Tras la votación del Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea, resulta inquietante que Donald Trump haya sido elegido presidente de Estados Unidos.
Para aquellos cuyo trabajo consiste en interpretar la opinión pública (y para los que aún se fían de su criterio), existe mucho material para reflexionar acerca del estado de las democracias "modernas".
Los mercados financieros no plantean tantas cuestiones. El capitalismo es amoral y, los mercados, apolíticos. El riesgo político es difícil de cuantificar; de ahí que la mayoría de los inversores tiendan a excluirlo de sus análisis. Los inversores ven el resultado de la elección de Trump en términos casi exclusivamente económicos. Éstos se cuantificaron durante la campaña electoral (las cifras hablan claro), pero son muy inciertos. Al combinar el aumento del gasto público en infraestructuras, los recortes en el ámbito social y la reducción de los impuestos sobre sociedades y la renta, no salen las cuentas, a menos que se considere que el aumento del déficit presupuestario y la deuda pública represente un inconveniente sin relevancia.
Los mercados, uno por uno, están pasando por alto estas contradicciones. Creen en la autorregulación, de tal modo que los excesos e incoherencias se corregirían por sí mismas al amparo de la influencia de la fuerza restauradora de los mercados. Lo importante para los mercados es generar convicciones sobre las tendencias, y actualmente estamos observando cuatro convicciones de base.
La primera consiste en que la reducción de la presión fiscal aumentará los márgenes netos de las empresas. Esta posibilidad genera esperanzas realistas sobre el hecho de que la inversión por parte de las empresas estadounidenses por fin repuntará. Como poco, las empresas se verán más incentivadas para invertir en suelo estadounidense, y el ejemplo de Irlanda ha puesto de manifiesto que esta estrategia fiscal puede resultar muy efectiva. A la larga, esta efectividad podría revertir el descenso en la productividad económica de Estados Unidos. A corto plazo, atraerá capital al país y apuntalará el valor del dólar.
En este punto radica una diferenciación crucial respecto del proyecto británico: ambos países presentan un enorme déficit en la balanza de pagos, que EE. UU. podría cubrir fácilmente con la entrada de capital externo. Por otro lado, el Reino Unido está protagonizando una ralentización de la entrada de capitales debido a la incertidumbre generada por el brexit. Como resultado de ello, la libra se convirtió en la variable de ajuste del país y está cayendo, mientras que el dólar se está apreciando.
La segunda convicción se basa en que el gasto en infraestructuras aumentará. En esto los dos grandes candidatos estadounidenses coincidían, aunque a distintos niveles. Y no es un fenómeno únicamente estadounidense: el gasto en infraestructuras fue un punto clave en las declaraciones de Philip Hammond del pasado mes de noviembre en el marco de la aprobación de los presupuestos de otoño. Esto se debe a que la inversión pública ha caído drásticamente en los últimos 20 años debido a un distanciamiento de los planteamientos keynesianos y, desde 2008, como consecuencia de los recortes presupuestarios. Por tanto, cabe esperar que el Gobierno empiece, una vez más, a aumentar el gasto público.
La tercera convicción se basa en que, al menos en un primer momento, estos planes se traducirán en un aumento del déficit presupuestario, de la deuda pública y de las perspectivas de inflación. Las políticas económicas planteadas a los votantes franceses y alemanes de cara a 2017 también deberían ir en esa línea. Esto sugiere que los tipos de interés no pueden reflejar una perspectiva macroeconómica deflacionista de forma continuada. Los tipos de interés tendrán que subir apuntalados por esta nueva perspectiva.
La cuarta convicción del mercado es también la que genera más controversia: que la transición será fluida. En otras palabras, el protagonismo de la política presupuestaria no alimentará temores de inestabilidad financiera. La inexorable subida de los tipos de interés se verá compensada por la lentitud de los cambios en política monetaria por parte de los bancos centrales. Aunque afecten al comercio internacional, las promesas proteccionistas no anularán los beneficios de las medidas de estímulo a escala nacional. El auge de los nacionalismos no elevará aún más la prima de riesgo político. El contraste entre las promesas populistas y las políticas económicas, que realmente son de todo menos sociales, no dará lugar a una decepción generalizada.
Las tres primeras convicciones requieren que los mercados se preparen de cara a un cambio macroeconómico de gran magnitud. La cuarta invita a mantenerse alerta en todo momento.