En el ambiente aún retumban las distintas explicaciones e interpretaciones respecto a lo dicho por Barack Obama en Chile. En este sentido, los aspectos fundamentales de la visita se relacionan con los objetivos e intereses de Estados Unidos en la región y el mensaje que plantea Obama para establecer una relación beneficiosa en el futuro.
De más está decir que el beneficio futuro es desde la perspectiva de ellos. Al efecto, la política exterior de un país se define a partir de sus visiones de largo plazo y el comportamiento que mantiene en el sistema internacional, donde países con menor capacidad de posicionamiento y menor respaldo económico o relativo nivel de desarrollo, quedan supeditados -si es que no cooptados- por aquellos que poseen claridad respecto a horizontes futuros, superiores a 50 años.
Desde esta perspectiva, es necesario identificar los ejes principales del discurso y los argumentos que justifican la selección de países en el contexto de la política exterior, y luego identificar las exigencias derivadas para los países visitados, especialmente para Chile.
A la administración de Obama le ha correspondido consolidar el modelo de relación que, desde hace casi una década, EE.UU. ha desplegado con los países de América Latina. El elemento central de esta nueva estrategia se basa en asumir las diferencias de cada país y desarrollar una vinculación bilateral a partir de la identificación de los intereses de EE.UU. y las coincidencias con cada país. A ello se suman las condiciones mediante las cuales se define el entorno internacional de seguridad bajo un prisma de análisis de los riesgos y amenazas de Estados Unidos. Similar ejercicio, con distintas variaciones, se han realizado con otros continentes o subcontinentes, llevando a sendos discursos de definición de líneas prioritarias de vinculación en Asia, Medio Oriente y África al menos. En este contexto, solo faltaba América Latina.
En todos los discursos pronunciados por Obama se identifican las condiciones mediante las cuales el país del norte valida las relaciones de igualdad política en el escenario internacional y bilateral. Estas condiciones se resumen en que cada país debe asumir la inserción en el proceso de globalización como un eje de su gestión estatal, lo cual debe ir acompañado de una fórmula democrática coherente con la cultura política de cada pueblo y enmarcado en un modelo de desarrollo basado en la economía de mercado que respete las regulaciones internacionales de comercio y de cooperación financiera. Estas condiciones no están adscritas a un modelo rígido, sino que deben ser la expresión legítima del desarrollo político de cada nación, donde los derechos y la dignidad humana estén adecuadamente resguardados y garantizados.
Considerando estos elementos, la selección de los tres países resulta evidente, agregando en cada caso características adicionales asociadas a los intereses de EE.UU. Para el caso de Brasil, el solo hecho de que sea reconocida como potencia emergente en el sistema internacional y posea características geopolíticas de relevancia (población, territorio, recursos e I+D), que la ubican como líder indiscutido de América Latina, y que además postula a un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, lo instalan como un actor de importancia estratégica que exige una trato preferencial en virtud de su posición internacional y sus alianzas con otras potencias (China, India, Rusia, países BRIC).
En el caso de El Salvador, las razones están más asociadas a la seguridad regional relacionada con el narcotráfico y el crimen organizado en lo principal, y como elemento adicional la inmigración hacia Estados Unidos. Se agrega, la razonable estabilidad política que tiene el país y su voluntad de satisfacer las condiciones políticas y económicas ya reseñadas.
La selección de Chile se debe a su condición de país que está en el inicio de su proceso de consolidación, como integrante pleno de la comunidad de países desarrollados. Permítanme enfatizar el hecho de que Chile es considerado, desde una visión internacional, y en virtud de sus indicadores, un país que resulta un ejemplo y un referente para muchos otros que hoy día están en proceso de construcción democrática y avanzan hacia una inserción plena en el mercado globalizado. Esta es la razón esencial por la cual el discurso para las Américas se realizó desde esta plataforma, donde la estabilidad presente y futura aparece razonablemente asegurada. No resulta menor el hecho de que Chile sea el país con mayor cantidad de tratados y acuerdos que involucran a los 60 países más prósperos del mundo.
Un elemento central en el discurso de Obama es la generación de un espacio de convergencia que tenga una mirada a futuro capaz de acompañar los procesos de globalización hacia metas comunes en un horizonte de tiempo a largo plazo. En virtud de ello, EE.UU. está dispuesto a cooperar y ayudar con su apoyo y respaldo en distintos organismos internacionales las iniciativas que los países deseen emprender con vistas a incrementar el comercio, el desarrollo y la seguridad.
En esta declaración están implícitos los intereses de Estados Unidos y su necesidad de mantener acceso a mercados, ya sea en calidad de demandante u oferente, cuyo resultado sea beneficioso para mantener su posición relevante en el sistema, frente a potencias como China y Rusia, y a su vez acceder de forma preferencial a los recursos asegurados en América Latina, ampliando esta visión a todo el Océano Pacífico.
De lo anterior, los imperativos estratégicos de Chile le corresponden situarlos, definirlos, adecuarlos o establecerlos a la administración de Sebastián Piñera. Ya no se trata solo de la energía nuclear y su opción como fuente de energía para Chile. Más bien se trata de establecer una estrategia global que integre estos tres elementos -comercio, desarrollo y seguridad- en una perspectiva de 50 o más años, lo cual debiera ser la base de una visión país integral y asociada a mecanismos y metodologías inclusivas y participativas. Si la Concertación fue capaz de consolidar una plataforma de crecimiento político y económico exitosa, le corresponde ahora a Sebastián Piñera y a su coalición sentar las bases de las líneas de desarrollo futuro. Es cierto que hay mucho de eso en las decisiones presidenciales, pero aún aparece desperdigado y expresado en indicadores de largo plazo.
Chile, como ejemplo y referente (no como líder) precisa de esa gran visión que permite los grandes acuerdos. La estrategia de un país a futuro no se logra por la vía de la suma de acuerdos nacionales sobre temas que aparecen compartimentados, sino a partir de una idea central que integre los distintos ámbitos del país.
Durante el 2011 nos podemos focalizar en los acuerdos y desacuerdos, en la viabilidad o no de acusaciones constitucionales, en el cumplimiento de metas específicas o todo aquello que eventualmente asegure una buena evaluación el 2014 o el cumplimiento del pleno desarrollo el 2018. Sin embargo, todo ello será insuficiente si no existe una adecuada lectura de los imperativos provenientes de un mundo que avanza pasos agigantados en varias materias y donde Chile debe ser actor referencial y bien posicionado para generar la confianza necesaria que exige la ciudadanía.
En suma, el discurso de Obama se transforma en una invitación que supone cambios sustantivos (y para más de algún país, una apuesta) respecto a las capacidades y voluntad política que involucra este proceso. Por lo pronto, Chile es parte del club de los países globalizados y eso impone una mirada distinta que Obama la reseñó en su discurso, y que convirtió en exigencias para mantener un proceso no solo de crecimiento económico, sino que de industrialización hacia el desarrollo. Bajo esta premisa, nuestro compromiso y participación activa en temas comerciales, tecnológicos y de seguridad, debiera construirse desde el futuro hacia el presente y no solamente pensar en proyectar lo que se tiene o necesita.