En la novela de George Orwell "1984", el protagonista, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad. Su tarea: adaptar los eventos a la línea del partido que se encuentra en el poder. Esto recuerda un poco al trabajo que algunos consultores de Donald Trump tienen actualmente.
El equipo del mandatario se dedica, por ejemplo, a mostrar imágenes aéreas de cuántas personas asistieron a su inauguración como presidente. En realidad es algo que no está en discusión. Pero el presidente cree que fueron muchas más las personas que llegaron al evento, tal como leyó en el informe que le entregaron los encargados de medios de comunicación.
Como diría George Orwell: 2+2=5. Así que los empleados de Trump toman la afirmación del presidente y difunden "hechos alternativos". Intentan adaptar la realidad a la percepción del presidente.
¿Contradicción o paranoia?
El mismo juego de otras oportunidades: Trump está convencido de que en su elección hubo millones de votos fraudulentos. Y quiere investigar sobre ello, aunque no haya evidencia de manipulación. ¿Se trata de una contradicción o de paranoia? Sea como sea, preocupa.
Mucho antes de que tomara juramento, Trump ya divulgaba hipótesis descabelladas: según él, miles de musulmanes habrían celebrado en Estados Unidos luego de los ataques del 9/11, el expresidente Barack Obama no habría nacido en Estados Unidos, y el padre del senador republicano Ted Cruz habría estado involucrado en el asesinado del presidente John F. Kennedy.
Ahora, la lista de cuentos continúa. Antes, sus bizarras acusaciones no habían jugado ningún rol: una estrella de reality show televisivo vive de titulares. Pero desde que maneja los hilos de la Casa Blanca, hay más en juego: la credibilidad y la integridad del cargo, la imagen de Estados Unidos.
Los hechos irrefutables son los que cuentan. Son la base de cualquier política razonable y responsable. Hacer caso omiso de ellos puede tener graves consecuencias.
El lunes pasado, durante su primer día de trabajo regular, el presidente Donald Trump enterró el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP), tal como había anunciado en su campaña electoral. El objetivo de este acuerdo de libre comercio de doce países de todo el Pacífico era contrarrestar la hegemonía china en el mercado asiático. La decisión de Trump contra el TPP cambió todo.
Los países aliados de Estados Unidos, como Nueva Zelanda, Australia o Singapur, están más que molestos. Ellos y otros Estados se encuentran explorando ahora cómo pueden trabajar en conjunto con China. En consecuencia, con su decisión sobre el TPP, Trump promovió los intereses chinos, no los estadounidenses. ¿Era su intención? Por supuesto que no.
No subestimar a Trump
También los oponentes políticos deben subordinarse a Trump, pues él se ve a sí mismo como el verdadero defensor del hombre común, que fortalece a Estados Unidos. Obama advirtió sobre su sucesor: no lo deben subestimar. Lo que de seguro muchos han hecho y muchos todavía hacen.
Da igual cómo vean a Trump: él es el presidente legítimo de Estados Unidos y el mundo tendrá que vivir con ello. De todos los líderes occidentales, se espera que la canciller alemana sea la que mejor le haga frente a Trump. No sólo porque es una autoridad con más experiencia, sino más bien porque ella ya ha mostrado, en el trato con el presidente ruso Vladimir Putin, cómo se debe tratar con un hombre poderoso que tiena una visión política distinta, pero vive en el mismo planeta.
No obstante, la primera reunión entre la canciller y el nuevo presidente de Estados Unidos esta prevista para poco después de la cumbre del G-20, que se llevará a cabo este verano en Hamburgo. Parece que el encuentro no es urgente para ninguno de los dos.