Hace casi dos años el título de esta columna fue AMLO y Trump, hermanos siameses, subrayando las enormes coincidencias en carácter y comportamiento del presidente de EE.UU. y el entonces candidato presidencial mexicano. Frente a la primera crisis que no fue auto infligida, sus reacciones han sido idénticas.
Ello se debe a que ambos tienen un guion inflexible de lo que es su proyecto para sus respectivos países y nada que esté fuera de ese libreto es aceptable, como es el caso hoy de la creciente pandemia que amenaza a la humanidad y del impacto sufrido en la economía por el pánico resultante.
En el caso de Donald Trump, su negativa a aceptar la seriedad y devastador potencial del Coronavirus ha sido patética, pues su actitud ha retrasado por varias semanas cruciales el esfuerzo coordinado de impedir una mayor dispersión de una epidemia, acción para la que EE.UU. está notablemente impreparado para emprender ahora.
En buena parte esa impreparación se debe a que Trump desbandó el equipo de expertos que se había creado en el Consejo de Seguridad Nacional, en la época de Barack Obama, para combatir plagas anteriores y las que previsiblemente vendrían en el futuro, mientras que el presidente de México arrasó con el sistema de salud pública y causó una aguda escasez de medicinas por ignorancia y tozudez.
A resultas del miedo a la nueva plaga, los mercados financieros globales tuvieron el comportamiento que era de esperar cuando crece la incertidumbre: se disparó la volatilidad y las bolsas de valores sufrieron caídas graves, al tiempo que la estructura de tasas de interés tuvo un colapso a niveles nunca vistos en EE.UU.
Estos fenómenos se vieron agravados por el derrumbe del precio del petróleo, pues el cártel de sus productores, la OPEP, no logró un acuerdo con Rusia para reducir sus volúmenes de producción, lo que llevó a Arabia Saudita a inundar el mercado, de por sí debilitado por la caída en la demanda que ya sucedía.
Este conjunto de acontecimientos es veneno puro para México: si la economía de EE.UU. cae en una recesión, la del vecino la sufre igual o peor; el derrumbe en los precios del petróleo afecta severamente las finanzas públicas, de por sí en situación precaria; y el país está peor preparado que nunca para una epidemia.
"Voy derecho y no me quito" debiera ser el lema de ambos presidentes, que viven en una realidad aparte que rechaza cualquier hecho o dato que no se ajuste a su visión de las cosas, pero las crisis suelen forzar la mano aún de los más tercos líderes, porque el pánico y la incertidumbre dinamitan su popularidad.
En el caso de México, se agrega la bronca innecesaria que compró el presidente con un movimiento femenino con raíces justificadas y profundas, que decidió manifestar su rechazo a ser maltratadas, pero como su protesta no era dirigida por él, ni era parte de su agenda llena de sus vacuidades y ocurrencias, la repelió.
¿Quién hubiera pensado que estos personajes, tan disímbolos en apariencia, acabarían actuando igual en el mal manejo de los gobiernos de sus países?
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el Centro de Estudios Públicos ElCato.org.