Algunos observadores del acontecer internacional han caído en la tentación de afirmar que, ante el creciente proteccionismo de Washington, China va a reemplazar a EE.UU. como la nación líder de la globalización económica. El recién celebrado Congreso Nacional del Partido Comunista de China debería hacerlos reconsiderar semejante proposición.
En su discurso de más de tres horas, el presidente Xi Jinping anunció la llegada de una nueva era, donde China se encuentra “en el centro del mundo”. Según su visión, China no solo va a retomar su merecido lugar como la principal economía del planeta, sino que —y es aquí donde las cosas adquieren un tono alarmante— su modelo político y económico es un ejemplo a seguir para los países en desarrollo. Por supuesto, dicho sistema consiste en un corrupto capitalismo de Estadoy un asfixiante autoritarismo político.
Cada vez es más evidente que Xi no está interesado en una mayor liberalización de la economía, que incluiría reformas como levantar los controles de capital, permitir la libre flotación del renminbi y —crucialmente— privatizar la mayoría de las 150.000 empresas estatales —muchas de ellas altamente ineficientes— que representan hasta un 40% de la economía china. Más bien, Xi parece creer que el actual modelo económico dirigista es deseable y sostenible.
Pero no lo es. Es cierto que por más de tres décadas China ha disfrutado de una de las tasas de crecimiento económico más altas del mundo, lo cual le ha permitido sacar a cientos de millones de la pobreza. Esto se logró gracias a su apertura al mundo. Sin embargo, este crecimiento se ha ralentizado en los últimos años y a partir del 2008 empieza a ser impulsado primordialmente por inyecciones masivas de endeudamiento: la deuda total de China pasó del 150% a más del 260% del PIB en este lapso. La mayor parte de este dinero se ha ido a sostener empresas estatales zombi.
Según Ruchir Sharma de Morgan Stanley, el factor más predecible de una crisis económica es cuando un país acumula mucha deuda en corto tiempo. Y no hay un caso en el que una nación en desarrollo haya acumulado tanta deuda en tan poco tiempo como China desde el 2008.
Xi cree que su “Consenso de Pekín” es exportable. Pero la pregunta ya no es si un serio remezón económico aguarda a China, sino cuándo y qué tan grave será.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.