Agosto trajo más malas noticias para los mercados emergentes. Por primera vez desde mediados de 2007 las economías desarrolladas están contribuyendo más al crecimiento global que las emergentes. En parte se debe al estancamiento de China, que ha reducido su demanda por materias primas. También relevantes son las señales de la Reserva Federal estadounidense de permitir un aumento de las tasas de interés. Esto ha provocado un cambio de tendencia en los flujos mundiales de capital, en la medida que los inversionistas perciben mejores oportunidades y menor riesgo en Estados Unidos y otras economías industrializadas. El dólar, en consecuencia, se está apreciando a expensas de las monedas de los países emergentes, generando en éstos un aumento de la inflación y de los déficits en cuenta corriente. Esto significa, finalmente, un menor crecimiento en todos ellos.
El impacto se está sintiendo en toda América Latina, y de manera especial, en las economías sudamericanas productoras de materias primas. Lo novedoso ahora es que también está afectando a sus sistemas políticos. Cuando las economías crecen es más fácil gobernar, especialmente si los gobiernos aseguran que no sólo se beneficien los ricos, sino que también las clases medias y los pobres vean mejorar sus niveles de vida. Sin embargo, cuando las economías comienzan a contraerse, la situación cambia, el descontento cunde y la acción gubernamental es foco de críticas.
Brasil es el principal ejemplo. Su crecimiento ha caído de manera dramática del 7,5% de hace tres años a menos de 1% el año pasado. JP Morgan pronostica un crecimiento anual de 2% y Nomura, 1,5%. La gente ha salido a las calles con una creciente lista de demandas, desde el gasto dispendioso a la corrupción, pasando por las tarifas del transporte. El gobierno ha intentado desactivar las protestas, pero sus políticas carecen de consistencia. La popularidad de la presidenta Dilma Rousseff ha caído de 57% a un mínimo de 30%.
Recientemente se ha empezado a hablar en el oficialismo de promover la candidatura del popular ex presidente Lula, dado que las cosas iban mejor durante su mandato. Sin embargo, el hecho de que Brasil gozara de una economía expansiva durante el boom de las materias primas durante su gobierno obviamente no significa que Lula pueda repetir su performance, en la ausencia de un robusto crecimiento en China.
Argentina es otro ejemplo. En las recientes primarias para las elecciones legislativas, el Frente para la Victoria, la rama peronista que apoya a la presidenta Cristina Fernández, obtuvo su peor resultado en diez años, con apenas 29% de los votos. Al mismo tiempo su candidato para la Cámara de Diputados por la provincia de Buenos Aires perdió contra Sergio Massa, un antiguo aliado del gobierno y actual gobernador de Tigre, que obtuvo el 37% de los sufragios. Los malos resultados del oficialismo anticipan una probable derrota parlamentaria en octubre y el fin de las aspiraciones de Fernández a la reelección mediante un cambio constitucional. Más aún, Massa, quien tendría aspiraciones presidenciales y ha señalado su intención de revertir las políticas económicamente fallidas de Fernández, podría bien ganar la presidencia en 2015. Especialmente si la inflación se sigue acelerando y las políticas del gobierno siguen ahuyentando la inversión extranjera.
Finalmente, Venezuela celebrará elecciones municipales en diciembre de este año. Dado la inflación galopante, la declinante producción petrolera, un crecimiento anémico y la corrupción generalizada, el gobierno ha aumentado la represión contra sus opositores. Si la economía se sigue deteriorando, no se pueden descartar protestas, una cancelación de las elecciones o incluso un golpe dentro del oficialismo.
Nunca es fácil gobernar en tiempos económicos difíciles. Sin embargo, algunos países latinoamericanos podrán enfrentar los conflictos políticos que produce la desaceleración económica mejor que otros; especialmente aquellos que cuentan con instituciones fuertes, buenos líderes y un consenso popular en relación a las reglas del juego. Por estos criterios Brasil es el mejor situado y Argentina el segundo. Venezuela, en cambio, va en el vagón de cola.