Tengo el gran privilegio en mi trabajo como presidente del Grupo del Banco Mundial de hablar con algunos de los líderes políticos y empresariales más creativos del mundo. Uno de los temas constantes en todas estas conversaciones es el reconocimiento de que debemos acelerar la innovación para terminar con la pobreza extrema y que el crecimiento económico beneficie a todos los sectores de la sociedad. Lo que nos falta es un consenso claro sobre las mejores maneras de alentar y llevar a la práctica las nuevas ideas.
Hace poco, tuve una larga discusión con Bill Gates y de manera natural nuestra conversación nos llevó a qué factores inspiran la innovación. Bill y su esposa, Melinda, lanzaron su Fundación en 1994 y desde ese momento han transformado las aspiraciones de desarrollo en la salud, la educación y en la reducción de la pobreza en todo el mundo.
Fui uno de los afortunados beneficiarios de la generosidad de Bill Gates. En el año 2000, su Fundación hizo una donación de US$44,7 millones a Partners In Health (Socios en Salud), que ayudé a crear. En momentos en que la mayoría del mundo de la salud se negaba a aceptar la existencia de la tuberculosis multirresistente (MDR-TB, por sus siglas en inglés), Bill y Melinda hicieron el regalo más grande en la historia a una fundación para encontrar maneras de tratar esta enfermedad en los países en desarrollo. Este patrón de filantropía visionaria e innovadora se ha repetido una y otra vez en sus esfuerzos para hacer frente a algunos de los mayores desafíos del siglo XXI.
Durante la cena en la ciudad de Washington, Bill habló sobre cómo él y Melinda construyeron esta cultura institucional innovadora en los negocios y la filantropía. Planteó tres puntos fundamentales:
1. La innovación surge de la colaboración
Las grandes ideas, dijo, no aparecen de manera aislada. Investigaciones recientes sugieren que la creatividad no es tanto una cualidad de los individuos sino más bien una facultad que emerge en los grupos de personas, que buscan resolver juntas los problemas. De modo que el reto para una organización es construir una cultura que fomente las nuevas ideas proporcionando, al mismo tiempo, una plataforma que refuerce la colaboración.
Como lo observó Steven Johnson (i) en su libro ¿De dónde vienen las buenas ideas?, tendemos de manera incorrecta a ver la innovación como “momentos de ¡eureka!”, en que individuos excepcionales sumergidos en sus propios pensamientos experimentan una súbita revelación.
Conversamos sobre cómo las innovaciones más poderosas surgen a menudo dentro de instituciones enormes, si bien lo hacen lentamente. Esto ocurre muchas veces después de un intenso proceso de colaboración e intercambio, y sobre todo debido a la confluencia de opiniones de individuos con gran experiencia y conocimientos profundos que no sería posible en otros lugares. Lo cual subraya el compromiso personal de Bill de tratar de entender los problemas en su totalidad.
Cuando la Fundación comenzó a interesarse en la salud a nivel global hace más de una década, él inmediatamente empezó a analizarlos aspectos técnicos del tema. Recuerdo vívidamente una conversación que sostuve con Bill en 2006 sobre el desarrollo de nuevos fármacos para el tratamiento del VIH. Su conocimiento enciclopédico de las moléculas existentes, el modo de actuar de estas y la etapa de desarrollo en la industria era deslumbrante y me hizo sentir muy agradecido de que él se hubiera dado el tiempo de estudiar de cerca el asunto.
Me quedó claro en ese entonces, y mucho más ahora, que su habilidad para captar incluso los más mínimos detalles ha alentado a sus equipos a hacer lo mismo y que, a su vez, ha creado una cultura que promueve la innovación.
2. La importancia de la determinación
Bill es tremendamente persistente. Irradia determinación y está convencido de que la decisión, la disciplina y la perseverancia son las condiciones más importantes de las personas más exitosas que ha conocido. Steven Johnson apuntó en esta misma dirección, cuando citó los años en que Charles Darwin recopilaba meticulosamente los datos que condujeron a su teoría de la evolución en 1838.
Nuestra conversación versó sobre si los padres, los profesores y las instituciones (educativas, militares u otras) pueden fomentar estas cualidades en los jóvenes. El sistema educativo de Corea del Sur en el cual los estudiantes, a partir de una edad cada vez más temprana, van a la escuela desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche forma a alumnos a los que les va muy bien en las pruebas internacionales, como los exámenes PISA de la OCDE. Algunos observadores han dicho que este nivel de rigor puede contribuir a la voluntad y tenacidad general de la población. Por otro lado, esto ha generado controversia sobre el daño colateral que este sistema está teniendo en la salud mental de los jóvenes coreanos. Concordamos en que esta es un área en la cual recién están empezando a surgir datos.
A partir de las investigaciones realizadas por Roy Baumeister, sabemos que, aunque es muy difícil aumentar de manera fiable y sostenible el coeficiente intelectual en las poblaciones, sí se puede hacer crecer la “voluntad”, casi como a un músculo. ¿Pueden los países, las empresas, las instituciones educativas e incluso las familias fomentar la innovación ayudando a la gente joven (¡y a los viejos!) a ser más disciplinados y tenaces?
3. La innovación a gran escala
Como Bill ha demostrado, tanto en su vida empresarial como filantrópica, generar grandes ideas es sólo el primer paso. Llevar las grandes ideas a la práctica y entregar resultados sólidos es más importante y también más difícil. Por ejemplo, para hacer que las ideas destinadas a mejorar la salud mundial se transformen en buenos resultados se requieren mediciones rigurosas, que las ideas se adapten a los contextos locales y, especialmente, se necesita un plan para alcanzar las dimensiones adecuadas.
Me fui de la cena con Bill mucho más optimista sobre la posibilidad de ser innovadores y tener impacto con nuestro trabajo de desarrollo, incluso en los entornos más pobres y más difíciles.
Su mensaje fue que no deberíamos sentarnos y esperar a que surja alguna idea revolucionaria de nuestras mentes. Las ideas innovadoras están en todas partes: en los países más pobres, en el sector privado, en las organizaciones internacionales, en los gobiernos, en las instituciones académicas y en los grupos de la sociedad civil.
Si trabajamos de manera colaborativa, si investigamos a fondo la información y somos persistentes, y nos centramos en ampliar nuestros esfuerzos, es muy probable que encontremos las grandes innovaciones que permitirán tener sociedades más saludables, más equitativas y más productivas.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en la zona de blogs del sitio web del Banco Mundial.