Los agentes de Bolivia y Chile, acreditados ante Corte Internacional de Justicia de La Haya, acaban de reunirse para proponer los plazos a los que se sujetará la primera fase del juicio incoado por Bolivia –la escrita–, conforme al artículo 43 del Estatuto de la Corte. Nada más, por ahora. Luego vendrá la fase oral y, finalmente, la sentencia. Se afirma que el trámite durará varios años.
Es, en estas circunstancias, que el señor Alfredo Moreno, ministro de relaciones exteriores de Chile, declara que “Bolivia va a tener que explicar esta supuesta obligación de Chile a negociar y entregar territorio soberano”. En realidad, es una verdad de Perogrullo: en toda demanda, corresponde al actor exponer sus argumentos y las bases de su acción, en este caso contra otro Estado. Pero allá él si quiere abundar en lo ya conocido.
Yo difiero con la política exterior elegida por el actual gobierno de Bolivia en la cuestión de la mediterraneidad. Eso sí, no objeto la voluntad y el esfuerzo para conseguir que Bolivia retorne al mar, con una salida soberana; salida que sólo se la puede imaginar con una cesión territorial de Chile. Reitero que discrepo con la forma, no con la substancia.
Lamento el actual duelo verbal. Estoy convencido de que las declaraciones y entrevistas públicas no van a influir en el fallo final de los jueces de la Corte de la Haya en este complicado asunto. Sólo valdrán los argumentos jurídicos.
Se dice que la demanda se sustanciará en lo que se denomina "actos propios” o “unilaterales’, es decir, en los ofrecimientos públicos de un país, en este caso de Chile, que se erigen como una obligación internacional. Esta nota no tiene ni podría hacerlo en el espacio disponible, el propósito de abordar tal teoría jurídica; es más: se refiere a un asunto muy entrabado en el caso de la solución de la mediterraneidad que tendría que ver, eventualmente, con un tercer país –el Perú–, que no es parte en este pleito.
Los ofrecimientos oficiales de Chile –inclusive hubo negociaciones– de ceder a Bolivia una franja territorial, con soberanía, están registrados en la historia diplomática de ambos países. En 1950, mediante nota de 20 de junio, dirigida al embajador de Bolivia en Santiago, Alberto Ostria Gutiérrez, el canciller de Chile, Horacio Walker Larraín, manifestó que su gobierno “está llano a entrar en una negociación directa destinada a buscar la fórmula que pueda hacer posible dar a Bolivia una salida propia y soberana al Océano Pacífico…”. El 10 de julio de 1961, mediante memorando entregado a la cancillería boliviana por el embajador de Chile en La Paz, Manuel Trucco, se ratificó el compromiso de 1950. Finalmente, el 19 de diciembre de 1975, el canciller de Chile, Patricio Carvajal Prado, dirigió al embajador de Bolivia en Santiago, Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, una nota en la que se afirma que Chile “estaría dispuesto a negociar –después negoció– con Bolivia, la cesión de una faja de territorio al Norte de Arica hasta la Línea de la Concordia…”.
Ahora, el ingeniero Alfredo Moreno, canciller del presidente Piñera, cree que es bueno afirmar que "Chile no ha tomado ningún compromiso de entregar parte de su territorio (a Bolivia)". Obviamente él no fue informado de los antecedentes diplomáticos. Si los hubiera conocido, no es probable que hubiera incurrido en una afirmación ostensiblemente falsa.
Ratifico a través de esta nota mi convicción de que el problema de la mediterraneidad, mediante una salida soberana al mar que Chile ceda a Bolivia, deberá resolverse en negociaciones de buena fe. No creo que haya sido una buena idea demandar a Chile ante la Corte de la Haya.
Sé que negociar directamente una salida soberana de Bolivia al Pacífico nunca habría sido posible con el actual presidente Sebastián Piñera quien, cuando fue candidato, ya afirmó que a Bolivia le daría todo, menos soberanía sobre un territorio actualmente chileno. Estaba ignorando, entonces, la notable advertencia de un esclarecido diplomático de su país, el embajador don Oscar Pinochet de la Barra: “No nos echemos tierra a los ojos, no incurramos en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia a la larga se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo, es una cuestión de identidad, de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable”.
Habría que esperar a que nuevos protagonistas, sin prejuicios ni cálculos, asuman el reto de hacer que “estalle la paz” a través del entendimiento de dos países que por siempre serán vecinos.