Este próximo miércoles se cumplen 21 años de la firma del Acuerdo de Paz de Chapultepec, entre el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), mediante el cual se puso fin a doce años de una sangrienta guerra civil causante de cerca de 100.000 muertos y 8.000 desaparecidos.
Una guerra que, entre otras razones, tuvo que ver con las acciones despóticas de un largo período de gobiernos militaristas que habían controlado la vida de ese país y de sus instituciones, cometiendo toda clase de abusos, incluyendo secuestros y asesinatos de los opositores. No hay dudas que el logro más importante alcanzado con ese acuerdo ha sido el rescate de la democracia y la alternabilidad política y progreso económico que vive ese pequeño país centroamericano.
Hoy en día, el FMLN es partido de gobierno y El Salvador goza de una economía de mercado estable con sostenido crecimiento.
Existen otros ejemplos históricos de procesos de negociación que han sido exitosos en la solución de graves conflictos internos sufridos por algunos países que van desde confrontaciones raciales hasta gobiernos militaristas, autoritarios, excluyentes y salpicados de escandalosos casos de corrupción y violación de los derechos humanos. Tal es el caso de Sudáfrica, país que sufrió un dramático conflicto provocado por la discriminación racial, impulsada, como política racista apartheid, por un gobierno blanco minoritario contra la mayoría de ese país constituida por población negra, a la cual se mantuvo bajo la opresión y marginamiento social, solo por su raza y color de piel.
El conflicto fue superado mediante un largo y paciente proceso de negociación, orientado por la inteligente y humana conducción del arzobispo anglicano y premio Nobel (1984), Desmond Tutu, a quien el presidente Mandela designó director de la llamada Comisión de la Verdad y la Reconciliación y cuya filosofía negociadora siempre estuvo guiada por las ideas de Martin Luther King cuando señalaba que "a menos que aprendamos a vivir juntos como hermanos, estaremos condenados a morir juntos como estúpidos…"; al igual que por su firme creencia de que "sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón".
Fue con base en esos principios como Tutu logró la reconciliación de la sociedad de ese país africano, el cual desde entonces y a lo largo de ya más de 18 años goza de un sistema democrático, sin discriminación racial y un sostenido progreso que le ha permitido convertirse en la mayor economía de ese continente, con 25% del PIB de África; pese a que aún persiste una gran inequidad en la distribución de la riqueza.
En nuestra Suramérica también es posible señalar acuerdos políticos fundamentales que han permitido la abolición de regímenes totalitarios y evitado la recurrencia de los mismos, con la institucionalización de la democracia y notables avances en el desarrollo económico.
Tenemos el caso del Pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958, por los líderes de los principales partidos de Venezuela, a raíz del derrocamiento de la dictadura militar de Pérez Jiménez, mediante el cual se estableció el compromiso de asegurar una tregua política para consolidar la democracia, erradicando la violencia interpartidista e integrando un gobierno democrático de unidad nacional, con un programa mínimo común, con lo cual Venezuela se benefició de al menos cuatro décadas de alternabilidad democrática, con firme progreso económico y social, reflejado en el desarrollo de las industrias básicas, el sector energético de Guayana, la nacionalización (estatización) del petróleo y, en general, la expansión significativa de la infraestructura vial e industrial y un importante desarrollo educativo y cultural.
No obstante, pese a estos logros al final se generó un proceso de deterioro político que desvirtuó los objetivos originales del pacto. Otro ejemplo lo constituye la Concertación para la Democracia, coalición de centro-izquierda de 17 partidos que derrotó en elecciones, en diciembre de 1989, la dictadura militar de Augusto Pinochet. Dicha coalición, encabezada por el demócratacristiano Patricio Aylwin, quien resultó electo presidente en esos comicios, dio continuidad a la política de economía de mercado que se venía adelantando exitosamente, pero puso la prioridad en la solución de los problemas sociales y laborales, heredados de los 17 años de dictadura, asegurando además la estabilidad macroeconómica, una economía abierta, con tasa de cambio competitiva, todo lo cual se ha mantenido por los sucesivos gobiernos que se han alternado democráticamente desde entonces, asegurándole a Chile el exitoso proceso de desarrollo del que hoy disfruta.
Los ejemplos que hemos referido evidencian la idea de que sin acuerdos no hay democracia ni progreso. Por ello, es necesario promover, con la urgencia requerida, la conveniencia de propiciar en Venezuela un proceso concertado que, frente a una posible crisis de gobernabilidad que se avizora y un panorama económico poco alentador, evite caer en los errores históricos de providenciales caudillos mesiánicos o en otras tentaciones antidemocráticas.
Se impone así la necesidad de lograr la unidad nacional, mediante un pacto de renovación democrática que, fundamentado en la aplicación irrestricta de la Constitución vigente, permita el reencuentro de todos los venezolanos para impulsar, en un entorno de libertad y paz social, el desarrollo productivo e incluyente que el país requiere.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.