo. Por razones que nunca reveló, le puso Loser, es decir, “perdedor”. ¿Cuál fue su destino?

Exactamente el opuesto. Loser tuvo éxito en la vida. Se ganó una beca para ir a una preparatoria privada, terminó una carrera universitaria y se convirtió en policía donde llegó a ser sargento. Winner, por su parte, se dedicó a delinquir con más de tres docenas de arrestos.

A partir del análisis estadístico de muchos casos, Levitt y Dubner demuestran que los negros en Estados Unidos suelen poner nombres diferentes a los que ponen los blancos. ¿Importa, entonces, el nombre?  “Una persona con un distintivo nombre negro -si se trata de una mujer llamada Imani o un hombre llamado DeShawn- tiene un resultado peor en la vida que una mujer llamada Molly o un hombre llamado Jake [ambos típicos nombres de blancos]. Pero no es culpa de sus nombres. Si dos muchachos negros, Jake Williams y DeShawn Williams, nacen en el mismo barrio y en las mismas circunstancias familiares y económicas, probablemente tendrán resultados de vida similares. Pero el tipo de padres que llaman a su hijo Jake no tienden a vivir en los mismos barrios o compartir las circunstancias económicas de la clase de los padres que nombran a su hijo DeShawn. Por eso, en promedio, un niño llamado Jake tenderá a ganar más dinero y obtener más educación que un niño llamado DeShawn. DeShawn es más probable que haya sido perjudicado por ingresos bajos, mala educación y un hogar uniparental. Su nombre es un indicador -no una causa de su resultado”.

Si un Estado quiere velar por el bienestar de un niño, más que prohibir ciertos nombres, tiene que procurar que todos los niños tengan acceso a las mismas oportunidades. Con una buena educación, hasta alguien llamado Escroto podrá hacerla en la vida.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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