América es una región que no ha estado libre de tensiones. Hubo –y persisten– recelos entre países que, ante supuestos o reales signos de rearme de otros, ven peligros de agresión armada o la intención de resolver un diferendo usando la fuerza o la intimidación.
Los ejemplos son, lamentablemente, muchos. Pero, con ignorarlos, no desaparecen. Por el contrario, se dejan semi-ocultas susceptibilidades peligrosas. Esto ya se vio en la historia de nuestra región, desmintiendo la creencia de que había un balance que impediría una conflagración mayor; así el rearme de uno, provocaba el inmediato rearme del que aparecía como rival.
Habrá que recordar, que la llamada Guerra Fría nos tocó de cerca. La URSS, contando con el régimen de Fidel Castro en Cuba, intentó emplazar en la isla caribeña misiles de largo alcance que habrían amenazado, inclusive, la capital de Estados Unidos. Afortunadamente, prevaleció la prudencia. La solución –se dice– fue la precursora de una nueva actitud que, al fin, terminó con la guerra fría y disminuyó el peligro de una terrible conflagración nuclear.
Por supuesto que este nuevo panorama, que consagró entonces la coexistencia pacífica, no fue suficiente para que en nuestra región disminuyan las tensiones. Un ejemplo lamentable de la disposición a la violencia se dio en la guerra de las islas Malvinas (Falkland para los británicos); fue una aventura que, pese a que Argentina contó –y aun cuenta– con el apoyo de la mayoría de los latinoamericanos, terminó en una dolorosa derrota a manos de una potencia extracontinental.
Antes se había conjurado lo se presentaba como otro peligroso conflicto: la disputa entre Chile y la Argentina por un archipiélago del sur de ambos países; éste terminó con un arreglo pacífico auspiciado por el Vaticano.
Es muy difícil ocultar que a la Argentina le ha tocado severamente la crisis extendida en la región. Está a la vista, también, que las relaciones del régimen los Kirchner con Washington se han deteriorado. Inclusive, personalmente el canciller Héctor Timerman, devenido en kirchnerista, alicates en mano se propuso revisar un avión estadounidense en Ezeiza, que traía elementos para cumplir con un compromiso oficial de entrenar a la policía bonaerense. En fin, una provocación innecesaria. Pero hay mucho más: El gobierno de la señora Fernández de Kirchner, desde entonces se ha radicalizado y es mucho más antinorteamericano que nunca. Por ello, se lo asocia con los gobiernos de Caracas. Managua, La Paz y Quito y con los otros miembros de la ALBA. Una muestra –sólo una muestra, en realidad– fue el encendido discurso en la Cumbre de Panamá, semejante en virulencia a los de los presidentes de Venezuela y Bolivia, de la mandataria que no ahorró, ni adjetivos ni acusaciones, en su denostación contra Estados Unidos.
Confirmando este alineamiento, y pese a que el gobierno está en las postrimerías de un mandato, la señora Cristina de Kirchner ahora busca un nuevo aliado: el gobierno de la Federación Rusa, presidido por Vladímir Vladímirovich Putin, que tiene una muy mala relación con Occidente por la cuestión de Ucrania –el Kremlin sufre duras sanciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea por la anexión de la Península de Crimea. Como un inusual apoyo, la presidente dijo: “Nosotros creemos que la historia de las sanciones de países a países no ha dado resultados; al contrario”, dijo.
En la otra muestra del alejamiento de Buenos Aires del gobierno de Estados Unidos, la presidente Kirchner, que visitó en estos días la capital rusa, fue más lejos en sus decisiones: “Por primera vez en la historia habrá ejercicios militares conjuntos entre los ejércitos ruso y argentino y policías rusos y argentinos trabajarán juntos en la persecución de una banda internacional de narcotraficantes”, apunta el diario Clarín de Buenos Aires (24.04.2015).
El diario bonaerense informa también que se firmó un convenio ruso–argentino de “protección mutua de la información secreta” que “se genere en el ámbito de la cooperación técnico-militar, de conformidad con la legislación de cada país”. Según se explicó, eso facilitará “la producción conjunta de equipos de uso militar y en el campo tecnológico, la de diseño experimental” y se “crearán grupos de trabajo para la puesta en práctica de intercambio de personal de las Fuerzas Armadas para adiestramiento y formación y la participación conjunta en ejercicios y maniobras militares”.
Clarín también da cuenta que “la Fuerza Aérea Argentina compró en los últimos años dos helicópteros rusos Mi17E y quiere sumar tres más, pese a las dificultades de financiación, que el propio ministro de Defensa reveló. La Armada adquirió cuatro buques para el patrullaje del Atlántico Sur y tareas de asistencia logística en la Antártida. Los 106 marinos que se encargarán de la alineación de los barcos serán entrenados en los puertos rusos de Murmansk y Arkangel”. Todo esto, mientras “el secretario de Seguridad contó a Clarín que en los últimos años se empezaron a encontrar vínculos entre bandas narcos mexicanas y colombianas con otras rusas y balcánicas. Algunos de esos negocios oscuros pasan por Argentina”.
No ha pasado inadvertido el hecho de que el gobierno de la Argentina, en los últimos meses, fue radicalizando su demanda de restitución de las islas Malvinas, lo que ha provocado incidentes diplomáticos con el gobierno del Reino Unido. Los más perspicaces, ven que los convenios con Rusia, podrían respaldar una hipotética nueva intentona de recuperar las Malvinas. Rusia, entonces estaría, por primera vez en Sudamérica con equipos militares en apoyo de un nuevo aliado: la Argentina de los Kirchner.
Por supuesto que no se descarta que esto pueda ser una parte de las acciones para desviar la atención de los escándalos y torpezas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner que, por lo que se sabe de las encuestas y por los resultados de las elecciones primarias, está a punto de terminar su esquema político, luego de más de una década.
También se especula que estas cortinas de humo son tendidas por el oficialismo argentino, para desviar la atención de la ciudadanía y, así, ir ganando el poco tiempo que le queda para idear salidas que garanticen la impunidad a altos funcionarios –incluyendo a la presidente y a su entorno cercano y familiar– sindicados de delitos de corrupción, como es el caso del vicepresidente Amado Boudou –ahora silente– ya enjuiciado.
Este es un nuevo drama de un pueblo que en el pasado se ubicó a la cabeza de los países del continente en economía, educación, salud y avance tecnológico. Pero, con seguridad, también sabrá salir de este amargo trance.