Hace tres años, en la ocasión de la cumbre de Cartagena el 2012, escribí el artículo "Cumbre de las Américas: el fracaso como éxito". En aquel entonces, la Cumbre Iberoamericana, liderada por España, contaba con baja adhesión de los jefes de estado de los países de la región, mientras las cumbres latino o sur americanas (Celac, Unasur) contaban con la presencia de todos. La OEA era cuestionada y la Cumbre de las Américas, liderada por los EE.UU., terminaba sin consenso, sin declaración final, con retos a la autoridad de la potencia y, en el caso especifico de Cartagena, con las ridículas escenas de la secretaria de estado Hillary Clinton bailando salsa en una disco llamada Havana y los agentes de la CIA con prostitutas latinas en un hotel de lujo. De ese modo, desde la Cumbre de Mar del Plata (2005), en donde líderes carismáticos de izquierda (Lula, Chávez, Kirchner) lograron bloquear las negociaciones del ALCA, hasta el 2012, el aislamiento hemisférico de EE.UU. y las políticas integracionistas eran las claves para la comprensión de la política internacional en la región. El fracaso de la cumbre con participación de los EE.UU. era el espejo del éxito de la nueva ola integracionista latinoamericana.
Por supuesto, existían razones muy objetivas por las cuales los EE.UU. decidieron cambiar sus apuestas. Desde los atentados del 2001 en Nueva Iorque, el Medio Oriente era de nuevo el centro de la atención del Departamento de Defensa y del Departamento de Estado. La elección de presidentes de izquierda y centro-izquierda en países latino-americanos crearon dificultades adicionales a la política multilateral de EE.UU. hacia la región, lo que resultó en la decisión por negociaciones bilaterales con miras a firmar tratados de libre comercio (TLC) más modestos pero mas efectivos en el corto plazo que las interminables negociaciones con 35 países con la posibilidad de que uno o algunos países, incluso los pequeños, pudiesen vetar los esfuerzos construidos a lo largo de años. Mientras se ocupaban de otras partes del globo, los EE.UU. intentaban apoyar o usar el liderazgo regional brasilero, como en el caso del comando de las tropas de la ONU en Haiti o para complejas negociaciones políticas con países desafiadores de la potencia hegemónica, como Venezuela, Ecuador y Bolivia.
El crecimiento económico brasilero legitimaba esa coordinación implícita, con la diplomacia presidencial de Lula, el aumento de la cooperación sur-sur brasilera y la financiación del Bndes a la internacionalización de empresas brasileras de los sectores servicio y comercio. Bajo liderazgo brasilero fue creada la Unasur congregando todos los países sudamericanos, incluso los de orientación liberal, hacia una agenda de integración física en los sectores infraestructura de transporte, energía y telecomunicaciones, debido a los ingresos permitidos por el ¨boom de las commodities¨, es decir, los altos precios de las materias primas en el mercado internacional. Países que solían vivir bajo la maldición del subdesarrollo debido a la dependencia de la exportación de productos de bajo valor agregado hacia países desarrollados ahora surfeaban la inversión de los términos de intercambio, con la sobrevaluación de sus materias primas. Esa convergencia de precios altos de commodities y gobiernos populares hizo posible la distribución de la renta y la reducción de desigualdades perversas. Ese fue el tiempo mágico del lulismo y del chavismo, o sea, dos estrategias políticas que atraían otros países para sus modelos y que terminó por diseñar la gran alianza integracionista lulismo-bolivarianismo en la región.
La coyuntura, sin embargo, ha cambiado desde la última cumbre el 2012. El soft landing chino (¨aterrizaje suave¨, o reducción del ritmo de crecimiento económico) ha tenido como consecuencia la caída de los precios de las commodities. La economía americana se recupera, con el fin del quantitative easing (emisión de moneda por el FED) y la sobrevaluación del dólar frente a las demás monedas nacionales, con impacto fuerte en Rusia, Brasil, Venezuela y muchos otros países. Además, la región se encuentra sin los liderazgos fuertes o, podemos decir, en una fase pos-carisma, con marcada ausencia de la diplomacia presidencial que fue rasgo fundamental de los tiempos de Lula, Chávez, Nestor Kirchner y Mujica. Fuertes dificultades económicas y políticas a nivel domestico en los países que sostienen el Mercosur (el caso de corrupción en Petrobras en Brasil, el caso Nisman en Argentina y los fuertes desajustes de la economía en Venezuela con sus impactos políticos) añaden el elemento necesario para que los bloques de integración se tornen blancos de ataques: quienes podrían financiarlos?, cuales serían los nuevos lineamientos estratégicos? siguen siendo viables?
Cuando todo ya parecía suficientemente difícil, los EE.UU. regresan al juego. Primero, con el anuncio del histórico proceso de acercamiento diplomático con Cuba tras año y medio de negociaciones secretas llevadas a cabo en Canadá con intermediación de la Santa Sé. Lo que puede ser interpretado, por un lado, como victoria latinoamericana por la histórica demanda regional del fin del aislamiento del país comunista, puede ser visto también como estrategia norteamericana de superar los escollos diplomáticos en la región y abrir un nuevo sendero en su estrategia hemisférica. Hay que recordar que las negociaciones empezaron justo tras la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez y significa que el pragmatismo cubano indicó que no seria prudente seguir dependiente de la ayuda suministrada por Venezuela a través de Petrocaribe. Además, con la caída de los precios del petróleo, los EE.UU. anuncian también una nueva iniciativa de cooperación energética en el Caribe, a partir de la visita de Barack Obama a Jamaica, en más un movimiento para reducir el poder político y diplomático de Venezuela. Poco antes, los EE.UU. ya habían anunciado nueva ronda de sanciones a a ese país. Divulgada en fecha cuidadosamente escogida, tras intento de mediación de la Unasur con las labores de cancilleres sudamericanos, entre ellos el brasilero, las sanciones indicaban que los EE.UU. estaban dispuestos a recuperar su poder de agenda setting (establecimiento de agenda) en la región. De hecho, la Cumbre de Panamá tuvo como temas fundamentales el acercamiento diplomático con Cuba y las sanciones a Venezuela.
A Brasil no le quedó mucho: el país no tuvo el liderazgo que solía tener en esas ocasiones y al final anunció la visita de trabajo de la presidente Dilma Rousseff a EE.UU. para junio de ese año, tras la suspensión de la visita de estado luego del escandalo de espionaje divulgado por Edward Snowden el 2013. Para no quedar sólo luchando contra el gigante, Venezuela ha anunciado su disposición de también conversar con los EE.UU. En términos económicos, la nueva presencia en la región permite a los EE.UU. una búsqueda de la recuperación de su capacidad de disputar espacio con los chinos, que han alcanzado el puesto de primero o segundo socio comercial en muchos países latinoamericanos y caribeños en los últimos años.
Por lo tanto, la integración regional necesita ser repensada y reinventada, ahora llevando en consideración el innegable regreso de los Estados Unidos al ajedrez hemisférico. La peor decisión para los que defienden esa agenda sería negar la nueva realidad.