El éxito electoral de Donald Trump constituye una derrota de las políticas globalizadoras que desindustrializaron la economía norteamericana. Ha puesto de manifiesto el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo o que han visto disminuidos sus ingresos como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China, México y otros países de bajos salarios. Es significativo que los estados de Michigan, Ohio y Pensilvania, tradicionales reductos demócratas, centros industriales empobrecidos, hayan optado por Trump.
El rechazo ciudadano a la elite norteamericana y al tipo de globalización que se llevó a cabo tuvo una primera señal con la emergencia inédita de Bernie Sanders en las primarias demócratas. El competidor de Hillary Clinton sostuvo argumentos similares a los de Trump en el ámbito económico, aunque dirigido a las izquierdas. Hillary se vio obligada a concesiones programáticas, entre ellas su rechazo la TPP. O sea, el nuevo Presidente, aunque rico y famoso, fue percibido curiosamente por sus votantes como un hombre fuera de la elite tradicional, factor determinante para su triunfo.
El sector financiero, los servicios y las nuevas tecnologías de información y comunicaciones, principales beneficiarios con la globalización, no han generado suficientes empleos para compensar los millones de personas perjudicadas por la exportación de industrias. En consecuencia, la liberalización del comercio, la fuga de inversiones y la escasa protección social se convirtieron en votos de castigo contra la opción que representaba la continuidad. La crisis de 2008 acentúo las dificultades. Colapsaron el crecimiento y el empleo. Sin embargo, la respuesta del establishment, en vez de favorecer a los más débiles, priorizó el salvamento financiero y protegió a los principales responsables de la debacle: los banqueros.
La globalización, en el ámbito productivo, ha ayudado a las grandes empresas a reducir costos y aumentar ganancias. Éstas dividen sus operaciones, desde el diseño del producto y la fabricación de componentes, hasta su montaje y comercialización. Operando en distintas latitudes, con salarios más bajos y acceso a materias primas, ven facilitados sus negocios gracias a las grandes transformaciones en la informática, comunicaciones, el transporte, la logística y las finanzas. También, las grandes empresas se han beneficiado de los tratados de libre comercio, que han desmantelado barreras al comercio y a la inversión. Ello ha favorecido el fluido despliegue de las cadenas de valor a través de las fronteras.
Así ha funcionado el mundo económico en los últimos treinta años. Sin embargo, existen indicaciones, aunque todavía incipientes, que se están produciendo cambios en la forma de producir. Por tanto, el retorno a casa, la reindustrialización de los Estados Unidos, tiene ciertos fundamentos estructurales y ello, de manera consciente o inconsciente, se encuentra presente en el discurso del nuevo Presidente: terminar con la exportación de industrias, poner altos aranceles a los productos chinos y controlar los procesos migratorios.
En primer lugar, está la emergencia del shale gas y shale oil en EE.UU., lo que ha reducido el precio de la energía, generando ventajas competitivas para la producción de manufacturas. Ello, al mismo tiempo, constituye un atractivo para la producción de químicos, fertilizantes, acero, aluminio y plásticos, industrias en que la energía es un insumo fundamental.
En segundo lugar, los costos laborales en China se han elevado sustancialmente; y, si a ello se suma la mayor productividad de los trabajadores estadounidenses, la ventaja de los menores salarios ahora resulta sustancialmente menor. En tercer lugar, a esto se agrega la ventaja del acceso rápido al mercado con las fábricas más cerca de los consumidores, lo que reduce riesgos de certidumbre. Así, cuando las exigencias del mercado cambian se puede reaccionar más rápidamente, y recomponer o modificar los componentes de la cadena de valor.
Finalmente, y quizás lo más importante, son las nuevas tecnologías que permiten recuperar la producción de manufacturas. En efecto, la robotización avanzada, la impresora 3D y la tecnología digital favorecen la industrialización in situ; vale decir, impulsarla allí donde se genera el conocimiento.
Estados Unidos, con reconocida fortaleza en innovación, líder en el desarrollo del software y con un vigoroso sistema educacional, se encuentra posicionado para convertir la industria avanzada en vanguardia de la economía norteamericana. No es fácil, pero están presentes interesantes condiciones para avanzar en este propósito.
Hoy día, las impresoras 3D son capaces de fabricar piezas y partes completamente funcionales. Se trata de una máquina que construye estructuras físicas con una impresora pero, en vez de imprimir en una hoja de papel plana, lo hace con material líquido para generar un objeto tangible. Ya existen desarrollos incipientes en la industria norteamericana, fabricando productos de forma más económica y eficiente. Las pequeñas empresas podrán multiplicarse gracias esta tecnología.
Por otra parte, la robótica se está extendiendo. Es cierto que los robots ponen en peligro los puestos de trabajo; pero al mismo tiempo sin los robots la fabricación no podría volver a los Estados Unidos. La capacidad de reducir costos de fabricación mediante la automatización y una creciente necesidad de innovar de forma rápida es lo que está impulsando la fabricación más cerca del lugar de consumo. Además, mucho se destaca la robótica colaborativa, en que los robots pueden mejorar las habilidades humanas, pero sin sustituir por completo a las personas.
Finalmente está la tecnología digital que converge con el mundo físico de las máquinas y la producción, con el propósito de optimizar los procesos productivos y a bajos precios. Es decir, mediante la digitalización se facilita la conectividad entre las máquinas, con fábricas inteligentes que mejoran procesos y reducen costos y tiempos.
Es cierto que todas estas tecnologías ultramodernas, de la denominada cuarta revolución industrial, no aseguran el trabajo a las personas menos calificadas, pero sí otorgan condiciones para el retorno de las industrias a los Estados Unidos. Inevitablemente la reindustrialización de la economía norteamericana requerirá mano de obra calificada en el mundo de las nuevas tecnologías. Pero por otra parte, los controles migratorios destacados por el nuevo Presidente se proponen abrir mayor espacio a los trabajadores blancos menos educados, que lo apoyaron en su campaña.
En consecuencia, las cadenas de valor que cruzaban países y continentes apuntan a reintegrase. La mano de obra se encarece en China, mientras ya no parece tan eficiente inventar en un lugar e industrializar en otro; y, en economías con grandes mercados como los Estados Unidos, la proximidad entre el productor y consumidor resulta relevante y más rentable.
Existen entonces indicaciones poderosas que apuntan a la reindustrialización de los Estados Unidos y consecuentemente no debieran sorprender las políticas aislacionistas del nuevo presidente de los Estados Unidos. Si se hacen efectivas tendrán un impacto de envergadura en todo el mundo, tanto en los organismos multilaterales, como en los proyectos de integración plurilaterales y regionales, y en las estrategias de inserción internacional en los cinco continentes.
Finalmente, hay que destacar que el triunfo de Trump fue pavimentado por un tipo de globalización que sólo benefició al 1% más rico de la población estadounidense, ampliando la brecha de las desigualdades. Esta es una lección que la elite de América Latina debiera tener muy presente. Las desigualdades de nuestra región también se profundizaron como consecuencia de una incorporación indiscriminada a la economía mundial. Ahora que la gran potencia modifica su estrategia, cuestionando el camino que ella misma había promovido, deberíamos ser capaces de impulsar un proyecto basado en nuestras propias fuerzas, con la integración regional como un componente ineludible.
¿Podrá Donald Trump reindustrializar Estados Unidos?
Lun, 21/11/2016 - 08:12
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