Acabo de regresar de Bruselas donde tenido ocasión de entrevistarme con altos funcionarios de la nueva diplomacia europea encuadrada en el recién creado European External Action Service (EEAS), que dirige la Alta Representante de la política exterior comunitaria, la británica Catherine Ashton.
Mi viaje ha coincido con la primera visita del presidente Obama a las instituciones comunitarias, que se ha producido poco después de la anexión de Crimea a Rusia. La impresión general es que esta visita ha resultado muy fructífera para la Unión Europea (UE) en general y especialmente para el reforzamiento de sus relaciones con EE.UU. ante las amenazas reales de Rusia de tratar de recomponer el antiguo imperio soviético, tras el derrumbamiento de la URSS en 1991, acontecimiento que Putin acostumbra a calificar como “el más desgraciado del siglo XX”.
El acreditado profesor francés de relaciones internacionales, Dominique Moisi, escribió tras la reciente visita de Obama a Bruselas: “Un día se podrían erigir monumentos a Vladimir Putin en ciudades rusas que tendrían la inscripción: “El hombre que recuperó Crimea para la Madre Rusia”. Sin embargo, tal vez también se levantarían monumentos en muchas plazas de ciudades europeas que aclamarían al presidente ruso como “El padre de la Europa Unida”. En efecto, la rápida anexión de Crimea ha contribuido más a la armonización de las posturas de los gobiernos europeos sobre Rusia que docenas de reuniones bilaterales y multilaterales. Gracias a Putin, la UE puede haber encontrado la narrativa y el nuevo impulso que ha estado buscando desde la caída del muro de Berlín.
Por otra parte, durante mi estancia en Bruselas, en mis conversaciones en el EEAS he tratado de manera particular sobre la visión que tiene actualmente la UE sobre los procesos de integración regional en Latinoamérica. Me ha llamado la atención la preocupación que despierta la situación en la que se encuentra Mercosur, organización a la que se considera en una clara fase de estancamiento, en evidente contraste con el despegue y las perspectivas que ofrece la Alianza del Pacífico (AP), asociación creada en 2011 por Chile, Perú, Colombia y Méjico.
La AP es, a la luz de los observadores diplomáticos de la UE, una iniciativa muy interesante de integración regional, orientada mucho menos a cuestiones políticas que al comercio, la inversión y otros asuntos económicos fundamentales. Comprende alguno de los países latinoamericanos de mayor crecimiento económico, supone el 36% de la población regional, el 34% de su PIB, el 38% de los flujos de inversión directa extranjera y el 42% de sus exportaciones. Su orientación hacia Asia-Pacífico, la región de mayor crecimiento del mundo, llama poderosamente la atención de la UE.
No cabe duda de que la AP es una organización que está captando el interés de posibles socios comerciales y de inversión en todo el mundo. De hecho, la UE tiene acuerdos de libre comercio con cada uno de los miembros de la AP y, además, con otros países, como Costa Rica y Panamá, que pretenden llegar a ser miembros de esta alianza a corto plazo.
La atracción que la AP despierta en América Central es evidente. Por ejemplo, el viceministro de Comercio Exterior de Costa Rica estuvo la semana pasada en España y afirmó que su país aspira a formar parte bien pronto esta Alianza: “El comercio de Costa Rica con este bloque es espectacular: ha aumentado de los 775 millones de euros en 2002 a los 2.260 millones en 2012”.
En cuanto a Brasil, me llevé la impresión en mis conversaciones la semana pasada en Bruselas que sigue siendo considerada, de largo, la economía y la potencia líder de la región latinoamericana, y que por tanto merece el mayor interés, pero también que su relación con la UE viene lastrada por el mencionado estancamiento de Mercosur y especialmente por la delicada situación económica de Argentina. El pasado 24 de febrero, los principales representantes de las instituciones europeas y del gobierno de Brasil se reunieron en la séptima cumbre entre ambas potencias desde que se firmara su asociación estratégica en 2007.
Las cuestiones económicas ocuparon gran parte de la agenda. La UE es el principal socio comercial de Brasil, el comercio representa el 20% y la inversión el 45%. Además se debatieron cuestiones estratégicas como las negociaciones pendientes sobre el Acuerdo de Asociación entre la UE y Mercosur o planes para abordar desafíos globales como el cambio climático o la seguridad cibernética.
Se acordó que la UE se implicará en la construcción de un cable de fibra óptica transatlántico que promueve Brasil en un intento de evitar que las comunicaciones por internet pasen obligatoriamente por EE.UU. como ocurre en la actualidad. Sin duda, lograr el apoyo europeo a esta infraestructura era uno de los objetivos con los que la presidenta brasileña, Dilma Roussef, acudía a la cumbre y encontró terreno abonado para alcanzar su propósito. Mientras, el acuerdo entre la UE y Mercosur sigue pendiente desde que se iniciaron conversaciones hace catorce años. Ambas partes han fijado una reunión a nivel técnico para que prepare de inmediato el terreno de cara a la presentación mutua de ofertas.
Con todo, la cumbre de febrero entre la UE y Brasil no parece que haya sido capaz de llegar a grandes resultados. En opinión de un diplomático europeo, en aquella cumbre ha habido cordialidad, pero ciertamente escasez de "deliverables…".