Por fin una compañía alemana vuelve a ocupar los titulares de las revistas de economía y los sitios financieros del mundo. Al contrario del Dieselgate de la industria automotriz alemana y del desplome del Deutsche Bank, esta vez las noticias son buenas. El gigante químico-farmacéutico alemán cerró uno de los mayores negocios del año: por alrededor de 56.000 millones de euros adquirió al gigante de las semillas, Monsanto. Es la mayor compra que jamás haya llevado a cabo un grupo empresario alemán en el extranjero. Por cierto, uno de los que financiaron la adquisición fue el Deutsche Bank. Pero eso es otra historia.
La desaparición de una empresa odiada
Cuando pasan cosas importantes como esta, algo es seguro: en Alemania aparecerá una multitud de críticos para poner todo tipo de objeciones. Al capitalismo, en general, y a Monsanto y a la ingeniería genética, en particular. Y harán responsables a estos dos últimos del sufrimiento de los agricultores en los países en vías de desarrollo. Dirán que se ha formado un monopolio que ya no deja alternativa a los productores agrícolas del mundo. Que Bayer ha adoptado a un chico malo de primera línea y que con eso está arruinando su imagen. En cada oportunidad, encontrarán un puñado de manifestantes que llevarán afiches donde se lea: "Monsanto = El mal”. A la megafusión se le podría aplicar prácticamente cualquier tipo de prejuicio.
Claro que Monsanto era objeto de odio en todo el mundo. El grupo empresario de St. Louis, Missouri, nunca se privó de nada si se trataba de defender sus productos. Maquilló e incluso falsificó resultados, y sus empleados sobornaron a las autoridades. Monsanto se ganó su mala imagen a través de escándalos, litigios, y de su comportamiento verdaderamente incorrecto. Pero también debido a prejuicios. En Alemania, por ejemplo, el miedo a la manipulación genética está muy extendido. De dónde viene, nadie lo sabe, ya que la ciencia se esfuerza por todos los medios en calmar a la gente. Pero sin éxito, ya que muchos piensan que "fueron comprados por Monsanto”.
¿Monopolio en lugar de diversidad?
Ese escenario también se ve entre los agricultores. Unos piensan que el herbicida Roundup, que contiene glifosato, y su semilla correspondiente, son perfectos, porque aún en condiciones climáticas difíciles, crece algo que luego se puede cosechar. Para otros es un arma diabólica porque nos va a convertir a todos en mutantes. Ahora que Bayer se tragó a Monsanto, la marca del mal desaparece, pero el glifosato (mejor dicho, el Roundup), sigue existiendo. También seguirán existiendo las demandas grupales de agricultores estadounidenses contra Monsanto. Los demandantes dicen que Roundup produce enfermedades y exigen indemnizaciones. Si se le diera razón, Bayer tendría un problema.
Además, está la cuestión del supuesto monopolio. Luego de la fusión, Bayer se queda con un cuarto de la participación en el mercado. Y eso no es un monopolio. Se divide el mercado con otros tres grupos empresarios que, a su vez, buscaron socios. Sí, es verdad: hace algunos años había siete grandes grupos agroquímicos, y hoy han quedado solo cuatro. Y también es cierto que Bayer será el productor de semillas y herbicidas más grande del mundo. Pero las autoridades anticártel de por lo menos 30 países estudiaron la fusión entre Bayer y Monsanto de manera extremadamente meticulosa, y cada uno tenía exigencias sobre qué partes del negocio debía vender Bayer para que siguiera siendo posible la competencia justa. Pero se estima que el gigante de Leverkusen presentó unos 40 millones de hojas de documentación en Bruselas y Washington para convencer a los guardianes de la competencia.
Una gran promesa
El trato entre Monsanto y Bayer ya está hecho. Fue firmado por los juristas y también publicado. No hubo fiesta, ni jefes del grupo empresario que hablen sobre un "matrimonio celestial”. Eso demuesta que Bayer sabe muy bien en qué se metió. "Cumpliremos con nuestra responsabilidad hacia los agricultores, los consumidores y el medioambiente”, dijo el presidente de Bayer, Werner Baumann, por estos días. Y también prometió transparencia.
Es decir, que la marca Monsanto desaparece, después de 117 años. En primer lugar, de las listas de cotizaciones de la bolsa. Eso es rápido. Pero, ¿también de las mentes? Eso demorará más. La multitud de críticos ha perdido el símbolo del mal. Ahora dependerá de los directivos de Bayer demostrar que el mal también puede ser efectivamente derrotado.