“Cacería furtiva de gallinas pone en riesgo a la especie”, “Las vacas se encuentran en peligro de extinción” o “Preocupación por la reducción de la población de perros”.
No encontrará titulares con noticias semejantes con relación a animales domesticados, a pesar de que el ser humano mata más gallinas y vacas que leopardos u osos panda.
La verdadera razón no es que sean domésticos, sino que tienen dueño. La propiedad crea incentivos para la preservación. El propietario de algo (desde un animal hasta una camisa o un terreno) recibe los beneficios y los costos de su uso. Los economistas lo llaman “internalización de externalidades”. Si cuido mi camisa, durará muchos años, pero si la mancho con tinta, la tendré que dejar de usar. Por eso me esfuerzo en cuidarla. Si mato demasiadas gallinas, perderé mi negocio. Si las cuido, tendré una mejor fuente de alimento.
Pero sería un error creer que ello pasa solo con los animales domésticos. En África, los elefantes están en peligro de extinción. El incremento de las medidas de fiscalización estatales y de penas por caza furtiva no funcionó.
La respuesta fue la privatización de elefantes. En los últimos treinta años, diversos países han dado control de su fauna a los propietarios de la tierra en la que viven los animales, incluidos los elefantes.
¿Los resultados? En Sudáfrica, las manadas de elefantes crecen a un ratio de 5%. En Kenia, la población de elefantes cayó de sesenta y cinco a diecinueve mil entre 1979 a 1989, mientras que, en Namibia, donde se admite la propiedad sobre ellos y pueden ser vendidos, la población creció de treinta mil a cuarenta y tres mil en el mismo periodo.
Y en el Perú, la implementación de cuotas de pesca, una forma sofisticada de propiedad, mejoró sustancialmente la sostenibilidad de la anchoveta controlando mejor la sobrepesca.
Hace pocos días falleció Harold Demsetz, uno de los más grandes economistas contemporáneos, perteneciente a la brillante generación de Ronald Coase, Douglass North, Gary Becker y Oliver Williamson, todos capaces de explicar aquello que es tan obvio que nadie lo había visto antes. Pertenecer a tal generación llevó (injustamente) a que el Premio Nobel le fuera esquivo.
Demsetz explicó con una simplicidad y genialidad insuperables cómo funciona la propiedad para crear incentivos y, sobre todo, cuáles son las condiciones para poder crearla. El carácter doméstico de un animal (usualmente relacionado a su movilidad limitada y carácter no agresivo) reduce los costos de crear derechos de exclusiva (como la propiedad). Y el ser humano domestica animales si existen beneficios tangibles de hacerlo.
Costos bajos con beneficios altos explican por qué hacemos el esfuerzo de crear mecanismos legales para crear propiedad sobre animales. Y lo mismo ocurre con cualquier bien, desde una concesión de infraestructura hasta nuestros zapatos.
Cuando pensemos en limitar la propiedad mediante reglas y regulaciones, Demsetz nos recuerda lo importante que es regresar a lo básico.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.