El primer ministro de Gran Bretaña, Benjamín Disraeli (1804-1881), afirmaba que "un país no tiene amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes". Esto es verdad. Las circunstancias y los intereses acercan o alejan a los países. Esta cita viene a cuento por la orden del presidente Bolivia de retirar a su embajador en Brasilia en protesta por la destitución, previo juicio, de la presidente de Brasil, Dilma Rousseff, coincidiendo en ello con los gobiernos de Ecuador y Venezuela.
Esta actitud va a contrapelo con la permanente política boliviana encaminada a cultivar buenas relaciones con sus vecinos ("Tierra de contactos y no de antagonismos", afirmaba don Luis Fernando Guachalla hace más de siete décadas) y, por supuesto que Brasil es un vecino con el que hay mucho que nos une: intereses que se entrecruzan más allá de circunstanciales diferencias de orientación de sus gobiernos.
Ya es habitual en el populismo la pendencia verbal que ya ha llegado a extremos inaceptables en diplomacia. Los dardos verbales dejaron de tener como blanco principal al llamado "Imperio" -Estados Unidos-, acusando a sus presidentes y gobiernos -allí hay alternancia y políticas de Estado- de todos nuestros males habidos y por haber. Pero, no resulta lo mismo agredir verbalmente a Washington que está demasiado preocupado con otros asuntos mucho más trascendentales, que hacerlo con un vecino cercano, también poderoso y, a la vez, es cliente indispensable de uno de los agresores verbales, Bolivia, para la compra del gas que produce el país.
Pero, más allá de los intereses económicos, hay un principio internacional de obligatorio cumplimiento: la no injerencia en los asuntos internos de los Estados. En Brasil, el Senado acaba de destituir a la presidente Dilma Rousseff. Desde el inicio, el llamado "impeachment", se sujetó al procedimiento establecido por las leyes de ese país. Insistir en que se trató de un golpe de Estado, es una demasía que no se justifica, aunque no se comparta el resultado del enjuiciamiento.
Si el gobierno boliviano invoca la defensa de la democracia como justificativo del retiro de su embajador en Brasilia, sería mucho más comprensible que apoye la aplicación de la Carta Democrática Interamericana al régimen chavista de Venezuela, que viene atropellando instituciones, desconociendo la mayoría obtenida en las urnas para la composición la Asamblea Nacional, y que persiste en el atropello a ciudadanos, violando los derechos humanos. El régimen de Nicolás Maduro es, precisamente, el inspirador de la actitud de los países miembros del ALBA contra el nuevo gobierno brasileño.
No es bueno usar un doble rasero; uno condescendiente con el amigo -díscolo o perverso- y otro para juzgar a los que no coinciden en orientación política. Y, cuando esto sucede, seguramente todo cambia. Luego, cuando se vuelve a la normalidad, o sea practicando el necesario respeto mutuo entre las naciones, claro está que si se cumplen los principios universales en los que se basan las relaciones entre naciones soberanas.
Pero hay más: preocupa que se minimice el incidente provocado, lo que denota que no habrá propósito de enmienda a una conducta que puede perjudicar los intereses nacionales. Es que la molestia -y aun la advertencia- por la actitud poco amistosa de los "bolivarianos" y sus socios, fue notoria. Ciertamente los intereses entre Brasil y los tres países ahora adversarios son permanentes y convergentes, y nuevamente se manifestarán cuando se cierre este infortunado episodio provocado por la falta de sensatez, tan habitual en el populismo.