Las noticias desde América Latina y el Caribe no son buenas. En octubre, el FMI redujo su proyección de crecimiento para este año a un 1,3%. Esto es más de un 1% inferior a la proyección que hizo en abril. Un informe más reciente de Latin Focus prevé un crecimiento de 1,1%. Y tanto el FMI como Latin Focus vaticinan un crecimiento de 2,2% en 2015 para la región.
Muchas causas de esta falta de crecimiento son externas. China, cuyo crecimiento durante el auge de los commodities fue en promedio 9,1%, tiene un crecimiento proyectado de sólo un 7%. Aunque impresionante en comparación con otros países, no es lo suficiente para que China mantenga la importación de grandes cantidades de materias primas desde América del Sur.
Mientras tanto, el crecimiento económico en todas partes está faltando. La economía de Japón está en recesión. El resto de Asia crece más lentamente. La situación económica de Europa es considerada “oscura” por numerosos observadores. Y la economía de Estados Unidos, que ha ido creciendo de manera constante pero lenta, es demasiado débil para alimentar una recuperación económica global. Por otra parte, si la economía estadounidense creciera más rápido, el Banco de la Reserva Federal podría elevar las tasas de interés. Esto provocaría que los inversores extranjeros que habían buscado una mayor rentabilidad en América Latina muevan su dinero a Estados Unidos.
También hay causas internas para el bajo crecimiento de América Latina. Con la excepción de uno o dos países, Chile, por ejemplo, los productores de commodities de América del Sur no ahorraron dinero para el momento en que el auge terminara. En lugar de eso ampliaron el tamaño del Estado para proporcionar puestos de trabajo y aumentar el gasto social, mientras no hacían las reformas necesarias para hacer más productivas y competitivas sus economías a nivel mundial. Y cuando el boom finalmente terminó, sus gobiernos continuaron imprimiendo dinero o emitiendo deuda con el fin de mantener los programas sociales o de gasto de los consumidores. Todo con el fin de evitar que los nuevos movimientos de protesta de la clase media crecieran y ganaran impulso. También prometieron hacer una serie de reformas para reducir la corrupción.
Fue demasiado poco, demasiado tarde. Si las reformas son difíciles durante los buenos tiempos, es aún más difícil durante los malos tiempos. Esto porque es más fácil gobernar cuando hay recursos para distribuir entre los votantes descontentos. En cambio, cuando una economía se está contrayendo, todo el mundo se da cuenta de que hay menos para distribuir y la competencia para obtener una parte de lo que queda se intensifica. Esto está sucediendo ahora en la región.
En este tipo de situación, es mucho más probable que el mal comportamiento de los gobiernos haga que la gente ya no tolere la negligencia, el abuso y la corrupción que estaban dispuestos a pasar por alto cuando el dinero era abundante y podían comprar movilidad social y mayor nivel de vida. En cambio, la nueva evidencia de abuso de poder y corrupción de un gobierno hace que la gente, ya infeliz, llegue a los límites de su tolerancia. Esto explica la indignación por el nuevo escándalo de Petrobras, según el cual la petrolera estatal supuestamente exigía sobornos a las empresas con las que hacía negocios, para posteriormente dar parte de este dinero a políticos y partidos políticos. También ayuda a explicar las masivas manifestaciones de indignación contra el gobierno reformista de México tras la masacre de 43 estudiantes en la región de Iguala, después que el alcalde los entregó a la policía, que a su vez los entregó a un cártel de la droga.
La lección es clara. América Latina no será capaz de lograr democracias estables de clase media ni una prosperidad sostenible si no reduce significativamente la corrupción. Y si no fortalece el Estado de derecho, particularmente en tiempos difíciles como hoy.