La perfecta sonrisa del democratacristiano Claudio Orrego, hoy intendente de Santiago, brilló a través de la televisión local a eso de las 17 horas del pasado sábado como un elocuente balance de la llamada "marcha de todas las marchas", manifestación que suponía el primer encontronazo de la sociedad civil con el gobierno de Michelle Bachelet, supuesta gesta histórica que finalmente quedó reducida, como definió el propio Orrego, a "un acto eminentemente pacífico, festivo y familiar".
Un festín familiar en el que la policía uniformada chilena -el organismo cuantifica los actos públicos mediante la proyección al 'ojímetro' de las personas que caben en una cuadra- considera que participaron 25 mil personas, mientras que los organizadores calculan que fueron 180 mil los que se sumaron a esta manifestación inocua, simpática, entretenida.
La sonrisa de beneplácito del oficialista Orrego, que responde a la escasa incomodidad que generó la "marcha de todas las marchas" en el recién estrenado gobierno, puede explicarse en parte por la decisión que tomaron una semana antes las principales organizaciones ligadas a la educación -estudiantiles secundarios, universitarios, profesores-, como la poderosa Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), la que con acertado cálculo decidió no sumarse a una kermés que tendría baja convocatoria universitaria: marzo es un mes en el que los universitarios recién cortan a regañadientes las vacaciones del verano chileno, mientras que los que ya se reincorporan a clases están más pendientes de sacar provecho de su antigüedad en el rito del "mechoneo", dinámica tribal mediante la que se inicia a jóvenes entre 17 y 18 años de edad, llamados "mechones", quienes con ingenuidad ingresan por primera vez a las universidades con la ilusa expectativa de ser considerados por los más antiguos 'del penal' como sujetos dignos de consideración intelectual.
El concepto de "fiesta familiar" podría haber sido recibido por los organizadores -40 organizaciones- más como un ninguneo que como un halago, pero en defensa de los miles que hayan sido que caminaron bajo el crudo sol de Santiago de Chile, hay que destacar que en toda fiesta donde hay consanguinidad -todos somos chilenos, 16 millones de células de un mismo "tejido social"- terminan tarde o temprano por emerger las quejas, las reivindicaciones, lo no dicho por esos tíos, primos o medios hermanos a los que la mayoría nunca visita, a los que nos hemos hecho el hábito de negar, a los que jamás llamaríamos en caso de tener que compartir una herencia. Nunca una escucha atenta. Siempre les rehuimos el brindis y si nos llegamos a topar con los innombrables en un rincón de la fiesta, incluso somos capaces de bajar el semblante, seguir adelante y hacer como si no estuvieran ahí.
Pero existen, son miles y este sábado los medios hermanos que incomodan a Chile fueron, entre otros, los rapanui, los mapuches, lesbianas y gay que buscan la posibilidad de adoptar; animalistas que sueñan con un Hospital Público Veterinario; mujeres que intentan convencer al Ministerio de Salud para que la infertilidad sea una patología garantizada por el Plan de Acceso Universal de Garantías Explícitas (AUGE); grupos de deudores habitacionales que con extrema dificultad pagan viviendas sociales en barrios donde el hacinamiento invita a la violencia intrafamiliar; partidarios de que se legalice la marihuana y se permita el autocultivo; regionalistas que con justicia exigen que los fondos del royalty a la minería lleguen alguna vez a las regiones; presos políticos que solicitan una nueva indemnización por parte del Estado, activistas que se oponen a los intereses de la multinacional Monsanto...
Los primos que nos ruborizan son muchos y quieren ir por una nueva Constitución de la República. Una carta magna que reduzca a sospecha del pasado político la ironía de Nicanor Parra "la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas", para dar paso a un cuerpo legal que considere a la manera de Goethe que "entre todos (parientes indeseables incluidos) construimos lo humano".
Este sábado los tíos que no gozan de nuestra estima -marcan demasiado la ch al hablar, son capaces de aplaudir al finalizar una película y no fueron al mismo colegio nuestro, nos justificamos- llenaron inofensivamente el centro cívico de la capital, pero volverán seguramente más recargados, con menos mesura cada vez, sin un eslogan torpe e imposible de cumplir como el de este sábado -¿"la segunda marcha de todas las marchas"?-, evitando regalarle un nuevo caramelito que pueda degustar nuestro sonriente Claudio Orrego frente a las cámaras de televisión... y cuando ya no les importe tanto la cohesión de una familia que por décadas les ha dado la espalda.