Durante la campaña de 1992 en Estados Unidos, un estratega de Bill Clinton (James Carville) acuñó la frase, que luego se hizo famosa en todo el mundo: “The economy, stupid”, para significar que ése era el tema que conectaría con los electores, y por lo tanto, se debía centrar allí el mensaje. Posteriormente, ha derivado en una acomodaticia y eficaz forma de llamar la atención sobre otros tópicos, como “It’s politics, stupid!”; “It’s environment, stupid!” y cualquier otro que se quiera destacar de manera concisa y directa.
En esa línea, cabe decir hoy “It’s the future, stupid!”, porque por todas partes y en todos los sectores, la coyuntura obnubila el largo plazo, lo local subsume lo global, y lo táctico reemplaza a lo estratégico. El futuro pasa a ser así sólo la proyección mecánica del presente, o a lo sumo, la consecuencia de la planificación basada en tendencias. Eso lleva a que se tomen malas decisiones, se pongan en marcha políticas públicas voluntaristas sin construcción de escenarios futuros, se sacrifiquen fondos públicos en función de resultados de corto plazo, y en el plano internacional, que se incuben o produzcan conflictos ajenos a una perspectiva estratégica, ya sea en lo comercial o lo político, especialmente en esto último. Basta ver los preocupantes movimientos que se están produciendo en el Asia Pacífico.
Hay desafíos globales para la humanidad de orden político, económico, científico-tecnológico, medio ambiental, que son de responsabilidad del conjunto de la comunidad internacional, cuyo abordaje hoy requiere de un referente de futuro al cual ajustarse.
Wladimir Putin, desde una posición geopolítica potenciada, al asumir hace unos días la presidencia del G-8, centró su mensaje precisamente en los desafíos globales, instando a asumirlos mediante “mecanismos colectivos llamados a poner bajo control los riesgos más graves”, y a “compartir la responsabilidad por el futuro”.
Desafiando la inercia, la prospectiva como disciplina y metodología, y los denominados “estudios de futuro”, se están reinstalando en el mundo, y ocupan el trabajo de importantes think tank globales, como el Millennium Project, el Inter-American Dialogue o la World Future Society, como también de unidades especiales en varios países del mundo, como Finlandia, Francia, Azerbaiján, México, Estados Unidos, Perú, Corea del Sur, la Unión Europea, y en organizaciones internacionales como la OCDE, el Banco Mundial, ONUDI y otras.
En Chile, después de un largo período de retracción, la prospectiva y los estudios de futuro están ganando un espacio importante. Algunos hitos: en 2007 se presentó en Chile por primera vez en el Senado, con el apoyo del Ministerio de Planificación, el informe “State of the Future” que emite anualmente el Millennium Project desde 1996. Hace tres años, con apoyo de la comunidad científica y un grupo de universidades, el Parlamento organizó el primer Congreso del Futuro, y posteriormente el Senado chileno creó la “Comisión de Desafíos del Futuro” ( siguiendo en parte la existente en el Parlamento de Finlandia), que ahora se ha ampliado a las dos cámaras y actores no gubernamentales, en un “Consejo del Futuro”. El propio Senado, está convocando en estos días al “III Congreso del Futuro”, una instancia de reflexión de alcance internacional, con importantes ponentes, entre ellos varios premios Nobel.
En octubre 2013, se publicó el estudio “Prospectiva y Partidos Políticos”, de la especialista Paola Aceituno, que es el primero que vincula la Prospectiva con la política en Chile, con un recorrido del uso de esta herramienta en el país, señalando los posibles o probables escenarios a los que podrán verse enfrentados los partidos políticos chilenos en los próximos 15 años.
Por su parte, el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC) emitió hace unos meses su informe de orientaciones estratégicas, llamado “Surfeando el Futuro”, cuyo contenido plantea escenarios y un marco conceptual, político y estratégico para la toma de decisiones en un horizonte de hasta cuatro décadas. Lamentablemente, es bueno decirlo, en el país no se le ha dado a este documento la relevancia que intrínsicamente tiene, una prueba más del cortoplacismo y el coyunturalismo vigente.
Si bien es claro que el futuro no se puede predecir, sí se puede gestionar, mediante la construcción de escenarios que están entre lo inevitable, lo deseable y lo posible. Así, el presente se construye desde el futuro.