La inconsistencia es una de las características del discurso político de nuestros días. Los líderes pueden decir una cosa y contradecirse al día siguiente. No importa porque cada segmento de la población está escuchando lo que se le pega la gana. En esta época donde hay decenas de estaciones de radio, cientos de canales de televisión, miles de periódicos en línea, millones de voces en las redes sociales, los individuos tienen una oferta ilimitada de opiniones. Paradójicamente, como se ha demostrado empíricamente, esto, en lugar de favorecer un ambiente de mayor pluralidad de las ideas, ha polarizado las opiniones de la gente, quien le presta más atención a los pensamientos con los que están de acuerdo; los demás, los desechan. Escuchan lo que quieren escuchar y punto.
En México, en estas épocas de la Cuarta Transformación, domina un solo comunicador en el mensaje gubernamental: el presidente López Obrador. Es el que indudablemente lleva la batuta comunicativa. Y, como sabemos, cada día dice muchísimas cosas y, desde luego, a menudo se contradice. No importa porque cada audiencia está escuchando lo que quiere escuchar y actuando en consecuencia.
Traigo a colación este asunto porque, en su más reciente Informe de Gobierno, el Presidente volvió a atizar a sus adversarios. Declaró: “Lo digo con respeto, no quiero que se entienda como un acto de prepotencia o una burla, es lo que estoy percibiendo: están moralmente derrotados”.
Lo pudo haber dicho con mucho respeto y humildad, pero los radicales que lo apoyan escucharon con toda claridad que la oposición está moralmente derrotada, es decir, he aquí un mundo maniqueo, como de película de Disney, donde en un lado están los buenos (el gobierno actual) que aniquilaron al lado de los malos (los opositores).
A los que más les gusta esta visión maniquea del mundo político es a los fanáticos radicales. Es un discurso fácil de digerir. No se hacen bolas. Hay buenos y malos. No existen matices. O se está con AMLO o se está en contra. Los triunfos y derrotas son históricos, épicos y permanentes. Un mundo tan simplista como falaz.
Los radicales que apoyan a Andrés Manuel López Obrador escuchan que su líder dice que la oposición está moralmente derrotada y no sólo lo aplauden a rabiar, sino que también actúan en consecuencia.
Si los malos han sido triturados por los buenos, pues no se merecen ninguna posición de poder. Como minoría indeseable desde el punto de vista moral, deben ser extirpados del cuerpo político. Son un cáncer pestilente. No sorprende, entonces, que varios legisladores de Morena, del ala más radical, hayan pretendido reformar la ley para quedarse con el liderazgo de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados durante toda la Legislatura. De acuerdo con la norma vigente, le tocaba a la primera minoría, el PAN, encabezar este órgano directivo. Pero, como ellos tienen el poder, y son moralmente superiores de acuerdo a su líder, lo mejor para el país es quitarles ese derecho. ¿Cómo van a presidir la Cámara si lo único que se merecen es irse directito al basurero de la historia?
Casi se salen con la suya. Afortunadamente, los moderados dentro del lopezobradorismo y el mismísimo Presidente intervinieron para detener este atropello. Pero, aunque López Obrador lo impidió, sus palabras son las que empoderan a los radicales a tomar decisiones de este tipo.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.