China siempre sorprende… sin sorprender. Es parte de su milenaria filosofía, es elemento dialéctico de su cultura, es una partícula de su antigua historia. La reciente página se escribió este martes, cuando el XVIII Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) tomó decisiones fundamentales que afectarán la vida, la economía y la sociedad del gigante asiático y de su entorno global. El eufemismo propio del lenguaje chino habla, apenas, de que se adoptaron importantes “decisiones sobre las cuestiones principales relativas a la profundización integral de las reformas". Pero si se mira desde el catalejo de la Historia, hablamos de las mayores reformas al sistema económico y político de la segunda potencia del planeta, desde la apertura programada de 1978. Por tanto, las decisiones anunciadas se extenderán a lo largo del firmamento mundial.
En el centro de este proceso está el poderoso Xi Jinping, secretario general del Comité Central del PCCh, quien, en nombre del Buró Político del Comité Central, presentó su informe a la III Sesión Plenaria del XVIII Comité Central del PCCh. En concreto, se afirma un objetivo fundamental: las reformas aprobadas apuntan a mejorar y desarrollar el socialismo con características chinas y seguir adelante con la modernización del sistema y las capacidades del gobierno de Beijing.
Es interesante observar que el terreno político que pisan las autoridades, cuando hablan de nuevas reformas económicas y sociales, es el el mismo desde 1978: “China –reza una parte del texto- debe considerar la realidad fundamental de que sigue en la etapa primaria del socialismo y que continuará mucho tiempo así mientras persigue la reforma integral y más profunda (…) China debe adherirse al juicio estratégico de que el desarrollo sigue siendo clave para solucionar todos sus problemas (…) y lo más importante es adherirse al liderazgo del PCCh”. En ese contexto, “la reforma económica es clave y la solución central es la relación adecuada entre el gobierno y el mercado, dejando que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos y que el gobierno tenga un mejor papel”. Es más, “deben obtenerse resultados decisivos en los sectores clave y debe entrar en funcionamiento, para el 2020, un marco bien desarrollado, científico, basado en procedimientos y en la efectividad, con el objetivo de garantizar que las instituciones de todos los sectores sean más maduras”.
Un nuevo núcleo del poder. “Para profundizar de forma integral estas reformas (mixtura china Estado-Mercado), el PCCh creará un equipo de liderazgo central que diseñará la reforma, definirá su organización e integración y supervisará la marcha de los planes”. Un aspecto clave del nuevo proceso será atacar directamente –destruir incluso- los intereses personales que se han arraigado en la actual sociedad china, producto del crecimiento sostenido de las últimas tres décadas y del aperturismo económico que creó divisiones sociales y económicas hasta hace poco inexistentes. Las autoridades comprenden que para alcanzar ese cometido se requieren esfuerzos políticos y económicos de alto nivel, “tarea que cumplirá el equipo de liderazgo”.
Simultáneamente, el PCCh creará un comité de seguridad del Estado para mejorar los sistemas y estrategias que garanticen la seguridad nacional. Explícitamente, el documento oficial indica que es necesario “innovar los sistemas para impedir y poner fin efectivamente a las disputas sociales y mejorar la seguridad pública”. Este comité diseñará una estrategia de alto nivel para mejorar la eficiencia en la resolución de emergencias severas que tengan que ver con la seguridad e intereses de Estado”.
El mercado, ese bendito (maldito) mercado. Al tratar el tema de la propiedad, el PCCh fue claro al separar las aguas, aunque no tanto a la hora de definir sus pesos específicos. China, en efecto, reafirmó su adhesión al papel dominante de la propiedad pública, otorgándole el papel directriz de la economía estatal, al mismo tiempo optó por “alentar, apoyar y guiar al sector no público, mejorando su vitalidad y creatividad”. Es decir, el poder político chino dio su visto bueno para que se construya “un sistema de mercado unido y abierto, con competencia ordenada, para que el mercado tenga un papel decisivo en la asignación de recursos”.
Comparada con las reformas anteriores, esta definición es crucial y cualitativamente distinta: el concepto de “mercado” escaló al pasar del "rol básico" que tenía hasta ayer al "rol decisivo" en la asignación futura de recursos. Muchas lecturas derivarán de este giro. Para unos significa que la economía se enfocará en el papel importante del mercado en lugar de en el gobierno; otros creerán que el Estado sigue manejando los hilos del poder económico y el mercado funcionará como émbolo distribuidor de la riqueza social. Este punto queda por dilucidarse. Sin embargo, la palabra “mercado”, desde el triunfo de la Revolución China (1949), es un tabú en retirada que se asocia al capitalismo (de antaño y de nuevo cuño). Incluso después de la reforma y apertura del 1978 liderada por Deng Xiao Ping, China debatió largamente el concepto y el papel del mercado en el contexto del modelo socialista del país. Unos se mantuvieron fieles a la ortodoxia (y perdieron), otros tomaron el camino del reformismo para acomodar la trilogía economía-socialismo-mercado (los actuales gobernantes).
A propósito del tema, cabe citar la reflexión de un experto, Xie Chuntao, profesor de la Escuela del Partido del Comité Central del PCCh, para quien la nueva caracterización del "mercado", “muestra el profundo entendimiento del Partido de lo que debe ser la economía de mercado y del papel que debe cumplir el gobierno. El gobierno hizo un buen trabajo pero en algunas ocasiones intervino demasiado, lo cual generó elevados costos administrativos, baja eficiencia y corrupción. Creo que hoy la dirigencia entiende cuáles son los problemas".
La nueva apertura de la economía china a más mercado –entendiéndose como el instrumento que permitirá mejorar la asignación de recursos- demandará la aplicación de una elaborada ingeniería económica y política, donde la tarea básica será “construir un mercado abierto y unificado con una competencia ordenada. (…)”. Esta reforma alcanzará a todos los sectores económicos y geográficos del país, pues “los terrenos en las ciudades y en el campo, que se usen para la construcción, serán incluidos en un mercado”. Así, bajo el nuevo sistema de mercado se permitirá a los negocios operar independientemente y competir justamente, dejando al consumidor la libertad de elegir y consumir. Además, las mercancías se comercializarán libre y equitativamente. (…) China trabajará un nuevo tipo de relaciones entre industria y agricultura, y entre las áreas urbanas y rurales. Esas relaciones se caracterizarán por la industria que promueva a la agricultura, áreas urbanas que apoyen el desarrollo rural y que la agricultura y la industria se beneficien entre sí. También habrá un desarrollo urbano y rural integrado para que los agricultores puedan modernizarse y disfrutar de los beneficios, igual que los residentes urbanos. (…) China disminuirá el umbral de inversión, intensificará el desarrollo de las zonas de libre comercio e incrementará la apertura de las áreas interiores, costeras y fronterizas. (…) Las políticas nuevas se aplicarán a las empresas nacionales e internacionales, que combinarán las estrategias de "traer" y "volverse global" para adaptarse a la globalización. Se demanda un flujo ordenado y libre de factores internacionales y domésticos, asignación eficiente de recursos y una profunda integración al mercado”.
Bien harían los expertos (y los no tanto) en ponerle cuidado a lo que hace o deja de hacer este dinosaurio económico que tiene pocos contrincantes...
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta, apuntes de Hernán Ramos.