El mercado es una instancia de intercambio libre entre personas o agrupaciones voluntarias de ellas. La libre elección de lo que se puede intercambiar y compartir no tiene límite -bienes, servicios, ideas, música, etc.-. La globalización no es más que darle a dicho intercambio un alcance cada vez más amplio, en cuanto a la geografía y diversidad cultural de quienes lo realizan.
La paradoja es que mientras en todo el mundo las personas abrazan con pasión la posibilidad de relacionarse libremente, sin importar fronteras -comprando, vendiendo o intercambiando ideas, fotos, experiencias segundo a segundo-, ciertos ideólogos y políticos insisten en imponer la perspectiva del daño que supuestamente genera el mercado, especialmente cuando logra alcance global.
En compañías como Amazon, millones de personas de todos los credos compran diariamente infinidad de productos de todos los precios. Instagram cuenta con la participación de 500 millones de usuarios mensuales, de los cuales, 300 millones están activos diariamente. Estos son solo ejemplos de un universo mayor que está recién emergiendo.
Al mismo tiempo, en Chile, el gobierno se empecina en cercenar la libertad de elección de los ciudadanos -la limitación a la diversidad e independencia en educación son un ejemplo simbólico de ello-. Las posiciones anti mercado e integración expresadas en las primarias americanas, tanto por demócratas como por republicanos, también van en el mismo sentido. Sin duda, muchos votaron por el Brexit con temor a un mundo más global.
Hay claras razones para que parte de los políticos exacerben los supuestos peligros del mercado y la globalización. Para muchos de ellos es una pérdida de poder, que limita sus posibilidades de beneficio personal o las de imponer su visión a los demás. Lo que en Chile acabamos de conocer respecto de la jubilación de la ex esposa de un líder socialista vociferante en contra de los privilegios de particulares, es una demostración más de que el poder también se busca para propio beneficio. Recordemos el caso cuando se vuelva a insistir en el viejo esquema de estatizar los ahorros para la vejez. El tipo de abuso que hemos conocido pasaría a ser pan de cada día, como lo fue en el Chile de hace décadas.
Pero aun más nocivo que la búsqueda del beneficio personal puede ser pretender limitar la libertad de las personas en temas esenciales, en aras de una visión ideológica. La Presidenta Bachelet ha demostrado estar empecinada en estas materias. Al presentar el proyecto de educación superior nos dijo que quería asegurarse de que su visión quedara irreversiblemente plasmada hacia el futuro. Olvida que cuando se cercena el motor del progreso nada es irreversible. Los supuestos beneficios de los países comunistas que ella ha dicho que añora de Alemania comunista, tenían pies de barro y no se pudieron sostener. Su diseño del Transantiago solo sobrevive gracias a que la pujanza del resto de la economía, especialmente la no regulada, ha permitido hasta ahora financiar su mala concepción. Pero ha extremado su visión ideológica, y sus embates a la libertad de enseñanza y a la estabilidad constitucional calan mucho más hondo que el Transantiago.
La desgracia es que si bien reformas mal concebidas finalmente fracasan, no se vuelve con facilidad a una senda de progreso. Las buenas intenciones y políticas del nuevo gobierno argentino tienen al frente un muro de problemas que les pesarán por mucho tiempo. Venezuela, que acaba de militarizar su economía ante los problemas de abastecimiento, tendrá un arduo camino por delante el día que enmiende su rumbo.
Es cierto que aún no vivimos estas dificultades en el país. Pero cada día la información económica es más consistente con un cuasi estancamiento. Con el último Imacec conocido podemos estimar que en los pasados cinco meses la economía se ha expandido un magro 1,7%. El segundo trimestre se visualiza más débil que el primero. El desempleo del INE está lejos del 9,4%, último dato de la Universidad de Chile. Pero en el Gran Santiago, el dato equivalente es ya de 7,3% y la ocupación asalariada disminuye. A nivel nacional, es el empleo por cuenta propia el que modera las cifras.
La autoridad económica ha hecho bien en reconocer que el crecimiento este año será menor al que preveía, centrándolo en 1,75%. Es valioso que recuerde, además, las implicancias en la recaudación fiscal de esta nueva realidad. Ojalá modere los impulsos anti libertad y progreso imperantes.
En el plano externo, hay algunos aspectos que vale la pena destacar. El progreso mundial ha sido espectacular en las últimas décadas. Desde la integración de China al mundo, luego de la muerte de Mao, todos los que han querido ser parte del mayor intercambio se han beneficiado. Después de la crisis del 2008, el progreso ha sido menor, pero consistente. Ha superado numerosas crisis e incertidumbres. La velocidad con que los mercados mundiales dejaron atrás las dudas producidas por la votación del Brexit ha sido notable. En los últimos días se han rozado récords históricos. Y no deja de ser paradójico que el menor crecimiento y la mayor volatilidad tienen, en parte, explicación en los nuevos intentos regulatorios lentos e inconsistentes de los burócratas que dificultan la estructuración de instituciones financieras nuevas y pujantes.
Uno de los aspectos que alimenta la visión anti mercado y globalización a nivel intelectual, son los datos que supuestamente muestran que solo se ha beneficiado una élite. Son esgrimidos con vehemencia y sin espíritu crítico por quienes, como Piketty y Sáez como ejemplos paradigmáticos, ven en ellos confirmar su teoría. Aseveran que en base a los datos de declaraciones de impuestos en EE.UU. se demuestra que entre 1979 y 2007, el 91% de la ganancia de productividad lo recibió el 10% de la población y solo un 9% quedó para el 90% restante; de igual modo, se postula que ese 90% solo vio su ingreso crecer en 5% mientras que el producto per cápita subía 74%. Estas cifras claramente no representan la realidad. La evidencia práctica de mayor bienestar en todos los aspectos del consumo e incluso la opinión de los mismos afectados lo ratifica.
Indicábamos hace unos meses que entre muchos análisis que desmienten esos datos, los del profesor Stephen Rose, en base a información de diversas fuentes, entre otras la de la Oficina de Presupuesto del Congreso, son dignos de estudiar. Todos los grupos mejoraron notablemente en el período. Es cierto que dentro de EE.UU. y en un mundo más competitivo mejoraron menos los menos calificados. Pero es dudoso que en una economía más cerrada lo hubieran hecho mejor en términos absolutos. Un trozo mayor de una torta más chica sería probablemente menor que lo que tienen hoy.
Finalmente, en el mundo globalizado que hoy vemos florecer indefectiblemente, es el intercambio voluntario lo que nos hará paulatinamente más iguales, con las desigualdades propias de la diversidad, y no la fuerza de una autoridad burocrática, muchas veces ni siquiera elegida popularmente, imponiendo requisitos previos para poder participar. Así es el caso de la Comunidad Europea. Los gobiernos, a través de las exigencias de la burocracia de Bruselas, se han ido imponiendo condiciones previas para producir, comerciar e innovar, coartando la soberanía de culturas construidas por siglos. Si el Reino Unido post Brexit actúa teniendo ello en mente, puede transformar su país, según lo propuesto por George Osborne, hasta hace poco encargado de las finanzas, en un baluarte de apertura y oportunidades de crecimiento, a la par que respetuoso de sus tradiciones y costumbres. Serían con ello un positivo ejemplo para Europa. Por el contrario, si los ingleses miran hacia adentro y copian malos ejemplos que abundan en el continente, será un claro retroceso para ellos y el resto del mundo.
*Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.